Postal de Navidad – Por José Javier Esparza

Por José Javier Esparza

La Casa de Sus Majestades los Reyes (de España) ha tenido a bien felicitarnos un no se sabe bien qué con una simpática imagen de la regia familia en cuyo centro se sitúa Doña Letizia. Al lado, las firmas de los posantes bajo unos amables votos de afecto y «los mejores deseos». Hay que mirar más detenidamente el tarjetón para constatar que eso que nos están felicitando es la Navidad (por supuesto, en español y en inglés), aunque, viendo la foto, se diría que la que ha nacido es Doña Letizia. Al margen de ese escueto texto, no hay referencia alguna al nacimiento del Niño Jesús. Dicen que, de esta manera, la foto les servirá igualmente para felicitar el Ramadán.

En Bruselas, la Casa de Sus Majestades los Reyes (Magos de Oriente) ha sido severamente puesta bajo escrutinio por las instituciones europeas. Concretamente, se ha propuesto suprimir el Día de Reyes como lectivo en las llamadas «escuelas europeas», que son los centros donde se forman los vástagos del personal de las instituciones comunitarias. A fecha de hoy, aún no se sabe si la propuesta saldrá adelante. Varias de esas escuelas están en Bruselas, la capital euroligárquica por antonomasia. En la región de Bruselas capital, el 72,9% de los residentes menores de 17 son de origen extraeuropeo. No es un dato baladí. Entre los foráneos de otras religiones y los autóctonos que han abandonado la propia, la Navidad empieza a convertirse en algo exótico en el corazón de Europa.

Podríamos multiplicar los ejemplos, y el otro día dejaba aquí mismo el gran Jesús Lainz un buen ramillete de ellos: mercadillos prohibidos —o hiperprotegidos— en Alemania para no ofender a los musulmanes, localidades británicas como Portsmouth donde el alcalde prohíbe a los vecinos colocar coronas de Navidad en las puertas por el mismo motivo, campañas comunistas —en Francia, concretamente— para proscribir los mercadillos navideños porque son “nazis” (horreur!), etcétera. La desacralización de la Navidad es una tendencia sostenida en Europa desde hace un cuarto de siglo y en los últimos años se ha acentuado por la afluencia masiva de otras gentes que sí creen en su religión, fenómeno combinado con la manifiesta hostilidad de las élites globalistas hacia el cristianismo y la retracción pública de las iglesias, así católica como protestante. El espectáculo es un tanto desconcertante: simulacros de belenes donde la Sagrada Familia ha sido desahuciada y repoblados ahora con gnomos o cosas así, un montón de luces que no se sabe bien por qué iluminan… Y renos. Muchos renos. Renos por todas partes, especialmente en lugares donde nunca hubo renos de verdad. Si los musulmanes tienen la fiesta del cordero, los post cristianos tienen la fiesta del reno, con la salvedad de que no se lo comen, ni siquiera lo matan, porque incluso en esto navegamos en pleno simulacro.

La verdad es que la Navidad, sin Dios, es una cosilla un poco cómica. ¿Qué estamos celebrando exactamente? Hace un frío del carajo, anochece enseguida y, sin embargo, se nos empuja a correr de un lado a otro comprando lo que normalmente no compraríamos y comiendo lo que normalmente no comeríamos, en un ambiente de felicidad artificial cada vez más reducida a la puesta en escena de buenos sentimientos. E incluso esto, lo de los sentimientos, se les va haciendo ya insoportable a los oligarcas del mundo post-occidental, que quieren dejar a los Reyes Magos sin fiesta, a la Sagrada Familia sin belén y al cristiano europeo sin Dios. Úrsula y sus cofrades son la versión posmoderna de Ebenezer Scrooge, el siniestro personaje del Cuento de Navidad de Dickens, pero sin esperanza de redención, porque ya no son humanos: son renos, puñeteros renos en un mundo vacío de luces tristes, mercadillos prohibidos y campanillas mudas.

Decir «Feliz Navidad» se está convirtiendo en un acto revolucionario, un gesto de suprema disidencia. Por consiguiente… ¡feliz Navidad!

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