Por Fausto Frank
La revista The Economist, una de las elegidas del poder financiero y propiedad de las históricas dinastías Rothschild y Agnelli, anuncia al finalizar cada año sus previsiones para el que está por comenzar. Mediante crípticas tapas, siempre llenas de simbolismo, con guiños esotéricos a la tradición cabalista, The Economist deja traslucir, para quien quiera interpretarlos, algunos de los anhelos y proyectos del poder elitista al que representa.
Política internacional, agendas globales, desarrollos científicos y panorama económico, suelen ser los tópicos más visitados.
Dos portadas de este año muestran sus proyecciones para el año 2023. Una fue “The world ahead 2023” de fines de noviembre, y otra la publicada este 24 de diciembre, como número doble especial de “Navidad”.
En The World Ahead, aparecen los dirigentes políticos más trascendentes para el próximo año: Xi jinping, Vladimir Putin, Joe Biden, Vladimir Zelensky, Georgia Meloni y la presidente de Taiwán, Tsai Ing-wen. Incluye un buque gasífero, que sale de Biden, rodeado de hélices de energía eólica, y se dirige a Europa, con un Zelensky flanqueado por una molécula de metano. Entre Zeleanky y Meloni se ve un sistema de defensa de misiles Patriot, que EEUU prometió a Ucrania, y, solapada, aparece una imagen de glóbulos rojos y blancos, sugiriendo también el posible recurso a la guerra biológica. Cerca de Xi Jinping se ve también un auto volador, similar al Xpeng X2, el vehículo volador chino, y un brazo robótico. Otro elemento que aparece junto a China es un satélite. Efectivamente, en 2023, China dispondrá de una constelación satelital destinado al Internet de las Cosas con 80 satélites. Junto a estos desarrollos tecnológicos aparece la imagen del nuevo telescopio espacial James Webb que alcanzó su órbita final a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, y que tendrá, entre otras funciones, la de observar las primeras etapas del universo y buscar signos de atmósferas potencialmente sustentadoras de vida alrededor de decenas de exoplanetas. recientemente documentados.
Con respecto a la guerra en Ucrania, The Economist/Rothschild apuesta todos sus anhelos a una derrota de Putin: “En general, la humillación de Putin en Ucrania hará que los autócratas de todo el mundo desconfíen de iniciar guerras de conquista, y doblemente si la derrota conduce a su caída. Tanto más importante, entonces, que los patrocinadores de Ucrania redoblen su apoyo. La agresión no debe pagar, y debe verse que no paga. El mundo será más pacífico a largo plazo si Putin pierde”. Y augura no sin perfidia: “El año comenzará con Putin esperando que surja algo: el impulso para cambiar en el campo de batalla, la ayuda militar china, la fragmentación de la unidad europea o la perspectiva de que un Donald Trump reelegido abandone Ucrania. Putin sabe que todo es posible en la guerra. Pero también debe saber que la marea está en su contra”. Entre los escenarios que prevé está el siguiente: “Incapaz de ganar la guerra en el campo de batalla, Putin intenta prolongarla lo suficiente como para socavar la economía de Ucrania, minar su moral mediante ataques a la infraestructura civil y agotar a sus socios. Europa lucha por llenar sus sitios de almacenamiento de gas durante 2023, lo que provoca apagones cuando llega el invierno. Putin pretende resistir hasta fines de 2024, cuando espera que Donald Trump retome la Casa Blanca y termine con el apoyo a Ucrania”.
Sobre Taiwán, The Economist se pregunta abiertamente: “¿Será la Ucrania de Asia? El statu quo se está desmoronando, lo que hace que la guerra sea más probable”, casi una manifestación de deseo. “China ve la invasión de Rusia como un desafío útil para Occidente. Pero algunos en Beijing hacen comparaciones con Taiwán y se preguntan si, como Ucrania, podría convertir una invasión en un atolladero, con consecuencias desastrosas para el Partido Comunista. Para empezar, mantener un ataque a través de 160 km de agua sería más difícil que cruzar una frontera terrestre. En Beijing, la guerra con Taiwán se ve como un mal resultado, siempre que queden otras opciones sobre la mesa. Pero muchos expertos creen que las opciones del continente se están reduciendo. Una ley contra la secesión aprobada en 2005 obliga a los gobernantes de China a actuar militarmente si creen que la unificación pacífica ya no es posible. Pero las luchas de Rusia en Ucrania quizá los pongan en pausa”.
Pero sin dudas, la portada más críptica ha sido el especial de “Navidad” de este año. En la misma se ve un árbol transformado en menorah de Janucá. El árbol contiene 6 ramas de un lado, 6 ramas del otro y 6 velas, un número famoso por su aparición en el Apocalipsis cristiano e importante para el cabalismo y su simbolismo esotérico. Si la figura se invierte, pueden verse sus raíces conformando una corona de un orden invertido.
El árbol aparece coronado por un estrella, pero, en lugar de ser la Estrella de Belén cristiana, la misma aparece conteniendo un símbolo del átomo, lo que puede representar tanto el desarrollo de fusión nuclear anunciado por EEUU o la amenaza del uso de armas atómicas tanto por Rusia como por la OTAN.
Las bolas decorativas del árbol simulan sellos chinos, con fondo rojo y figuras en contraste. Entre ellas: un ideograma chino de “poesía”, una sugerente cabeza con un estómago por cerebro (pensando desde el hambre, pensando en comida, pensando con el estómado en lugar de con el cerebro), una calavera (muerte), una vaca india con joroba y una estrella en su interior, un perro raquítico al que se le ven las costillas (hambre), una pelota de fútbol, un bate de béisbol junto a una raqueta de cricket y un matrimonio mixto, interracial, entre una mujer blanca y un hombre de raza negra. Las aves en el cielo se asemejan al escudo ucraniano. En el suelo, un muérdago y un laurel caídos, junto a un cáliz y una hostia en el piso.
Difícil no ver en este último punto la progresiva descristianización de la cultura occidental y el objetivo del poder global para el cristianismo: que quede reducido a una simple minoría. Esta idea se refuerza con las palabras que rodean la escena: “Los menonitas en indonesia”, apuntando obviamente la pequeña minoría de cristianos en un país. Indonesia cuenta con un 87% de su población musulmana y un 8% de cristianos. En dicho país, además, los cristianos no solo son una minoría, también son perseguidos y sus iglesias atacadas. Pero acá hay un doble mensaje. La propia revista The Economist publica una nota sobre los Baduy, a los que llama “los menonitas de Indonesia” en sentido figurado, se trata de un tradicionalista que rechaza a la Modernidad, al estilo menonita en Occidente. Pero, los Baduy son elegidos por la publicación porque comienzan a abandonar sus tradiciones y abrirse a la tecnología. Cita el ejemplo de un habitante, de nombre Herman, que de hecho abandonó su cultura y se plegó de lleno a la Modernidad. “Ocho años después, la vida del Sr. Herman se transforma. Es dueño de cuatro parcelas de tierra, en las que cultiva plátanos, durián, frijoles apestosos y madera. Vende sus productos en línea . Es próspero y pudo comprar una casa para su hijo recién casado. A sus padres les tomó un año hacer las paces con su decisión de irse, pero ahora están contentos por él, dice. En muchos aspectos, Herman es la imagen de un indonesio moderno. Distrae a su hijo de un año con dibujos animados en su teléfono inteligente. Cuando no está trabajando en el campo, vive en su teléfono, como cualquier otro millennial obsesionado con las redes sociales. Piensa en términos de pérdidas y ganancias, no de virtudes y vicios, lo cual está bien dado que usa chanclas y tiene un panel solar colocado en su techo de paja, rompiendo las prohibiciones contra los zapatos y la electricidad”. Y la nota finaliza: “cada año, un número pequeño pero creciente prestan atención a estos deseos y abandonan a Kanekes [la aldea tradicional] por completo. La Modernidad se precipita. No hay vuelta atrás”.
Con respecto al estómago en el cerebro, la publicación trata de cómo la comida afecta a nuestra mente. “Una buena comida tiene un impacto positivo en el estado de ánimo. Parte de ese placer es inmediato. Aquellos que evitan los excesos y las disputas familiares disfrutarán de un aumento posprandial de su azúcar en la sangre. Eso provocará una avalancha de endorfinas, sustancias químicas que actúan como hormonas felices, que se precipitarán a través de sus cerebros”. Por supuesto, y en línea con Davos, sugiere aumentar la ingesta de verduras, frutas, cereales y legumbres y disminuir el consumo de carnes: “Ahora está claro que algunas dietas son particularmente buenas para el cerebro. Un estudio reciente concluye que seguir la “dieta mediterránea”, rica en verduras, frutas, legumbres y cereales integrales, baja en carnes rojas y procesadas y grasas saturadas, reduce las posibilidades de sufrir accidentes cerebrovasculares, deterioro cognitivo y depresión. Otro trabajo reciente que analizó una dieta mediterránea “verde” alta en polifenoles (los antioxidantes que se encuentran en cosas como el té verde) encontró que reducía la atrofia cerebral relacionada con la edad. Otra versión, la dieta de la mente , enfatiza, entre otras cosas, comer bayas sobre otros tipos de frutas y parece disminuir el riesgo de demencia (…) Solo el 10 % de los adultos en los Estados Unidos consume la porción diaria recomendada de vegetales y solo el 12 % consume suficiente fruta. Es una historia similar en gran parte del mundo. Como resultado, muchos recurren a suplementos de vitaminas y minerales para compensar sus deficiencias dietéticas”.
The Economist se pregunta con interés: “¿Podría esto afectar la forma en que las personas piensan y sienten? Cada vez hay más evidencia de un vínculo entre el intestino y el cerebro en lo que se denomina psicobioma, parte del microbioma, que hace precisamente eso”.
Con respecto a la inflación, la publicación indaga en la historia del siglo XVI: “La gran inflación de los años 1500 resuena inquietantemente hoy”, se titula la nota. “En los días de Enrique VIII, Inglaterra parecía estar desmoronándose. Nunca había habido tantos mendigos, informaron testigos, muchos de los cuales te cortarían el cuello si tuvieran la oportunidad. Todo el mundo sospechaba, con razón, que la moneda estaba siendo degradada. La moral estaba tan degradada como la moneda.(…) El exceso de demanda ciertamente jugó un papel. La población había crecido rápidamente después de la Peste Negra; muchas de esas personas se habían mudado a las ciudades. Esto aumentó la demanda de alimentos incluso cuando redujo el número de agricultores que los producían. Y algunos monarcas engatusaron la economía manipulando la moneda”. Sin embargo, también había problemas por el lado de la oferta: “Aproximadamente en 1545, la gente descubrió grandes depósitos de plata en Bolivia. Potosí, el centro de esta nueva industria lucrativa, se convirtió quizás en la quinta ciudad más grande del mundo cristiano por población (después de Londres, Nápoles, París y Venecia). En el primer cuarto del siglo XVI apenas habían llegado a las costas europeas diez toneladas de plata. Hacia el tercer cuarto de siglo Europa importó 173 toneladas. España, a donde llegó gran parte del metal, experimentó inicialmente una inflación especialmente alta, pero luego se extendió por el resto de Europa, hasta Rusia”.
“El aumento de la inflación de hoy, de tan solo un año de antigüedad, ya ha tenido profundas consecuencias sociales y políticas. La confianza del consumidor está en su punto más bajo a medida que disminuyen los salarios reales; los políticos en ejercicio son impopulares; y las protestas por el costo de vida se multiplican. Los salarios reales medios, que a principios del siglo XVI estaban en el nivel principesco de unos siete peniques a la semana, luego cayeron y cayeron y cayeron. No recuperarían su poder adquisitivo hasta finales del siglo XIX. Las consecuencias de este todopoderoso apretón en los niveles de vida fueron más allá de la mendicidad desenfrenada y las orgías en los funerales. En toda Europa, la sociedad y la política se volvieron radicalmente inestables. Más importante aún, los gobiernos sufrieron”, advierte The Economist.
“La inflación por lo tanto, con el tiempo, contribuyó a estados más débiles y una crisis de deuda. Los gobiernos hicieron lo que pudieron para aumentar los ingresos. En 1544 y 1545, Enrique VIII se deshizo de activos estatales, como terrenos, por valor de más de 150 000 libras esterlinas (o más del 2 % del PIB ), y hubo ventas menores bajo Isabel I a principios del siglo XVII. Los títulos de caballero se otorgaron “en cantidades sin precedentes”, la mayoría por grandes honorarios, señaló Goldstone. Eventualmente, la gran inflación llegó a su fin. El crecimiento de la población se desaceleró, reduciendo la demanda de bienes y servicios. Los monarcas dominaron la política monetaria y fiscal, prometiendo incumplir y degradar con menos frecuencia de lo que solían hacerlo. Y el flujo de metales preciosos de las Américas se desaceleró. Sin embargo, las lecciones del siglo son claras. No importa la causa, las sociedades que permiten que se establezca la inflación deben esperar algo más que la degradación de sus niveles de vida”, concluye la publicación, en tono de amenaza.
Sin embargo, el apuntar a la inflación del pasado quizá pueda en realidad estar aludiendo al período inflacionario en Europa y EEUU de los años 30, que culminó en la Segunda Guerra Mundial. En cualquier caso, la inflación puede ser la excusa traumática tanto para continuar con la demolición controlada de la economía, como para la implementación futura de la Moneda Digital de Banco Central (CBDC), con lo que el control sobre cada consumo de cada ciudadano será total.
La vaca india le amerita a The Economist una crítica al gobierno nacionalista de Narendra Modi: “El primer ministro de la India tiene una fijación con las vacas. Bajo su Partido Bharatiya Janata ( BJP ), se han convertido en un símbolo de la lucha por rehacer India como un estado hindú. Comer o no comer carne de res se ha convertido en la cuestión que divide a los mil millones de hindúes del país, que protegen a las vacas porque las reverencian, y a los 200 millones de musulmanes, cuya religión les permite comer carne y sacrificar vacas. Más que clase o casta, esta distinción despierta pasiones y gana votos”. Y luego también la preocupación ambientalista y globalista sobre el crecimiento poblacional del ganado vacuno: “Mientras tanto, la población de ganado de la India se está disparando. Después de milenios de matanzas y sacrificios, adoración y protección, las vacas de la India se han convertido en peones de la derecha hindú”.
La nota sobre el cricket y el béisbol no es otra cosa que una excusa para promover la inmigración hacia EEUU: “Visto así, importa menos si 330 millones de personas piensan que el cricket es estadounidense. Al brindar oportunidades, la perspectiva de prosperidad y, sobre todo, un futuro mejor para los inmigrantes, el deporte inglés ya está imbuido de los ideales sobre los que se fundó Estados Unidos. “No puedo ser el primero en preguntarme si lo que vemos, cuando vemos a hombres de blanco ir a un campo de cricket, son hombres imaginando un ambiente de justicia”, escribe el Sr. O’Neill en “Netherland”. Para mucha gente de este planeta, eso es lo que representa Estados Unidos también”.
El artículo sobre una ciudad china en Europa, sobre los habitantes de Wenzhou que emigraron a Francia y otros países europeos, es una excusa para tratar la cuestión de la xenofobia y el racismo: “Los manifestantes se quejaron de que las autoridades parisinas solían ignorar tales ataques contra personas de etnia china. La protesta provocó mucho debate en Francia sobre tales crímenes. Los agresores del sastre fueron condenados por el asesinato. El tribunal dictaminó que era racista”.
“Los chinos celebran la poesía Tang como el pináculo de su cultura” afirma la publicación en otra de sus notas destacadas en tapa. “Los lectores en inglés que lleguen a esta poesía por primera vez la encontrarán esperando como el abanico de seda blanca de Pound, “tan claro como la escarcha sobre la brizna de hierba”, celebra así The Economist la cultura china, en muchos aspectos, un modelo que también ha sido elogiado por Klaus Schwab desde el Foro de Davos.
“El futuro del Haj” se titula otra de las notas centrales. El haj es la peregrinación musulmana a la meca, que en 2023 se realizará entre el 26 de junio y el 1 de julio. ¿Estarán prediciendo algún evento en la Meca o con Arabia Saudita que altere la paz mundial? Nada podría extrañar dado el creciente distanciamiento del país petrolero con los EEUU. “Antes de que la pandemia condujera a un límite temporal en los números, asistían 2,5 millones de peregrinos cada año. Para 2030, el gobierno saudí quiere 6 millones. Hoy la peregrinación es posible mitigando el calor con tecnología e infraestructura. Pero a medida que el mundo se calienta, mantener a salvo a los hajis será más difícil y costoso”, augura con cierta negatividad The Economist.
“El Copyright relaja su control” señala a Hollywood perdiendo sus derechos sobre creaciones de los años 20. Los “derechos reservados” vienen poniéndose en juicio desde la emergencia de Internet. Pero también el propio concepto de propiedad comienza a ser cuestionado no ya por el marxismo clásico sino por el mismísimo Foro de Davos. Cabe recordar el ya famoso “Para 2030 no tendrás nada, pero serás feliz”.
Y, finalmente, “La nueva mirada tecnológica de mundo”, habla de la frustración de los grandes empresarios de la industria tecnológica, al ver que el mundo realmente no ha logrado cambiar para bien de manera utópica con las nuevas tecnologías. Presenta a uno de ellos: “El director ejecutivo de Open Ai, una empresa emergente valorada en casi $ 20 mil millones cuya misión es hacer de la inteligencia artificial una fuerza para el bien, no es de conversaciones ligeras. Los únicos signos de alegría son dos pares de zapatillas altas de color rosa que se encuentran en una estantería, con logotipos que representan sus dos tecnologías favoritas, la IA y la fusión nuclear”. The Economist/Rothschild, sin embargo, les da un consejo optimista: “Las frustraciones con una sociedad lenta los han alentado a poner su dinero y su cerebro a trabajar en problemas relacionados con la financiación de la ciencia y la redistribución de la riqueza a universidades completamente nuevas. Su exaltación de la ciencia puede alentar un mayor enfoque en la tecnología dura, en lugar de las aplicaciones de Internet. Si pueden inspirar a los futuros empresarios a involucrarse en el duro trabajo de construir las empresas de un billón de dólares del mañana, sus elevadas teorías habrán valido la pena”.
La menorah de Janucá disfrazada de árbol de Navidad en la tapa, presenta un panorama de los deseos de la élite financiera detrás de The Economist para nuestro mundo: degradación de las tradiciones, crítica a los nacionalismos, una mirada a los distintos pueblos como meros productores de cultura y no como entes soberanos, cerebros siendo manipulados por dietas sin carne, inflación desestabilizando gobiernos y descristianización de Occidente.
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