Por Marcelo Ramírez*
El avance de la crisis entre los países occidentales es inexorable y se cumplen según una estricta lógica.
La inflación en valores altos se ha consolidado en cifras que se acercan al 10 %, mientras que las negociaciones salariales se sitúan como máximo en un tercio de esa cifra, resultando en consecuencia en una abrupta caída del poder adquisitivo.
Los indicadores amenazan en desencadenar una nueva crisis de deuda y las políticas de altas tasas de la Reserva Federal de los EE. UU. y del Banco Central Europeo siguen incrementándose con el fin de frenar la inflación, pero a costa de aplastar la economía.
Los índices bursátiles siguen en caída en consonancia con el cuadro descripto y las industrias anuncian que los valores energéticos impiden el funcionamiento, en consecuencia más de la mitad de las empresas europeas no podrán continuar. El rescate por parte de los Estados producirá una mayor impresión de dinero y una suba de la inflación, la no intervención se traducirá en un alza notable del desempleo.
Este desalentador cuadro solo puede empeorar con la llegada del invierno y con ello las mayores necesidades de energía que tendrá valores prohibitivos o simplemente escaseará.
Por ello, la UE exige a los Estados miembros la reducción en horario pico de entre 3 y 4 horas diarias de consumo.
Explicaciones de cómo acceder a la leña, temperaturas de calefacción no superiores a los 19 grados o agua caliente en menos de 60 grados, son ya parte de las medidas que comienzan a exigirse.
El malestar ciudadano entonces es natural, comienzan a realizarse protestas en las calles, preanunciando tiempos de convulsión social a medida que la situación se vaya enrareciendo con la llegada del invierno.
La inestabilidad económica y el correlato social ejercen presión especialmente sobre la UE. La represalia contra Hungría frenando un desembolso de 7,5 mil millones de euros denota la tensión interna, una tensión que era previa, pero que ha crecido ante una situación difícil.
Orban, que choca con las políticas identitarias de la UE, ha ido más allá, resolvió su situación energética con la colaboración de Rusia, y amenaza con vetar los planes de Von Leyen.
Chipre y Grecia pueden sumarse e Italia, con el posible arribo al poder de Giorgia Meloni, simplemente demuestran la fragilidad política de una UE que cuestiona la viabilidad de la misma ante la presión rusa.
La situación entonces es crítica, Rusia, que ha corregido su caída de 35 puntos del PBI, según estimaba Occidente al inicio del conflicto merced a las sanciones, a poco más del 2 % negativo, redobla la apuesta y muestra una economía saludable y que no presenta signos de agotamientos. La operación militar no se ve entonces comprometida.
Occidente, es decir, el globalismo que anida en Washington, ha tomado debida nota de la precariedad de la situación y la necesidad de actuar antes de que sea tarde.
La acción se ha dividido entonces en dos planos, uno en el militar impulsando un ataque ucraniano con altísimos costos junto a una apuesta por armas más sofisticadas y de mayor alcance.
En otro plano, ha puesto toda su expertise en guerras híbridas impulsando levantamientos en los países claves. Rusia ha visto un incremento de las protestas contra el reclutamiento, pero las mismas han sido de poco más de dos mil personas.
Moscú ya conoce el juego y las mismas fueron respondidas con arrestos que enfriaron a los más exaltados. Como sucedió en el inicio del conflicto con Ucrania, las ansias de rebeliones de las ONG y personajes liberales pro occidentales, que son las bases de las posibilidades de éxito de una revolución de color, son muy escasas en ese país.
El otro blanco es la República Islámica de Irán, quien sufre el tercer intento en los últimos años, con violentas, si bien no masivas, protestas, especialmente en los territorios kurdos del país persa.
Sin embargo, también Teherán tiene sólida experiencia y capacidad de Inteligencia como para frenar el conflicto en sus inicios, desarmando los grupos impulsados por Occidente. El escenario es repetitivo y no asombra, buscan un caso aislado que la prensa global presenta como una atropello, pero que en realidad no se sabe exactamente la veracidad de los acontecimientos según el relato de la misma.
A partir de allí salen grupos extremadamente violentos para tratar de arrastrar multitudes y desestabilizar el país. Esto no parece haber sido exitoso y la situación está bajo control de las autoridades.
Esta situación de escalada se complementa con la reactivación del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, impulsando en forma combinada protestas en Ereván para salir del esquema defensivo de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva).
Tampoco podía faltar una nueva vuelta de tuerca sobre el tema Taiwán, amenazando a China con apoyos militares a la isla rebelde en caso de ser invadida por Beijing.
Rusia ha respondido con un discurso de su presidente claro y amenazador. Moscú no va a permitir más ataques terroristas contra su territorio ni lugares donde habitan ciudadanos rusos. El anuncio de un inmediato plebiscito para unir las Repúblicas de Donetsk y Lugansk junto a los oblast de Zaporozhye y Kherson ha cambiado la estrategia.
Una vez realizado y confirmada la incorporación de los territorios rusos, cualquier ataque a esos territorios sería un ataque a la propia Rusia, por lo cual la respuesta sería de otro calibre.
Los 150 000 hombres enviados a Ucrania, son principalmente chechenos y miembros de la compañía Wagner en apoyo a las milicias del Donbass, sobre cuyos hombros ha caído la responsabilidad principal. Esta es una fuerza considerable, pero insuficiente para poder controlar al ejército ucraniano plenamente apoyado por la OTAN, no solo con armas, sino también con tropas propias.
La participación de soldados polacos, estadounidenses y británicos ha sido reiteradamente denunciada y se estima en varios miles, con cifras que varían entre los 3 y 9 000 efectivos, demanda una acción más decidida por parte de Putin.
La solución es entonces la movilización parcial de Rusia, que a partir del decreto presidencial empleará 300 000 hombres, aunque esto apenas representa el 1 % de los rusos capacitados para el combate. E inclusive hay versiones de que la cifra podría llegar hasta un millón.
Estos nuevos reclutas, que se les asignará 205 000 rublos mensuales (unos 3.400 dólares), serán seleccionados entre efectivos militares en reserva y seguramente irán a ocupar puestos en bases a fin de liberar esas tropas para que se vuelquen al frente de combate.
El impacto de 300 000 soldados cambiará el curso de la guerra y se espera que en el invierno Rusia pueda acelerar la derrota de Kiev.
Este movimiento deja en una situación precaria a la OTAN que verá dilapidados sus esfuerzos militares en Ucrania y lesionada gravemente su imagen como fuerza militar.
Pero impedirlo la llevará a un enfrentamiento directo con una Rusia que no solo ha decidido que lejos de retirarse va por más, sino que también ha señalado que sus armas nucleares pueden serán empleadas si son necesarias.
El mundo ha quedado al borde del conflicto termonuclear, Rusia ha advertido que es intolerable que siga en marcha el modelo occidental atlantista que no respeta y amenaza otras naciones que no son parte de ese mundo.
Ahora ha dado un paso militar que no le deja opciones al mundo anglosajón. Solo podrá rendirse o ir a la guerra, que será termonuclear, si insiste en mantener el statu quo actual de hegemonía legal pero no reflejada en lo material.
Las apuestas de ambos bandos han sido audaces, el globalismo empuja a una guerra mundial y es quien tiene su mano más clara. Si la guerra se generaliza y mueren 5 000 millones de seres humanos, sus proyectos de eliminación de excedentes de personas, innecesarios para la diagramación de un nuevo modelo productivo donde el trabajo humano se prevé como una rareza, se facilitan.
En un mundo caótico que se han destruido los principales Estados entre sí y donde las organizaciones internacionales como la ONU han dejado de existir, la reorganización será posible a partir de las grandes corporaciones que tienen estructuras internacionales ya probadas y que pueden acceder a cuerpos militares contratados para forzar la situación si hace falta.
Este es el sector que impulsa la guerra porque tienen todo para ganar y arriesga muy poco, un mundo postguerra mundial es el ideal para ser reconstruidos a su designio.
Los Estados occidentales han sido cooptados internamente por estos poderes, se mueven como huéspedes parasitados cuya voluntad es inexistente, encaminándose a la destrucción. Solo una sublevación interna en los EE. UU. contra el Deep State, el poder real que subyace debajo de la máscara democrática, es capaz de detener la guerra.
La prensa, el sistema partidocrático, las instituciones, todo ha sido colonizado por el sistema globalista que lo utiliza como ariete contra aquellos Estados en los que no ha podido controlar, haciéndolo chocar entre sí.
Rusia y sus aliados se han preparado para el choque y saben que es a todo o nada, Putin hace ya tiempo advirtió que a su país no le interesa un mundo sin rusos, por lo que no dudaría en usar todo el poderío nuclear para evitar la derrota.
Lo que Moscú entiende entonces es que hay un ataque sobre su territorio y su pueblo que se va consolidando rápidamente, pero saben que no es un conflicto más, sino uno que es por la supervivencia.
Esto es lo que no comprenden en Occidente. En primer lugar, les costó entender que Rusia es la agredida, no la agresora, luego han negado la seriedad del conflicto y el uso de armas nucleares.
Hoy, con los hechos a la vista, han debido aceptar a regañadientes que esto es ya una realidad, pero insólitamente buscan que Rusia derribe al gobierno de Putin, que la ha puesto de pie y que vela por su independencia e integridad.
Occidente pretende que sus sociedades acepten que Putin es un peligro para la humanidad porque no acepta rendirse y eso es propio de alguien cuya salud mental debe ser puesta en duda.
Lo más curioso es que quien lidera el partido de la guerra es un Joe Biden que toda su vida fue un halcón y responsable de la destrucción de varios países, con la agravante que hoy tiene claros problemas cognitivos.
La idea que Occidente intenta imponer de defensa de un gobierno nazista que ha matado 15 000 ciudadanos de su propio país porque son de origen eslavo ruso, es absurda en sí misma. El atlantismo intentó que Rusia cediera a la presión de las sanciones, pero viendo que sucedió lo contrario, apela a mostrar a Putin como un demente que no acepta someterse.
Las consecuencias entonces son las que vemos, Occidente acorrala a Rusia utilizando excusas, mientras que la guerra nuclear toma cuerpo.
Los intentos entonces de revoluciones y propagandas varias no son más que muestras del nerviosismo ante un plan que no funciona. Como aquellos perros que corren a un gato ladrando y que se paralizan y se quedan sin saber que hacer cuando el gato en lugar de correr se frena y los enfrenta, Occidente está desconcertado porque Putin no hace lo que debería. No corre, los enfrenta mientras les advierte que Rusia no puede perder más de que lo que perdería si se rinde ante los términos propuestos.
La advertencia de que Rusia no correrá más y enfrentará a su atacante debe ser considerada seriamente por las sociedades occidentales y deben deponer a los halcones que manejan sus estructuras gubernamentales. La caída del nivel de vida, la falta de energía, la desocupación o falta de alimentos parecerá una broma antes las perspectivas que se presentan si sus gobiernos no entienden que Rusia dijo basta y está dispuesta a lo que haga falta para no ser sometida.
Esto no debería sorprendernos si consideramos la incapacidad occidental actual de comprender que hay pueblos que aún creen en ideas de trascendencia y no miran todo con la óptica inmediata, materialista e individualista que se ha instalado y que inevitablemente interfiere con la comprensión real de las acciones de otros pueblos cuyos valores son diferentes.
*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV.
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