¿Por qué Argentina no cambia? — Ivone Alves García

¿Por qué Argentina no cambia?
Por Ivone Alves García

Argentina está trabada en un pantano. La gente está cansada, frustrada, pero cuando se habla de cambiar el país, parece que siempre volvemos al mismo lugar. No es que falten propuestas, ni siquiera ideas; el problema es que la estructura política en la que estamos inmersos no permite que nada se transforme. ¿Por qué? Porque nuestra clase política no tiene ningún incentivo para cambiar el sistema.

El modelo que tenemos no funciona, pero se mantiene porque le sirve a los que están adentro. No importa si son de izquierda, de derecha o del centro: el sistema está diseñado para que los mismos de siempre se repartan el poder y los recursos. Lo que no tienen es una visión geopolítica, no entienden dónde está el mundo ni qué lugar podría ocupar Argentina. Solo piensan en el corto plazo y en su próximo cargo. No hay una estrategia de desarrollo, no hay una política exterior coherente, y ni siquiera hay un plan económico que mire más allá del próximo ajuste o elección.

Y mientras tanto, la sociedad sigue atrapada en este juego, esperando que algún candidato traiga la solución mágica. Pero la política real no funciona así. Los países que logran avanzar lo hacen con una dirigencia que entiende cómo funciona el mundo, que planifica y que está dispuesta a hacer cambios profundos, aunque sean impopulares en el corto plazo. Acá, en cambio, nos conformamos con discursos de barricada y promesas vacías.

Ahora bien, la historia muestra que ningún sistema político dura para siempre. Los imperios caen, los modelos económicos colapsan, los regímenes cambian. No porque alguien los “saque” de un día para otro, sino porque la realidad termina por hacerlos insostenibles. Veamos el caso de Estados Unidos. Pasaron de ser la superpotencia global, el “gendarme del mundo” a estar en una crisis profunda, peleando por su lugar en un orden multipolar que ya no pueden controlar. Durante décadas, la decadencia política, económica y social fue resquebrajando su hegemonía. La corrupción interna, el abandono de su industria, la descomposición de su tejido social y la falta de una estrategia clara para adaptarse a un mundo cambiante hicieron que hoy estén en retirada frente a potencias emergentes como China y Rusia.

Argentina, que en algún momento tuvo un peso relevante en la región y el mundo, lleva años sumida en una espiral de decadencia. La política es una maquinaria de autopreservación, la economía es un campo de batalla sin reglas claras y la sociedad está fragmentada entre la resignación y la bronca. Pero los sistemas no colapsan de manera inmediata. Se erosionan hasta que, de repente, el quiebre se vuelve inevitable. En este punto, la pregunta no es si el modelo argentino se está agotando, sino cuánto tiempo podrá sostenerse antes de derrumbarse.

Entonces, ¿significa que hay que esperar a que todo explote? No. Significa que la única forma de salir de esto es construir una alternativa real antes de que la crisis arrastre cualquier posibilidad de reconstrucción. Necesitamos un movimiento con visión geopolítica, ideas claras y capacidad de movilización. No se trata de buscar un salvador, sino de organizar una fuerza capaz de reemplazar lo que ya no sirve.

Los políticos de siempre no van a cambiar las cosas porque no les conviene. El cambio tiene que venir desde afuera, de la gente que ya entendió que este sistema está agotado. Si no se genera una alternativa, Argentina seguirá atrapada en su propio pantano, esperando un milagro que nunca llegará.

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