Por Ricardo Vicente López
Reflexiones sobre las formas del conocimiento como verdades dogmáticas, y de la necesidad de un pensamiento crítico
V.- Filósofos podemos ser todos
“El sujeto ideal para un gobierno totalitario es el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, los estándares del pensamiento) han dejado de existir”
-Hannah Arendt (1906-1975) escritora y filósofa política alemana.
De allí, que es filósofo quien se lanza sin prejuicios, a la búsqueda de explicaciones más abarcadoras y profundas. Son quienes ordenan y sistematizan una gama amplia de fenómenos, sometidos también al preguntar de la re-pregunta. Aquellos que, desde una mirada ingenua [[1]], se detienen en las apariencias, pero no permiten que se les escape el esqueleto que une esa diversidad. La reflexión más profunda encuentra y demuestra cómo funciona el entramado de relaciones que no son visibles desde la superficie. Atahualpa Yupanqui [[2]] (1908-1992) nos advertía:
«Para el que mira sin ver la tierra es tierra nomás, nada le dice la pampa, ni el arroyo, ni el sauzal. Pero la pampa es guitarra que tiene un hondo cantar, hay que escucharlo de adentro donde nace el manantial. Un mundo en cada gramilla, adioses en el cardal, y pensar que para muchos, la tierra… es tierra nomás»
Para lograr la elaboración de una teoría, cualquiera sea ella, debemos partir de los datos que extraemos de la realidad inmediata, ubicarlos en contexto, para reubicarlos dentro de una visión general del problema. Todo ello no debe ignorar que el camino puede ser largo y sinuoso. La perseverancia debe ser nuestra mejor compañera para no desfallecer en el intento. Su punto de partida es, como quedó dicho anteriormente, el asombro. Dice de él la Academia:
«Impresión en el ánimo que alguien o algo causa en una persona, especialmente por alguna cualidad extraordinaria o por ser inesperado; tiene el significado de “admiración o sorpresa” y viene del verbo asombrar y este de sombra [[3]]. En el caso de Platón, el asombro es la disposición primera del conocimiento en un doble sentido: antecede al deseo de conocimiento y también lo posibilita… pone en movimiento las tres partes que integran el alma: equilibrio, armonía y razón: gracias a este movimiento llega al descubrimiento de la verdad».
Es lo que nos despierta de nuestra ignorancia, nos empuja, nos marca, nos incita y nos ayuda a decidir el camino; porque ahora sí podemos ver con más claridad. Sin todo ello, quedaremos a expensas de lo que otros nos cuentan (no siempre inocentemente), tal vez desde sus propios asombros, pero sin construir por nosotros mismos un camino del saber. Todo ello despierta al filósofo que llevamos adentro para madurar nuestra capacidad reflexiva. Así, nosotros, por ser parte integrante de los asombrados, filósofos en maduración, asumimos las peculiaridades que poseemos y las potenciamos con nuestras voluntades, para afianzar en cada uno de nosotros la opción de ser personas únicas e irrepetibles, pero incompletas. Estaremos asumiendo, así, la tarea de comprender las necesidades humanas de los otros, interpretando nuestro tiempo, comprometiéndonos con él, para incorporarnos al protagonismo de nuestro mundo.
VI.-El necesario despertar de la conciencia
Entonces, el primer paso es el descubrimiento y la aceptación humilde de nuestra propia ignorancia, asombrándonos entonces de ser ignorantes, puesto que si supiéramos qué es lo que nos asombra, no nos asombraría. Éste no es una paso fácil, mucho menos ahora en que impera el ya lo sé y lo obvio. La conciencia de nuestra ignorancia abre el comienzo del camino de la sabiduría, nos dice Platón en la Apología, pero ello no es una tarea fácil: es dura, agrede nuestro ego que es un enemigo difícil de vencer. Debemos concluir que asombro e ignorancia son dos caras de la misma realidad.
El asombro nos coloca en el umbral del conocimiento. Él nos irá guiando desde el inicio hasta el final, recorriendo la rutina de lo establecido, superando las certezas que paralizan y entumecen el pensamiento: eso que expresa el “ya lo sé” o “es obvio”. Gran parte de ello nos desvía de la ardua tarea de la búsqueda de la verdad, al concedernos pequeños y fáciles triunfos. No podemos abdicar de nuestra condición de pensantes, condición básica de nuestra calidad de humano. Sin asombro no puede haber un saber serio y fundamentado. No se llegará a la parte más alta del camino, no podremos elevarnos sobre la mirada corta y chata de la inmediatez. Quedaremos presos del sentido común [[4]], aceptando como “verdad” lo que se dice, lo que nos trasmiten los otros: un saber de lo siempre sabido, sin poder superar críticamente la verdad que ya está establecida como verdad.
Asombro e ignorancia, debidamente planteados, reflexionados y articulados nos abren la conciencia hacia el saber, camino infinito que se puede y debe recorrer, aunque nunca se llegue a una meta: porque saber siempre será horizonte por tanto siempre será camino. Cuando se aprende el sabor que ofrece el saber [[5]].
VII.- El camino es: ignorancia-asombro— sabiduría
Por lo tanto, se nos presenta una primera necesidad: para conocer hay que disponer de la actitud que nos incita a la búsqueda. Búsqueda que nos lleva a la comprobación del vacío de conciencia que implica la ignorancia, o cuando ésta no está llena de cosas sabidas. Por ello se puede afirmar que el asumir una actitud de permanente aprendizaje, es decir el sentirnos siempre discípulos de la experiencia filosófica; todo esto nos va convirtiendo en filósofos de la vida de por vida.
Es, entonces, Sócrates un buen modelo de vida para todos nosotros, a pesar de los más de dos mil quinientos años que nos separan de él. Para la recuperación de sus enseñanzas con las cuales estremeció la atención de los hombres de su época (por lo menos de una parte de ellos): por la agudeza de sus razonamientos y una gran facilidad de palabra, con la que se dirigía a los jóvenes de Atenas. A ellos les preguntaba sobre su confianza en las opiniones populares, el saber común de la gente que, muy a menudo, no ofrecían enseñanza alguna. Tal vez ello les trasmitía más que una simple acumulación de informaciones. Sócrates les exigía revisarlas, pasarlas por el sensitivo tamiz de la crítica y, a partir de allí, construir conocimientos más sólidos. Sus discípulos le atribuyen haber dicho:
«Yo no soy más sabio que otros hombres… es posible que ninguno de nosotros sepamos cosa alguna que valga la pena… pero ellos creen que saben algo, pese a no saberlo, mientras que yo, sé que nada sé».
[1] La palabra ingenuo viene del latín ingenuus, vocablo que significa nacido libre, de buen linaje; por extensión designa los rasgos naturales, innatos y nobles del carácter; que es sincero, candoroso y sin doblez y actúa sin tener en cuenta la posible maldad de otra persona.
[2] Nombre artístico de Héctor Roberto Chavero, cantautor, guitarrista, poeta y escritor argentino. Es ampliamente considerado como el músico argentino más importante de la historia del folklore.
[3] Significa “falta de luz” y viene del latín vulgar subumbra = “bajo la sombra”; en literatura y poesía, puede entenderse en el sentido del espíritu o fantasma de una persona fallecida.
[4] Se lo puede definir como «una manera de pensar sin analizar, hechos y fenómenos de la sociedad, dados como «naturales». Es, en realidad, una construcción social. Por tal razón, el sentido común es la antítesis al pensamiento crítico.
[5] Las palabras saber y sabor tienen la misma raíz, provienen del latín sapere (tener inteligencia, tener buen gusto).
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