Los pucheritos del doctor Sánchez – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

En alguna ocasión anterior hemos afirmado que el doctor Sánchez se dirige a retrasados mentales encantados de que les meen en la jeta, hordas de zombis dispuestas a tragarse las patrañas más groseras y a defender –con la propia vida, si es necesario– a su líder carismático. Lo volvimos a corroborar tras escuchar las mamarrachadas que el doctor Sánchez soltó el otro día, entre pucheritos, después de que se publicara el informe de la UCO donde se narran las hazañas de su guardia pretoriana. Sólo un psicópata que sabe que se está dirigiendo a gente lobotomizada tiene cuajo, después de un escándalo semejante, para venderse como la pobre víctima de un engaño y pedirnos perdón por haberse dejado engañar. Hace apenas quince días, el doctor Sánchez se solidarizaba con Cerdán, faraute de sus entretelas, ante «el acoso de ultraderechistas disfrazados de periodistas» empeñados en involucrarlo en diversos trinques, chanchullos y trapicheos. Pero, como por arte de birlibirloque, Cerdán se ha convertido de repente en una suerte de lobo solitario de cuyas andanzas el doctor Sánchez nada sabía, hasta que cayó en sus manos el informe de la UCO (mucho más letal que esa bomba lapa que, según la fábrica de bulos monclovitas, iban a colocar los agentes de la UCO en los bajos de su coche).

En el propio informe de la UCO se recoge una conversación donde el bueno de Koldo asegura que existe un método muy sencillo para camuflar comisiones ilegales mediante facturas ficticias, conocido «por todos los ministros»; y una parte importante de esas comisiones ilegales se destinaba a la financiación del partido de Estado. Tal vez el momento más abracadabrante de la intervención del doctor Sánchez fue cuando anunció que encargaría una «auditoría externa» de las cuentas del partido. ¿Pero qué «auditoría externa» ni qué niño muerto? Deja, almario de embustes, que la Guardia Civil indague ese gatuperio hediondo, en lugar de propagar bulos desquiciados y calumnias infames que hacen migas su prestigio; deja, silo de bellaquerías, que los jueces puedan instruir una causa penal con las garantías debidas, en lugar de poner a tus «fontaneros» a urdir maquinaciones que arruinen su carrera, en lugar de arbitrar leyes inmundas que los aparten de la instrucción, en lugar de infestar la carrera judicial con advenedizos y aprovechateguis dispuestos a lamerte las almorranas.

Quien se creyera los pucheritos y pamemas del doctor Sánchez no se distingue del acólito de la secta que se entrega a su gurú, para que le perfore todos sus orificios y le birle todos sus ahorros. El discursito del doctor Sánchez volvió a probarnos que los partidos políticos funcionan al modo de sectas que, mientras alimentan a sus adeptos con gallofas ideológicas (el doctor Sánchez no se privó de soltar algunas, entre pucherito y pucherito), se dedican al afán de lucro más desenfrenado. Por supuesto, la corrupción es una lacra íntimamente vinculada a la naturaleza humana; pero la partitocracia es un régimen político que garantiza su carácter irrestricto y favorece un ‘ethos’ corruptor, pues a la vez que exalta la demogresca (de tal modo que a las masas cretinizadas sólo indigne la corrupción del negociado ideológico adverso) promueve la demolición de las virtudes privadas y públicas, hasta lograr que la sociedad chapotee en un lodazal, mientras la clase dirigente disfruta de sus latrocinios.

En esta España parasitada por la partitocracia, la corrupción no se detiene en los partidos, ni siquiera en el ámbito administrativo, sino que infecta y gangrena todas las realidades sociales. Así, se han multiplicado como las arenas del mar los merodeadores de comisiones y los intermediarios que exprimen el trabajo del prójimo; así la relajación de las costumbres se ha extendido a toda la población, convertida en papilla humanoide que reniega de toda forma de esfuerzo fecundo; así los hijos dejan de respetar la autoridad de los padres y los padres se desentienden de sus obligaciones con los hijos; así se aplaude la holganza, el subsidio y la subvención como medio de vida; así los profesionales liberales o manuales, en su prisa por ganar dinero, imponen la chapuza como modelo de trabajo.

La corrupción del partido de Estado no es sino el corolario de un deterioro moral mucho más profundo de la sociedad, inducido por las élites del Régimen del 78. Corrupción habrá siempre, pues «poderoso caballero es don dinero»; pero la corrupción no es más que un epifenómeno, un corolario inevitable de otros males más profundos. Pasará esta escandalera y España seguirá gangrenada, con el envilecimiento moral campando por doquier. En una de las conversaciones entre truhanes recogidas en el informe de la UCO, el bueno de Koldo sostiene: «También está el tema de Marruecos, y aquí nadie dice nada». ¿Sabremos algún día la sobrecogedora razón (que deja chiquitos los trinques, chanchullos y trapicheos que ahora nos escandalizan) por la que el doctor Sánchez traicionó al pueblo saharaui, cuya defensa era una de las causas supuestamente irrenunciables del partido de Estado y de sus adeptos? Si entonces los zombis a los que se dirige el doctor Sánchez ni siquiera rechistaron, sabiendo que la traición del pueblo saharaui era el precio que exigía Mujamé a cambio de su silencio, ¿por qué habrían de rechistar ahora? Si se pararan a pensar, concluirían enseguida que ese Santos Cerdán que honra su apellido y denigra su nombre es un chivo expiatorio; pero han renunciado a la funesta manía de pensar. Han dejado de ser humanos.

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