Manifiestos – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

Siempre me ha parecido despreciable –tal vez porque desconfío instintivamente de las comanditas y las opiniones al alimón– la querencia irrefrenable que muestran algunas personas del gremio «intelectual» o artístico, siempre dispuestas a firmar manifiestos en defensa de causas variopintas. Tal vez porque llevo más de treinta años escribiendo a pecho descubierto, arrostrando las consecuencias poco gratas de la disidencia, que se sustancian en una soledad creciente; pero el buey suelto, aunque sea un buey apestado, bien se lame. Además, considero que Dios nos hizo a todos distintos; por lo tanto, no creo que pueda haber un mogollón de personas que opinan lo mismo sobre un asunto, por muy afines que sean. Y, en fin, la adhesión a un manifiesto diluye la responsabilidad de los firmantes: no es lo mismo firmar personalmente una diatriba denostando a tal o cual gobernante que suscribir un manifiesto en el que los denuestos se reparten entre doscientos; tampoco es lo mismo actuar de turiferario de tal o cual gobernante a título personal que fundirse en la nube de incienso que prodigan en comandita doscientos turiferarios. Firmar manifiestos, a la postre, es un oficio de cobardes, arrimadizos y gregarios.

El mes pasado se publicaba un manifiesto de apoyo al doctor Sánchez en el que, junto a chupópteros varios de su negociado ideológico, figuraban unos cuantos «intelectuales» y artistas entre los que no faltaba algún comisario político; pero donde también firmaban personalidades indiscutiblemente eminentes. Si en general los manifiestos me dan grima, aquel manifiesto me produjo incluso repugnancia moral, pues creo que para mostrar apoyo a alguien tan inescrupuloso como el doctor Sánchez hacen falta un sectarismo y unas tragaderas del tamaño del túnel del Guadarrama. Muchas de las personalidades eminentes que firmaban aquel manifiesto son millonarias y en edad provecta, de manera que no creo que lo firmaran por arrimarse a una teta próvida.

Comentando este asunto con un puñado de jóvenes, descubrí con sorpresa que no conocían a muchos de los firmantes del manifiesto; y, cuando los conocían, era de refilón o pasada, como conocemos a las estantiguas de otra época. Uno de aquellos jóvenes, tal vez el más perspicaz, me brindó esa explicación: «Yo creo que la razón por la que esos intelectuales y artistas firmaron ese manifiesto tiene que ver, precisamente, con la conciencia dolorosa de que su obra nos importa una mierda a los jóvenes. Saben que detrás de ellos viene un mundo que los ignora y los mandará al basurero de la Historia. Así que, aferrándose a Sánchez, creen que pueden coagular el paso inexorable del tiempo, prolongar su vigencia marchita y apuntalar al statu quo cultural que los mantiene en el machito. Saben que después viene el olvido, por eso se aferran al mundo caduco que los encumbró«.

Me pareció una explicación tan lúcida como cruel y, desde un punto de vista psicológico, terriblemente perspicaz.

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