Primeras impresiones leoninas – Por Juan Manuel de Prada

Primeras impresiones leoninas
Por Juan Manuel de Prada

Una de las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan me confía que, a su juicio, los sectores conservadores de la Iglesia, tras rabiar con Francisco durante años, están proyectando de forma desaforada sobre León XIV sus ansias de reconstrucción de la Iglesia, otorgando una importancia desmedida a ciertos ‘gestos puramente formales y analizando sus palabras desde el deseo o la ideología.

Sin embargo, no creo que la forma pueda desligarse del fondo, como si fuese una mera excrecencia. Y salir al balcón de San Pedro con la muceta, la estola y la cruz dorada de las que Francisco se despojó, lo mismo que volver a los aposentos del Palacio Apostólico, después de que Francisco se trasladara a Santa Marta afectando humildad, no me parecen meros aspavientos, sino mensajes muy expresivos. Volver a las costumbres que han sido abandonadas exige cierto valor, pues siempre la inercia de los tiempos modernos es ahondar en las novedades. Por lo demás, si reparamos en las primeras palabras de León XIV desde el balcón de San Pedro, observaremos diferencias muy notorias con las que profirió Francisco, quien en su día saludó a la multitud con un escueto (y casposo, considerando el contexto) «Buona sera»; León XIV, en cambio, saludó con las palabras de Cristo Resucitado a sus discípulos, a quien mencionó en hasta siete ocasiones. Tampoco creo que se pueda considerar puro formalismo su afirmación de que «el mal no prevalecerá».

En el sermón de su misa en la Capilla Sixtina, León XIV eligió el asunto cristológico, llegando a afirmar que «Cristo es el único Salvador» (una obviedad para cualquier católico formado, pero una sorpresa para los habituados a las menestras bergoglianas). Más tarde, en su discurso ante el colegio cardenalicio, León XIV se refirió al sacramento del orden como «servicio oblativo»; definió la sinodalidad como «camino de escucha común», pero subrayando la necesidad de unidad y obediencia a la verdad revelada: y habló de la necesidad de «recoger la herencia espiritual» y de obrar con discernimiento «bajo la guía del Espíritu y de la Tradición». Asimismo, puso el énfasis en el «encuentro profundo con el Señor» y demandó «pastores atentos a la voz de Dios más que a las corrientes del mundo»; expresiones de un tono más cercano a Benedicto XVI que a Francisco.

Hasta la fecha, León XIV ha mostrado su intención de asumir la «valiosa herencia» de Francisco (opción preferencial por los pobres, justicia social, ecología integral), pero enmarcada en un discurso dentro de un marco teológico tradicional, dejando atrás el caos bergogliano. Como hemos señalado en algún artículo anterior, Francisco impulsó causas beneméritas, pero siempre lastrado por un magnífico zurriburri doctrinal, y con guiños infumables y condescendencias grimosas al mundo. Mi impresión, en fin, es que con León XIV se han acabado las improvisaciones, las ‘chantadas’, el barullete y ‘lío’: lo que venga, para bien o para mal, será serio.

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