Occidente nunca contempló que Moscú jugaba un partido de largo aliento – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez

Las perspectivas de una guerra prolongada entre Occidente y Rusia no están contempladas en la mentalidad Occidental. Esto lo vemos a diario, cuando analistas políticos y militares trazan estrategias de enfrentamiento entre potencias a corto plazo y en forma relativamente limitada.

Las posibilidades de extender la guerra por largos períodos de tiempo no es considerada como una posibilidad, la idea de una inevitabilidad de la victoria occidental encorseta las posibles estrategias y tácticas.

Si Occidente no comprende que la mentalidad oriental, ya sea rusa, iraní o china, es diferente y actúa bajo otras bases, no conseguirá comprender la dinámica de los acontecimientos actuales y como estos países han planificado la confrontación.

Las guerras consecuentes, entonces, son prolongadas y de desgaste, no son violentas en una especie de “a todo o nada” donde las fuerzas, el entrenamiento y las armas sofisticadas resultan claves.
Cuando esa guerra se prolonga, todo comienza a mudar. Las guerras de desgaste tienen sus propias reglas, cambiando el enfoque territorial por el de las fuerzas.

Ucrania, influida por las presiones de la OTAN, ha adoptado este criterio. La guerra se librará por un espacio de algunos meses, y con la ayuda de la OTAN, se priorizará la conquista de territorios más allá del costo en hombres y equipos. Eso lo vimos en la contraofensiva ucraniana que quemó muchísimos recursos para obtener algunos kilómetros cuadrados, que Rusia cedió rehusando el combate en condiciones ventajosas.

¿Qué buscaba la OTAN? Obtener una victoria temporal, que cemente la idea de que Occidente no tiene rivales y que Rusia será derrotada. Una tregua en esas condiciones, luego de una ofensiva militar, les permitiría sostener su prestigio militar, para poder tomar aliento para un segundo ataque.

Eso es lo que hicieron, en definitiva, en el 2014, cuando se lanzaron sobre los rusoparlantes acorralados en el Donbass y firmaron acuerdos con Rusia para la pacificación. Esos acuerdos nunca fueron algo sostenible, eran solo un peldaño desde donde retomar la ofensiva contra Rusia. En una política de una boa constrictora, la OTAN avanzó y tomó aliento desde los 90 en adelante, llegando así a las fronteras rusas.

Preparándose para una gran e intensa batalla, o al menos amenazando a Rusia con ello, Occidente nunca contempló que solo estaba viendo un cuadro en una película y que Moscú jugaba un partido de largo aliento.

Las guerras de desgaste se apoyan en una enorme capacidad industrial que permite reponer las pérdidas constantes y tener profundidad geográfica para absorber una serie de derrotas temporales. Este tipo de guerras requieren un Estado cohesionado con su sociedad, dispuesto a realizar los sacrificios necesarios para sostener el esfuerzo de guerra.

Por ello, Rusia ha apuntado a destruir a las fuerzas ucranianas y de la OTAN en el terreno, cediendo el mismo si es necesario y avanzando cuidadosamente protegiendo sus propias fuerzas. Un enorme contraste con Ucrania, que busca exactamente lo contrario, avanzar todo lo posible al costo que sea.

El fin de cada uno es diferente, la OTAN cree que Rusia pactará la guerra y que se debilitará. Sin embargo, el gobierno de Putin ha planteado otro juego. Golpear y desgastar las fuerzas occidentales hasta conducirlas a la derrota.

Nada nuevo, finalmente ese mismo espíritu primó en la guerra contra Napoleón y contra Hitler.

Occidente no está preparado para este tipo de guerra, sus ideas son contra natura. La planificación del importante think tank CSIS sobre una hipotética guerra entre China continental y Taiwán, apoyado por Occidente, se extendió apenas a un mes, dando por sentado que ese es el límite imaginable de duración. Si Occidente no busca ni comprende una guerra total a largo plazo, eso es demasiado duro para sus intereses, motivados por la sed de codicia. Nada se gana luego de muchos años de guerra, un esfuerzo que deja extenuado a los combatientes y que nivela las capacidades finalmente. No conviene a sus intereses, por lo que el planteo es otro, el fugaz.

En consecuencia, todo el escenario está fijado con ese criterio. La composición de las fuerzas, el tipo de entrenamiento, de armas, de producción y todo lo concerniente al esfuerzo de guerra, es para combates intensos de corta duración.

Rusia comprende este hecho y organiza una guerra según sus necesidades, en una línea histórica. Dado su enorme territorio, cuenta con una enorme profundidad estratégica que le permite tener sus centros de producción lejos de los frentes de combate posibles, junto a abundantes recursos naturales y energéticos que le permiten sostener en el tiempo el desgaste de los combates.

Dentro de esta estrategia, Rusia contempla que la erosión constante será la regla, la capacitación de los soldados, su entrenamiento, caerá con el transcurso del paso del tiempo. La calidad de los soldados entrenados, a medida que las bajas los alcanzan, caerá y bajará el nivel del profesionalismo.

Ucrania hoy está viendo esto en funcionamiento, ya no tienen soldados capacitados, su entrenamiento es insuficiente y ya no solo debe recurrir a las armas extranjeras sino también a los soldados. Macron, con su iniciativa de enviar franceses, es un intento de sostener la falta de soldados capaces en el frente de batalla.

El otro componente crucial es la economía, quien pueda agotar los recursos del enemigo y sostener los propios, gana.

Israel está viviendo esto en carne propia y es un ejemplo de cómo Irán juega la misma partida que Rusia. No busca una confrontación directa, cosa que hace con desesperación Netanyahu, hasta el punto de chocar con sus propios aliados, porque sabe que Israel está viendo hundirse su economía, desgastarse sus recursos militares y perder capacidades productivas, dado que sus soldados son la misma mano de obra en la economía diaria. Mientras tanto, los árabes no pueden trabajar libremente por el conflicto en su país.

Simultáneamente, Irán avanza en sus posiciones, con su fuerza productiva y laboral intacta, enfrentando día tras día un Israel más débil. La guerra de desgaste es la clave.

Occidente, además, apuesta, desde su concepción, a armas de alta gama, con un presunto rendimiento excepcional, pero extremadamente costosas, caras de producirse y más aún de reponerse.

Los alemanes en la II Guerra Mundial producían para las divisiones blindadas, modelos como los Tiger, tanques de un altísimo nivel técnico, pero en cantidades limitadas, mientras que los soviéticos empleaban muchos menos recursos para construir un T-34, que podría ser inferior al alemán, pero al multiplicarse casi 10 veces su producción, eran más que suficientes para vencer. Y no olvidemos que, a mayor complejidad, más difíciles son de operarse, por lo cual requieren mayor capacitación, es decir, más tiempo de entrenamiento y mayores tiempos de reproducción.

Hoy el F35 es un ejemplo de las distintas visiones. Extremadamente delicado, caro de producir, caro de mantener y con demasiadas horas de mantenimiento por cada hora de vuelo, simplemente no puede competir con los SU 35 s, más simples, baratos, con mayor disponibilidad y con menores requerimientos operativos en cuanto a la infraestructura en tierra.

Según publica Brian Wang, especialista en este tipo de asuntos militares, los F-35A tienen una falla crítica cada 11 horas de vuelo y el mantenimiento del fuselaje únicamente, que excluye motores y sistemas, es de 4,4 horas-hombre por hora de vuelo.

Esto se traduce, según Wang, en que para volar un F35, entre 250 y 316 horas cada año, necesita entre 1100 y 1 400 horas cada año de mantenimiento de la estructura del avión, más las horas de motores y sistemas.

Wang añade, que el F-16, que tanto promociona la Argentina de Milei como una reciente y provechosa adquisición, tiene 29,5 horas de vuelo entre cada falla crítica. Por ello, un F16, y no hablamos de un aparato de casi medio siglo como los que compra Argentina, necesita 17 horas de mantenimiento por cada hora de vuelo, entre inspecciones, reparaciones y reemplazos para ser confiable y seguro.

¿Cómo enfrentar este problema cuando una guerra es a largo plazo? Se necesitan enormes recursos para sostener en funcionamiento estos aparatos, que por su complejidad y costo serán más difíciles de reemplazar, más trabajoso de pilotear y que requerirá pistas mejor preparadas que no estarán disponibles con el tiempo.

Solo una enorme economía puede sostener el funcionamiento, pero si este funcionamiento debe ser en tiempos de guerra, ni siquiera estarán disponibles con el tiempo, dado que además del costo de dinero, la complejidad los mantiene más difíciles.

Otro problema es que la doctrina militar occidental cuenta con un Cuerpo de Suboficiales que requiere amplio entrenamiento en tiempos de paz. Si bien esto da una independencia que permite a las formaciones militares mucha agilidad, tiene una gran desventaja en la disposición para el reemplazo del personal caído.

Un líder de escuadrón necesita tres años de servicio y un sargento de pelotón, siete. ¿Cómo es posible reemplazar a estos suboficiales en una guerra? No hay tiempo, y eso es algo de lo que vive hoy Kiev con sus bajas.

Los rusos, con una escuela histórica distinta, han construido una realidad diferente pensando en un enfrentamiento con Occidente. La necesidad de una movilización masiva, como ya sucedió con Alemania, requiere otra configuración con una reserva menos entrenada que la Occidental, pero con enormes masas con bases de entrenamiento. Esto se completa con oficiales que organizan la acción militar, eso significa que el potencial de sostenerse en el tiempo ante una guerra de desgaste es mucho mayor que el de los occidentales. Más aún, a medida que el conflicto se prolonga en el tiempo, las fuerzas rusas se fortalecen ganando experiencia.

El contraste es visible, tanto en equipos como en formación, la estrategia rusa es más sólida con el tiempo, mientras que la occidental se debilita. Este es el motivo por el cual Occidente busca incrementar el conflicto en todos los frentes: con Rusia, en Medio Oriente y contra China, mientras que sus enemigos prefieren el camino contrario.

Las guerras de desgaste son muy diferentes de la de las guerras de maniobra habituales en el paradigma de Occidente, poniendo a prueba la capacidad industrial junto con la conducción política, que necesita identificar fortalezas y debilidades tantas propias como la de los de los enemigos.

Esta conducción debe incluir objetivos políticos estratégicos generales junto con las capacidades militares.

Rusia ha comprendido esto y ha planificado una guerra a largo plazo, desgastando las estructuras militares de Occidente, pero también la economía y la propia voluntad de la sociedad para acometer una empresa tan compleja y difícil, a una guerra de desgaste mundial.

La estrategia parece combinada con China e Irán, quienes se mueven bajo las mismas premisas. Todos sostenidos en un oriente más productivo y con mayor espíritu de sacrificio que el del Occidente, cuyos líderes ni siquiera comprenden la dimensión del desafío al que se enfrentan. Desde su posición de arrogancia, caminan inexorablemente hacia su derrota.

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