
Por Juan Manuel de Prada
Como ocurre siempre que llega la Navidad, tenemos que soportar especulaciones grotescas y fantasiosas en torno a la supuesta ‘fecha real’ del nacimiento de Cristo, escritas para más inri en una prosa inepta por currinches que se ayudan de Grok para escribir sus sandeces. Según estas especulaciones grotescas, cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio Romano, la Iglesia habría trasladado deliberadamente su festividad, para hacerla coincidir con una celebración pagana que rendía honores al solsticio de invierno. De este modo, la Iglesia habría aprovechado taimadamente un hábito religioso pagano para que la nueva festividad impuesta entrase con vaselina en las conciencias de los ciudadanos romanos, sin provocar resistencias.
Estas birrias de los currinches son las escurrajas grimosas de una deriva teológica iniciada con la Reforma, que introduce el veneno de la descomposición en la exégesis bíblica, al proclamar la doctrina del ‘libre examen’, ligada al principio de ‘Sola Scriptura’. Como afirmaba con su gracejo característico el gran Leonardo Castellani, «desde que Lutero aseguró a cada lector de la Biblia la asistencia del Espíritu Santo, esta persona de la Santísima Trinidad empezó a decir unas macanas espantosas». El libre examen luterano, en efecto, desató la enfermedad de la inteligencia denominada diletantismo, que luego ha contagiado, por proceso virulento de metástasis, toda la cultura occidental, primeramente con los ropajes del fatuo endiosamiento intelectual, por último con los harapos lastimosos del deseo de saber sin estudiar y la soberbia de la ignorancia, que es lo que uno descubre a la postre en esas burdas birrias periodísticas que se publican en Navidad. Al menos antaño los esfuerzos de la crítica racionalista por destruir la fe de los creyentes, aunque planteaban especulaciones igualmente grotescas y fantasiosas, contenían un gran despliegue fantochesco de ‘erudiciones de hormiga’; y, sobre todo, lo hacían con una malicia calculada y un odio edulcorado, de tal modo que el creyente, al leerlos, no pensaba que estuviesen atacando el cristianismo y se dejaba infiltrar por sus perfidias suavonas, que mataban su fe con un beso, al estilo de Judas. Aquella crítica racionalista fue despojando el Evangelio de todo lo que supuestamente era aderezo innecesario, hojarasca legendaria, hasta conseguir abrir una grieta entre el llamado ‘Jesús histórico’ y el ‘Cristo de la fe’. Así, la figura del ‘Cristo de la fe’ se fue haciendo cada vez más nebulosa, irreconocible e inexplicable; y las reconstrucciones eruditísimas y rocambolescas del ‘Jesús histórico’ lo fueron presentando como un revolucionario que combate los poderes establecidos, o como un moralista benigno que predica un amor omnicomprensivo que todo lo aprueba, o como un curandero con conocimientos zoroástricos.
En el Evangelio de Lucas leemos que el ángel Gabriel, al anunciar a María que va a ser madre de Jesús, le dice que su prima Isabel está embarazada de seis meses; y el embarazo de Isabel se produce cuando su marido Zacarías está oficiando en el templo. Zacarías formaba parte del ‘turno de Abías’, una de las veinticuatro castas sacerdotales organizadas según orden inmutable que, aparte de los servicios conjuntos en el templo, tenían asignado prestar cada una de ellas servicio durante una semana dos veces al año. Una de esas dos semanas que correspondían al turno de Abías, según estudiosos de los manuscritos de Qumram, se correspondería con lo que nuestro calendario sitúa en la última semana de septiembre, donde habría tenido lugar la concepción de San Juan. Esto explicaría que la Concepción de Jesús se celebre en la última semana de marzo (seis meses antes, los seis meses que Isabel llevaba embarazada en la Anunciación), que el nacimiento de San Juan se celebre en la última semana de junio (a los nueve meses de la aparición del ángel a Zacarías) y que la Navidad se celebre en la última semana de diciembre. Ignoro si esos expertos en manuscritos del Qumram están en lo cierto; lo que resulta evidente es que la alineación de las fiestas de la Encarnación, de la natividad de San Juan Bautista y de la natividad de Jesús no es arbitraria, sino que obedece a un conocimiento transmitido de generación en generación. Una Tradición («os entrego lo que recibí») que para el creyente es fuente de fe, como la propia Revelación.
En las birrias periodísticas que en estos días se publican, sosteniendo que Cristo en realidad nació en otra época del año, siempre se aduce que, según el relato evangélico, en las proximidades de la cueva donde nace Jesús había unos pastores –a quienes se aparece el ángel y «la gloria del Señor envuelve de claridad»– que estaban cuidando de sus ovejas al raso, algo que en pleno mes de diciembre resultaría imposible, salvo que deseasen cogerse una pulmonía y unos sabañones de padre y señor mío. Pero lo cierto es que los Evangelios, antes que nada, son una narración de acontecimientos sobrenaturales; y si la muerte de Cristo provocó que el cielo se oscureciese, que la tierra temblase y se rasgase el velo del templo, que los sepulcros se abriesen y muchos santos difuntos resucitasen, parece bastante discreto en comparación que el nacimiento de Cristo propiciase, siquiera en Belén, una noche apacible y cálida que permitiera a los pastores pasarla al raso, inundados por la gloria de Dios. Me parece estupendo que los ateazos furibundos no quieran creer que la muerte o el nacimiento de Cristo provoquen fenómenos inexplicables según las leyes físicas; pero debería bastarles entonces con decir que los Evangelios son una fábula, y dejarse de rollos cientificistas y erudiciones de hormiga pelmazas. Desde luego, el gran esfuerzo racionalista de la impiedad, en su afán por destruir el Evangelio, fue en tiempos pasados un factor determinante para la confusión y apostasía actuales; pero quienes hoy se creen las birrias de los currinches de prosa inepta en torno a la supuesta ‘fecha real’ del nacimiento de Cristo tienen que ser necesariamente masa cretinizada. Feliz Navidad para las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan.

