Medidas desesperadas ante el declive terminal del poder anglosajón – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez

La situación de Ucrania empeora semana a semana. La dilatada caída de Bajmut es el inicio del derrumbe de la segunda línea defensiva que la OTAN edificó en ese país durante 8 años. Si consideramos que desde el 2014 en que se derrocó mediante una revolución de color a Yanukóvich, el desarrollo de los acontecimientos parece prefijado hacia el conflicto con Moscú.

Rusia ha sido impelida a avanzar sobre el Donbass para liberar a los pueblos que habitan el lugar y que son sistemáticamente atacados por los ucranianos neonazis. El camino recorrido desde el Euromaidán hasta la fecha ha sido el planificado por Occidente para desgastar a los rusos, aunque tal vez el desarrollo del último año no haya sido el esperado.

Las presiones económicas vía sanciones no ha conseguido los efectos necesarios, Rusia ha mantenido su economía funcionando y su balanza comercial ha sido fortalecida. Si por algún momento pensamos que las sanciones funcionarán en el futuro y necesitan más tiempo, los resultados militares comienzan a pesar, impulsando la desesperación de la OTAN, que ve que simplemente que ese tiempo será insuficiente para concretar los planes iniciales.

Las presiones que hemos visto contra distintos países solo terminan por demostrar su propia debilidad. 

Un ejemplo es como la congresista estadounidense María Elvira Salazar se despachó con una serie de amenazas contra la Argentina por una presunta alianza con China para fabricar aviones militares.  Algo absolutamente sin fundamento para quien tiene un mínimo conocimiento de la política local, pero que es una muestra de cómo actúa con absurda desesperación los EE. UU., que ven cómo el poder se les escurre de las manos.

Claro que esto tiene una lógica y es el silencio de las autoridades argentinas que han pasado por alto las declaraciones en un ámbito oficial como es el Congreso de los EE. UU. Solamente se le indicó al embajador argentino en ese país, Argüello, que respondiera tibiamente. La protesta en realidad no fue tal, sino apenas explicaciones que trataban de dejar establecido que en realidad la acusación carecía de fundamento.

Este es el nivel de temor y servilismo de las naciones que apoyan a Washington. Miedo a que un elemento de tercera o cuarta línea en los EE. UU. los acuse. 

Países con gobiernos más dignos han sido puestos a prueba, el caso de la revolución de color georgiana es un ejemplo de lo que les espera a aquellos que tratan de tener una actitud soberana. EE. UU. ha intentado que Georgia se transformara en un frente adicional contra Rusia. Sin embargo, el gobierno de ese país se negó a ello y con justa razón, viendo lo que sucede con Ucrania.

La venganza no tardó en llegar con la fórmula de siempre. Está claro que no se trata de algo espontáneo o popular cuando el reclamo de los manifestantes es oponerse a una nueva ley sancionada con el objetivo de lograr que se derogue una disposición que obliga a las ONG y otras organizaciones que reciban más del 20 % de sus ingresos desde el exterior, a inscribirse en un registro de agentes extranjeros.

Es difícil imaginar que esa ley desencadene protestas antigubernamentales, en otros lugares que hemos podido observar las protestas se detonaban con aumentos de precios de alimentos o combustibles, temas sensibles a la población en general. Sin embargo, al igual que las amenazas sobre Transnistria y Moldavia, el plan parece haber perdido fuerza rápidamente, sumando más razones para pensar en la debilidad occidental.

Las presiones, como vemos, son de todo tipo y no se limitan a pequeños países sino a otros poderosos, como sucede con Alemania, quien ha visto suceder el ataque al Nord Stream I y II pasivamente. Lo más increíble es considerar que esto podía ser un ataque de falsa bandera motorizado por rusos y ucranianos, en el cual estadounidenses y británicos son absolutamente ajenos. Claro está que esto lo dijeron los servicios de inteligencia anglosajones y fueron apoyados por la prensa que prácticamente convalidó la absurda hipótesis.

Cabe mencionar que Rusia perdió su inversión, que Ucrania y otros países no querían funcionando ese gasoducto y que el propio Biden había dicho que ese gasoducto iba a “caer”, las cosas quedan bastante claras.

Si alguna duda queda aún podemos recordar que EE. UU. ha reemplazado el gas ruso a un costo muy superior.

Las decisiones extremas parece que afectan al propio EE. UU., mientras el Coronel McGregor explica que Biden no sobrevivirá en la presidencia a los próximos 90 días, Donald Trump denuncia que el martes 21 de marzo será detenido por cuestiones políticas y llama a movilizarse a las calles a sus partidarios.

Nunca en la historia reciente vimos esta situación interna que ha tomado especial relieve de la elección viciada de Biden y los sucesos del Capitolio. Más señales de descomposición.

La situación militar, ya sabemos, ha venido escalando desde el inicio con la entrega de armas cada vez de mayor alcance y más poderosas. No vamos a repasar la larga evolución del conflicto, que ha llevado a las naciones aliadas a los atlantistas a enviar desde los Javelin iniciales hasta los actuales Leopard II y las promesas de F16.

Rusia ha realizado múltiples advertencias, la última fue la de considerar como enemigos a quienes provean armas de este tipo, como consecuencia del paso más audaz que fue el asesinato de un menor en una aldea rusa fronteriza, hecho que ha sido respondido por Rusia con 6 misiles hipersónicos.

Si bien es cierto que ha sido una represalia por el ataque a civiles, el uso de estos misiles tienen un objetivo adicional y marca el grado de tensión militar. El derribo del drone estadounidense cerca de Crimea demuestra dos cosas, que la OTAN está decidida a comprobar la reacción rusa ante su avance y la respuesta de Moscú, contundente  con el derribo.

La situación, como decíamos, crece exponencialmente y alcanza a actores como China, que pese a sus intentos de no aparecer como un protagonista en la guerra mundial en ciernes, se ve empujada por los EE. UU. Washington comienza a cercar a Beijing y exhibirla como un blanco potencial de a sus represalias.

Lejos han quedado los tiempos de amistad, los negocios bilaterales finalmente se rinden ante los intereses geopolíticos y demuestran la relación subordinada de la economía ante el poder real. El poder del dinero, para los poderosos, no es un fin en sí mismo, sino un medio para el control y el poder real, de eso se trata finalmente.

China choca entonces por ver quien determina la nueva arquitectura mundial que regulará las relaciones internacionales.

Rusia es la punta de lanza, mientras que con poca difusión se produce un hecho de gran importancia como es la reanudación de las relaciones diplomáticas, intercambiando embajadas entre Irán y Arabia Saudí. Una señal de la reconfiguración global a través de las acciones regionales.

El atlantismo está tomando acciones cada vez más desesperadas, si no no podemos encontrar explicaciones a las políticas equivocadas que se vienen sucediendo sin pausa.

Las presiones abiertas sobre países como Argentina, las políticas de ruina a las que somete a la UE, y la ruptura de normas y mercados merecen una reflexión. Impulsar la quiebra de los europeos con China significa un golpe a la economía del país asiático que será temporal, porque Beijing ha venido trabajando en medidas de acceso a otros mercados alternativos.

Los consumidores de Asia Oriental tiene una cercanía física y cultural con la nación liderada por Xi, y dado el crecimiento de estos espacios, y simplemente la UE se verá privada de este socio comercial.

El impulso de profundizar la explotación europea sobre Iberoamérica en este marco, con una China desafiando esa lógica histórica y ofreciendo financiamiento para grandes obras en países endeudados de la región, terminará a la larga por debilitar a los propios EE. UU. que verán caer a sus aliados más cercanos y dóciles. 

Si vemos que el Reino Unido se había separado de la UE con el Brexit antes del inicio de la crisis, es natural ver estos movimientos como parte de una estrategia general que va mucho más allá de la cuestión de Ucrania.

Los atlantistas anglosajones han apresurado desprolijamente sus acciones con una premura que no explican, pero que es visible ante una observación detallada. Las acciones tomadas en materia energética y comercial/ financiera comienzan a acelerar los tiempos y expresarse en las noticias que indican la caída del Banco Silvergate y del Silicon Valley Bank, el primero especializado en criptomonedas y el segundo en la financiación de las empresas de desarrollo tecnológico.

La quiebra amenaza extenderse hacia otros bancos menores, aunque el Credit Suisse demuestra que una de las grandes instituciones financieras del mundo pueden estar en serias dificultades y que probablemente necesitarán un cuantioso rescate o irán a la quiebra.

Si la banca suiza está en problemas así, es que la cuestión es seria. La preocupación se extiende a otros aspectos y uno de los cuales es quienes son los principales accionistas de estas entidades. El Silvergate tiene entre sus propietarios al megafondo de inversiones StateStreet, junto a otros dos de los grandes: Vanguard Group y a BlackRock.

El corazón del poder real está constituido por quienes controlan esos fondos mencionados, La mayoría de las corporaciones más poderosas del mundo son propiedad de “the big three”.

Todos venimos escuchando sobre el estallido de una mega burbuja financiera que puede hacer estallar el sistema. Muchos analistas económicos anticipan que esto es inevitable y que la pregunta correcta no es si estallará sino cuándo.

Las señales habían comenzado con preocupación cuando la plataforma de intercambio de criptomonedas conducida por Sam Bankman – Fried presentaba su quiebra sorpresivamente. Curioso nombre el del especulador Bankman – Fried, cuya traducción literal del inglés es “banquero frito”, una metáfora de su destino.

FTX, la plataforma mencionada, golpeaba en la línea de flotación de quienes creían ver una revolución de la mano de las criptomonedas.

Sabemos que el control de la moneda es una de las grandes ambiciones de los sectores más concentrados de la riqueza. La conocida frase “Dadme el control de la moneda de un país y no me importará quién hace las leyes” de Mayer Amschel Rothschild, resume la realidad mejor que nada. Es evidente que quienes han batallado por siglos para controlar los Bancos Centrales y desde allí conducir los destinos de la humanidad, difícilmente cederían esa fuente de poder a un grupo de nerds tecnológicos y sus ideas modernas de democratizar el dinero a través de la imposición de criptomonedas anárquicas.

Escapa a los analistas defensores del futuro de las criptos que la consideración no debe ser ni económica ni financiera, sino política. Cuando ya no les sirvieran o se transformaran en una amenaza, simplemente usarían sus resortes de poder para sacarlas de competencia.

Lo interesante de lo que hoy ha comenzado a suceder es que las entidades golpeadas son parte del control de las grandes fortunas escondidas en los pliegues de los fondos de inversión y su matrioshka que impide saber quienes físicamente son los controladores de esa enorme cuota de poder.

Sean quienes sean los que anónimamente controlan esa enorme masa de dinero que en fondos como BlackRock solamente puede alcanzar los 12 billones de dólares, es extraño ver que sus intereses puedan ser golpeados. Si lo son, y eso comienza a parecer, quiere decir que la sangre está llegando al río, algo serio puede estar sucediendo.

Si estas señales financieras las sumamos a las acciones antes descritas de tomar tantas medidas aparentemente irracionales que se están transformando en un bumerán amenazante, podemos encontrar una razón visible de por qué comenzamos a ver estas políticas occidentales extremas. Si la situación es apremiante y el esquema financiero que ha armado la megaburbuja, la Madre de todas las burbujas financieras, podemos comenzar a entender qué es lo que ha obligado a Occidente a apurar el paso. 

La aparente irracionalidad en realidad responde a que los intereses afectados por el ascenso sino-ruso son de tal seriedad y magnitud que requieren acciones radicales.

Las medidas desesperadas que vemos pueden estar en realidad respondiendo a una situación terminal y a la desesperación por desviar el curso natural del declive anglosajón. Tiempos extraordinarios que demandan medidas excepcionales.

La única incógnita en este cuadro que queda por resolver es hasta donde están dispuestos a llegar para conservar el timón del mundo. ¿Hasta una guerra nuclear? Si vemos cómo la idea de una guerra de este tipo entre las grandes potencias ha dejado de ser algo absurdo que solo podía considerar un teórico de la conspiración y que ahora esta posibilidad se discute abiertamente en todos los ámbitos, la respuesta puede ser inquietante.

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