La OTAN y la amenaza existencial para Rusia
Por Marcelo Ramírez
Hay veces en que una obviedad necesita ser repetida, aunque incomode. La OTAN es, y ha sido siempre, una estructura de agresión, no de defensa. Nació para enfrentar al Pacto de Varsovia, pero cuando éste desapareció, no se desactivó como se suponía que debía ocurrir. Por el contrario, se expandió. Y no hacia el Atlántico, ni hacia zonas de paz, sino hacia las fronteras mismas de Rusia.
Esa expansión no es un error de cálculo ni una respuesta espontánea a hechos coyunturales. Es una estrategia estructural que tiene un único objetivo: cercar, aislar y eventualmente fracturar a la Federación Rusa. La guerra en Ucrania no es entonces un accidente ni un conflicto local: es la manifestación más aguda de esa estrategia, es el intento abierto de debilitar y derrotar a Rusia.
No es casual que Moscú haya definido a la OTAN como una amenaza existencial. Porque lo es. La doctrina militar rusa, reformulada tras la experiencia en Ucrania, coloca a la alianza atlántica en el centro del riesgo estratégico. Ya no se trata de una competencia de poder, sino de supervivencia nacional. Por eso los márgenes de negociación se estrechan: cuando un actor siente que su existencia está en juego, sus respuestas dejan de ser diplomáticas.
En el escenario actual, los Estados Unidos no sólo conducen esa coalición hostil, sino que también buscan prolongar el conflicto como herramienta de desgaste. La idea es sencilla: hacer que Rusia gaste recursos, se aísle del comercio mundial, pierda aliados, y finalmente, caiga. No importa Ucrania. No importan sus ciudadanos ni su integridad territorial. Ucrania es solo el campo de batalla elegido por Washington.
El problema, como suele suceder con los imperios en decadencia, es que el tiro les está saliendo por la culata. Rusia ha resistido. Y no solo ha resistido: se ha adaptado, ha modernizado su industria militar, ha reforzado su alianza con países no alineados, y ha empezado a configurar un nuevo bloque geopolítico que disputa el relato y el poder occidental.
Mientras tanto, Europa, que debía ser el ariete de esta ofensiva, comienza a sentir el peso de sus propias decisiones. La economía se deteriora, la industria pierde competitividad, el descontento crece, y la dependencia militar de Estados Unidos ya ni se disimula. La UE actúa como un vasallo, sacrificando sus propios intereses por una guerra que ni entiende ni conduce.
En este contexto, la OTAN, lejos de garantizar seguridad, se ha convertido en una máquina de producir conflictos. No hay ninguna región donde haya intervenido y no haya dejado destrucción. Desde Yugoslavia hasta Afganistán, pasando por Libia y Siria, la lista es extensa y los resultados, siempre catastróficos.
El intento de someter a Rusia es entonces un acto desesperado, una apuesta de alto riesgo que puede desencadenar consecuencias impredecibles. La OTAN empuja al mundo hacia un conflicto de escala global. Y lo hace con una irresponsabilidad que raya en la locura. Pero Rusia ya entendió el juego. Y cuando una nación con el arsenal nuclear más grande del planeta percibe que su existencia está en peligro, las reglas del juego cambian.
Ya no se trata de ganar o perder, sino de vivir o desaparecer. La OTAN ha cruzado esa línea. Y ahora, lo que se juega no es el futuro de Ucrania. Es el equilibrio del mundo.
Fuente: https://youtu.be/mlhZb5Q_E6s
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