La salvación por los judíos, de León Bloy. Parte II – Por Juan Manuel de Prada

La salvación por los judíos (y II)
Por Juan Manuel de Prada

Bloy no niega la querencia de los judíos hacia el Dinero (escrito con mayúscula, como realidad preternatural), sino que se atreve a explicar el terrible sentido teológico de esa querencia. A juicio de Bloy, el Dinero ha sustituido «al lívido Dios que expiró entre dos ladrones»; y ha logrado que los judíos trabajen a su servicio para castigo de un mundo que ha rechazado la Redención. La querencia judía hacia el Dinero no es, pues, una muestra de su «felonía y codicia sin límites», como pretende el antisemitismo visceral, sino «un castigo interminable» a judíos y cristianos. Este insondable arcano nutre de un sentido estremecedor la parábola del Hijo Pródigo, que para Bloy es una alegoría del destino del pueblo judío, a quien Dios espera siempre, «puesto que Él conoce el Fin». Claro que, más terrible aún que el castigo de ese hijo que abandona la casa paterna, es el destino de los pueblos cristianos, convertidos en la «piara del hijo pródigo», alimentada con las algarrobas que le arroja el Dinero.

«Los judíos no se convertirán mientras Jesús no baje de la Cruz, y Jesús no puede bajar de ella mientras los judíos no se hayan convertido», escribe Bloy. Este misterio insondable explica que durante siglos los cristianos, a la vez que maldecían a los judíos, les suplicaran, «sollozando a sus pies, que tuvieran piedad del Dios doliente». Y, entretanto, los judíos mismos «están condenados a llevar la Cruz», apostilla Bloy, quien sin embargo no pudo presenciar la monstruosa cruz que los aguardaba durante el siglo XX, en el que la «piara del hijo pródigo», renegada de Dios, iba a infligirles tormentos impronunciables.

Pero –signo apocalíptico sobrecogedor– de aquella matanza tampoco surgió la conversión, sino un arcano todavía mayor: la extensión de una apostasía que gangrenó por igual al hijo pródigo y a su piara, desde entonces encomendados a la religión más propiamente anticrística, que es la adoración del hombre. Una apostasía generalizada que hace todavía más urgente ese «desclavamiento» de Cristo que traerá la restauración universal; y que «inmoviliza» a la humanidad en las escenas crueles de la Pasión: la agonía de Getsemaní, el beso de Judas, la negación de Pedro, los tormentos de la flagelación, el camino hacia el Gólgota, la crucifixión entre agonías atroces. Todos podríamos poner nombres actuales a estas escenas, si miramos a nuestro derredor.

Y, en esta fase anticrística de la humanidad, ¿cómo se puede desclavar a Cristo? Bloy consideraba que no hay otra forma sino implorar un «ardiente sol del estío» en el que «la higuera, tanto tiempo estéril, tanto tiempo regada con inmundicias, se vea al fin obligada a dar el único Fruto de delectación y de consuelo capaz de detener la náusea de Dios». Ese Fruto sólo puede ser la conversión provocada por la Parusía que consumará la Historia. Esperando el tiempo de los higos murió Léon Bloy. Sospecho que nosotros estamos más cerca de saborearlos.

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