Por Juan Manuel de Prada
Hace apenas una semana, el doctor Sánchez anunció una serie de medidas tan campanudas como fútiles, en presunto apoyo a los palestinos que están siendo masacrados. Se trataba, desde luego, de un postureo descarado e inmoral, pues no tenía otra intención sino apartar la atención de la cochambre que invade los establos de Augias de Ferraz y Moncloa. Pero, en determinado momento, el doctor Sánchez soltó una frase muy premeditadamente chillona: «España, como saben, no tiene bombas nucleares, tampoco tiene portaaviones ni grandes reservas de petróleo». Podría haber dicho, para significar que España carece de fuerza disuasoria para impedir la masacre, que «no tiene un sillón en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas», o incluso que «no tiene gobernantes con autoridad moral y predicamento»; pero prefirió mencionar llamativamente las «bombas nucleares». A la legión de asesores que acampan en Moncloa no se les podía escapar que tal mención en semejante contexto era por completo improcedente; así que, si la introdujeron en el discursito del doctor Sánchez, fue precisamente para que no pasase inadvertida, para que captase la atención de la prensa adversa y despertase en ella la tentación de utilizarla de forma tergiversadora.
Por supuesto, la prensa adversa, en su obsesión por ofrecer reclamos paulovianos a su público, cayó en la trampa, «interpretando» que el doctor Sánchez lamentaba no disponer de bombas nucleares para detener la matanza de palestinos (¡o incluso que apoyaría un ataque nuclear contra Israel!); así que el carnicero Netanyahu lo acusó de lanzar una «amenaza genocida». La legión de asesores de Moncloa había cumplido su objetivo: un paripé salpimentado de unas pocas palabras extemporáneas había logrado los efectos deseados. Así, el doctor Sánchez logró aparecer ante su parroquia como un valiente Pulgarcito que se enfrenta al ogro y lo saca de sus casillas, a la vez que hizo rabiar a la parroquia adversa, cuyos espumarajos son como maná para la estrategia «polarizante» (o sea, cainita) de Moncloa. Y todo ello ensartando una farfolla inane, sin comprometer ni arriesgar absolutamente nada.
Pero, aunque España no tenga bombas nucleares, tiene –supuestamente– una personalidad jurídica internacional que le permite, por ejemplo, romper relaciones diplomáticas con el Estado de Israel; también le permite denunciar un tratado, según los procedimientos establecidos en la Convención de Viena, exigiendo la retirada de las tropas americanas de las bases militares sobre territorio español. Pero estas medidas arriesgadas y comprometidas habrían tenido consecuencias ciertas y tal vez dolorosas, donde se probaría el verdadero temple de la prensa adversa que vocifera paulovianamente ante inanidades, así como el grado de compromiso de ese izquierdismo de salón y manifa que vive alegremente en el postureo. Todos prefieren el paripé y el postureo; y el doctor Sánchez y sus asesores saben cómo satisfacer esa preferencia.