Por Marcelo Ramírez
La reciente Cumbre del BRICS trajo consigo no solo novedades en cuanto a posibles alianzas, sino también una exposición de las tensiones internas del bloque. Mientras Rusia y China buscan consolidar una unión más robusta frente a Occidente, Lula parece estar adoptando un papel ambiguo. Esta vez, la negativa de Brasil a aceptar a Venezuela como miembro de pleno derecho ha generado un cisma que no pasó desapercibido, ni para los que esperaban una integración regional más coherente, ni para los que observan desde el Kremlin con un dejo de incomodidad.
Pero, claro, ¿cómo no dudar? La narrativa oficialista de un Brasil que, en teoría, respalda la inclusión y la cooperación regional choca de frente con la realidad. Venezuela agradece públicamente a Putin por su apoyo y, en el mismo comunicado, denuncia que el “obstáculo” es la política de Brasil. Aunque sin mencionar directamente a Lula, el texto venezolano desempolva al eterno villano Bolsonaro, como si su fantasma pudiera ser el único responsable del desplante. De alguna manera, resulta funcional a la política de Lula mantener el “sospechoso habitual” en escena, mientras el verdadero juego se sigue desarrollando entre bambalinas.
Sin embargo, si algo dejó claro esta cumbre fue que Putin no está para rodeos diplomáticos. Su respuesta a la exclusión de Venezuela fue directa, quizás incluso demasiado para el gusto de aquellos acostumbrados al lenguaje sutil de la política internacional. Ante la negativa de Brasil, Putin señaló públicamente lo que todos ya sabían, pero nadie se animaba a decir en voz alta: si Venezuela quedó afuera, no fue porque Rusia u otro miembro se opusieran, sino por el propio Brasil. El mensaje, en realidad, no era solo para los medios; era una especie de advertencia para Lula y el resto de su equipo, un recordatorio de que Rusia tiene una postura clara y que su paciencia, por lo visto, también tiene un límite.
Con esta jugada, Putin dejó entrever el fastidio que le genera la posición de Brasil, ese vaivén entre el antiimperialismo de manual y una complacencia apenas disimulada hacia Estados Unidos y sus amigos europeos. La negativa a abrir las puertas a Venezuela y Nicaragua —países con un perfil claramente antioccidental— revela, según analistas, que Lula no ha dejado de lado muchas de las políticas de Bolsonaro. El problema no es nuevo, y algunos ya empiezan a preguntarse cuánto tiempo podrá sostener Brasil, esa ambivalencia sin que el BRICS comience a resentirse.
Así, mientras que otros miembros como Rusia abogan por una integración sólida de aliados estratégicos, Brasil sigue optando por un perfil de «socio esquivo». Lula, que en teoría representa la izquierda y el compromiso latinoamericano, parece haber adoptado el estilo de esos socios indecisos que no terminan de definirse, siempre con un pie dentro y otro fuera. Porque lo paradójico de esta historia es que países con tensiones históricas mucho más profundas, como Irán y Arabia Saudita, lograron un espacio dentro del BRICS, mientras Venezuela —un país con lazos ideológicos y estratégicos más cercanos a Brasil— quedó relegada, probablemente en nombre de “otras prioridades”.
La estrategia de Brasil en el BRICS no solo plantea preguntas; también parece diseñada para mantener contentos a todos —o al menos intentarlo. A Lula no le tiembla el pulso para alinearse con Estados Unidos cuando se trata de vetar a Venezuela, pero tampoco duda en mostrar una imagen de Brasil como “aliado regional” cuando conviene. Con estos movimientos, uno podría pensar que intenta jugar al amigo de todos, sin darse cuenta de que en la política internacional, esa tibieza puede ser la puerta al aislamiento.
Como era de esperarse, este posicionamiento no parece ser del agrado de Putin. Después de todo, el líder ruso no es precisamente un entusiasta de los dobles juegos y las ambivalencias. Y aunque en otros momentos la diplomacia rusa podría haber “pasado por alto” la decisión de Lula, esta vez la respuesta fue directa y hasta inusual en su contundencia. Si algo quedó claro es que el Kremlin no piensa hacer la vista gorda cuando de integridad regional se trata. En un contexto de crecientes tensiones con Occidente, Rusia prefiere aliados leales, no socios a medio tiempo.
Entonces, mientras Putin prefiere rodearse de países con posturas firmes y antiimperialistas, Lula sigue sacando a relucir el espíritu “moderador” de Brasil, como si aún quedara lugar para la tibieza en el juego de poderes globales. Pero la pregunta queda en el aire: ¿Cuánto más podrá mantener Lula esta postura antes de que el bloque comience a resentirse? Por lo pronto, con esta última jugada, Putin dejó claro que las definiciones a medias tienen fecha de vencimiento, y que el BRICS no está para indecisiones que solamente compliquen la estrategia de quienes realmente juegan en serio.
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