Pensiones – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

Como sabe cualquier persona que no se chupe el dedo, las pensiones en España (como en otros muchos ‘países de nuestro entorno’) se pagan según un sistema de reparto piramidal. En tales sistemas, para sostener a los beneficiarios (jubilados) se requiere que los nuevos contribuyentes (trabajadores) sumen un número suficiente, pero también que sus cotizaciones a la Seguridad Social sean elevadas; ninguno de estos dos requisitos necesarios se cumple en España, donde la natalidad es exangüe y donde la mayor parte de los empleos que se crean están rácanamente pagados. En este sentido, conviene desmentir las farfollas de la propaganda oficial, que asocian el aumento de la inmigración con la sostenibilidad del sistema de pensiones; pues la inmensa mayoría de los inmigrantes se convierten en cotizantes de salarios bajos cuyas contribuciones no bastan para garantizar las pensiones de los beneficiarios actuales, mucho menos las pensiones de los beneficiarios futuros (entre los cuales se contarán esos mismos inmigrantes). No hay más que estudiar la evolución de la economía española durante los últimos veinte años para comprender que, si bien aumenta el PIB gracias a la inmigración, el endeudamiento público no para de crecer y el nivel medio de las rentas españolas no para de decrecer.

Como ocurre siempre en los esquemas piramidales, el sistema de pensiones español está condenado a desplomarse, por mucho que goce de respaldo estatal. El incremento de las cotizaciones, el aumento en la edad de jubilación y otras medidas adoptadas en los últimos años no hacen sino convertir este sistema completamente inviable en un régimen de exacción injusta. Además, en estos momentos son innumerables los trabajadores jóvenes con salarios insuficientes para afrontar la adquisición de una vivienda propia que financian la pensión de jubilados que, aparte de contar con una o varias viviendas propias, cobran cada mes el doble que ellos. Esta situación nada tiene que ver con la tan cacareada ‘solidaridad intergeneracional’, sino más bien con un sistema esclavista que, según una noción de estricta justicia social, debería ser urgentemente corregido. Pero ninguno de los gobiernos que se han sucedido durante las últimas décadas ha hecho nada por corregirlo, sino más bien al contrario. Fuera de esas reformas inanes mencionadas (que no hacen sino perjudicar a los cotizantes actuales, a quienes se obliga a cotizar más y a trabajar más años), dichos gobiernos se han esforzado sobre todo en mantener el poder adquisitivo de las pensiones a costa de disparar la deuda pública, mientras el poder adquisitivo de los salarios no ha hecho sino reducirse.

De todo esto se desprende que el sistema de pensiones que rige en España es la piedra angular del sostenimiento del Régimen. No me refiero tan sólo a que los sucesivos gobiernos, manteniendo el poder adquisitivo de las pensiones en un contexto insostenible, aspiren a ‘comprar el voto’ de los jubilados; me refiero a algo mucho más grave y siniestro. Se mantiene un sistema piramidal insostenible a costa de aumentar hasta extremos insoportables el gasto público, a costa de someter a exacciones salvajes a los cotizantes, a costa de generar un sistema insolidario y casi esclavista, en el que cotizantes con sueldos bajos sostienen a jubilados con pensiones altas. ¿Cómo se explica tal aberración? La respuesta es tenebrosa, pero se impone a cualquier persona que no se chupe el dedo: nuestros gobernantes (como los gobernantes de los ‘países de nuestro entorno’) saben que los cambios de régimen político sólo se producen cuando una mayoría social está insatisfecha; así que se dedican a mantener satisfecha materialmente a la población más vieja (que es la mayoritaria), mientras a la minoritaria población joven la satisfacen con dopajes sórdidos (derechos de bragueta, diversiones embrutecedoras, polución ideológica, etcétera), en la confianza de que así no se rebelará. ¿Cuánto tiempo piensan aguantar así? Todo el que puedan, desde luego; y a medida que pase aumentarán la dosis de dopajes sórdidos para la juventud. Pero llegará el día en que el sistema se vuelva por completo insostenible; y entonces tendrán que adoptar medidas drásticas y completamente despóticas con las que ya no podrán satisfacer a nadie, ni materialmente ni mediante dopajes sórdidos. Tales medidas las tomarán, sin duda alguna, en comandita, diseñadas desde organismos supranacionales que hoy se esfuerzan por mostrarnos un rostro amable (aunque cada vez menos gente se trague la pantomima) y que entonces por fin se revelarán como aquel «tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso» que avizoró Donoso Cortés.

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