En memoria de la obra del Doctor Alejandro Nadal
Por Ricardo Vicente López
Esta segunda parte nos propone revisar la historia que nos depositó en este presente:
«El surgimiento del capitalismo se llevó a cabo en un entorno de estados monárquicos y autocráticos, por no decir dictatoriales. La necesidad de preservar los derechos de propiedad de la clase capitalista era una de las prioridades de esos estados. El movimiento de ideas comenzó a cambiar con la sacudida de las revoluciones en Estados Unidos y en Francia. Aún así, la constitución de Estados Unidos (1787) no menciona el sufragio universal y en cambio otorgó a cada estado la facultad de regular el derecho al voto. La mayoría sólo otorgó ese derecho a los propietarios. No fue sino hasta la décimo quinta y décimo novena enmiendas (1870 y 1920 respectivamente) que se garantizó el voto universal. En Francia la revolución terminó con la monarquía pero el sufragio universal se otorgó recién en 1946».
La palabra democracia fue utilizada hasta principios del siglo veinte en un sentido peyorativo o como sinónimo de un sistema caótico en el que las clases desposeídas podrían terminar por expropiar a los propietarios del capital. La clase capitalista pensaba que detrás del sufragio universal se ocultaba el peligro de que la mayoría democrática pudiera abolir sus privilegios. Pero gradualmente la presión de una masa que aunque no tenía derecho al voto sí formaba parte de la economía de mercado se hizo irresistible. También la perspectiva de la clase capitalista fue transformándose: el régimen monárquico parecía ser cada vez menos adecuado para garantizar el cumplimiento de los contratos y los derechos de propiedad. A pesar de todo, capitalismo y democracia siguieron siendo vistos como procesos antagónicos hasta bien entrado el siglo veinte. Nos dice el Doctor Nadal:
«Al finalizar la primera guerra mundial la reconstrucción de las economías capitalistas en Europa no permitió consolidar un orden social adecuado para el capitalismo y en varios países se abrió paso al fascismo. La Gran Depresión debilitó al capital y generó un sistema regulatorio en el que una adecuada distribución del producto se erigió en prioridad del Estado. Ese sistema permitió el crecimiento robusto y la distribución de beneficios a través del Estado de Bienestar durante las tres décadas de la posguerra. La clase capitalista aceptó a regañadientes la regulación del proceso económico por el Estado. La legitimidad del capitalismo se fortaleció a través de una menor desigualdad y un mejor nivel de vida para la mayor parte de la población. En ese período democracia y capitalismo parecían marchar de la mano armoniosamente».
Pero esa armonía no podía durar mucho dado que estaba sustentada en una distribución un poco más equitativa de la riqueza. En la década de 1970 resurge la tensión por la disminución en la rentabilidad del capital, una caída en la tasa de crecimiento, nuevas presiones inflacionarias y otros desajustes macroeconómicos:
«La consecuencia era previsible: la política económica que había mantenido el Estado de bienestar fue desmantelada gradualmente, al mismo tiempo que se declaraba la guerra contra sindicatos y las instituciones ligadas a la dinámica del mercado laboral. En ese tiempo comenzó también el proceso de desregulación del sistema financiero. Esto acabó por destruir el régimen de acumulación basado en una democracia que buscaba mayor igualdad y se reinició el ciclo natural de crisis que siempre había marcado la historia del capitalismo. El neoliberalismo es la culminación de todo este proceso».
Las cosas empeoraron al estallar la crisis de 2008. Los mitos sobre equilibrios macroeconómicos ayudaron a imponer políticas que frenan el crecimiento e intensifican la desigualdad. La austeridad fiscal y la llamada política monetaria no convencional son los ejemplos más sobresalientes. El capitalista puede despedir a un obrero, pero no al revés. Por eso capitalismo y democracia no son hermanitos gemelos. Más bien son enemigos mortales.
Amigo lector le voy a proponer una explicación posible, limitada por mis escasos conocimientos de economía, pero apoyado en el análisis que nos propone el doctor Nadal: el atrevimiento de revisar la historia para encontrar lo que una ciencia como la economía, claramente limitada y encerrada en sus prejuicios, nada puede resolver en su condición de ciencia inescrutable. Las respuestas que no se encuentran están en la Historia. Después de un descanso para recuperar fuerzas y claridad, ensillemos para lo que nos falta. Ahora nos preparamos para continuar la lectura con una comprensión aceptable de los temas que nos ha propuesto el doctor Alejandro Nadal. Le recuerdo que mi intención no pretendía (ni pretende) que Ud. pudiera comprender en profundidad los debates que la Economía Teórica, objetivo que está muy lejos de mis propias posibilidades para conseguirlo. Lo que le propuse es acercarnos lo suficiente para desenmascarar a esos excelsos profesores que parecen debatir temas similares, por sus contenidos, a los que debatían en las últimas décadas del siglo XV: los monjes de Bizancio. Estos se preguntaban “¿cuántos miles de ángeles podían caber en la punta de un alfiler?”. Hoy, tantos siglos después, debemos reconocer que hemos superado tal ingenuidad, nos parece increíble que eso pudiera ser un tema de debate. Sin embargo, los temas que las Academias de Economía intentan descifrar, aureolados con fórmulas matemáticas, son cuestiones que no se alejan mucho de aquellas preguntas irrespondibles.
Aclarado esto volvamos a las investigaciones del doctor Nadal que se ha preguntado, nada menos, como dicen allá en el Norte: es la pregunta del millón de dólares (tal vez sea necesario actualizar la cifra) la democracia y el capitalismo podían convivir, más o menos amistosamente, en los comienzos del siglo XXI. Para ello nos propone un ejemplo de cómo se planteaba este problema a comienzos del XX. Leamos lo que nuestro investigador nos ofrece con este hecho histórico:
«En 1929 el consejo del Secretario del Tesoro Andrew Mellon le dio, al entonces presidente Herbert Hoover (1874-1964), una respuesta drástica: Hay que liquidar el trabajo, las acciones, a los agricultores, los bienes raíces, y sólo así podremos purgar la podredumbre de este sistema. La gente trabajará con más empeño y podrá recoger los escombros y reemplazar a los menos competentes». La Gran Depresión estaba comenzando y la recomendación de Mellon sintetizó de manera brutal la contradicción entre capitalismo y democracia. Esto prueba que algunos poderosos agentes económicos pueden invocar las fuerzas del mercado capitalista para destruir la forma de vida de millones de personas, sin importar sus opiniones políticas, con tal de purgar al sistema de, lo que ellos denominan, la podredumbre».
Digresión: estamos en una Argentina en la cual se han encaramado a puestos de decisión personas que parecen padecer la locura delirante de proponer salvar al dólar aunque esto cueste la vida de millones de personas. Si esto está a la vista de quienes quieran ver con claridad ¿cuál es la razón de que esto no sea evidente para toda la clase política y para la gran mayoría de nuestros compatriotas?
Sigamos con el Doctor Nadal:
«Sesenta años después, con el colapso de la Unión Soviética, se reavivó la creencia de que la democracia y el capitalismo formaban un binomio que podía funcionar con cierta armonía. La globalización era la prueba de que el capitalismo desbocado era la mejor forma de organizar la vida económica y política en el mundo. El neoliberalismo se presentó como la vía para una nueva era de riqueza, bienestar y, desde luego, democracia. Se decía que la única sombra que amenazaba este panorama se situaba afuera de las economías capitalistas y se ubicaba en el extremismo que albergaba el terrorismo islámico».
En el nivel de la actividad económica, el fantasma de una crisis de magnitud parecía desvanecerse y en su lugar reinaba el optimismo. Los acuerdos comerciales que cristalizaban el ideal de la globalización se multiplicaban y la Organización Mundial de Comercio se presentaba como un firme guardián de unas reglas que supuestamente habrían de regir la naciente economía globalizada. Comenta el doctor Nadal:
«Hoy las cosas han cambiado. La desigualdad se intensificó en todo el mundo. El pacto social que existió en los años dorados del capitalismo se fue rompiendo a golpes a partir de 1982, un poco a la manera que recomendaba Mellon, para purgar el sistema. En su lugar se fue imponiendo el régimen férreo del capitalismo desenfrenado. Y los resultados no tardaron en mostrar su verdadera cara. El crecimiento se hizo cada vez más lento. Los salarios se estancaron desde hace más de cuatro décadas y para la mayoría de la población en las economías capitalistas la única forma de mantener el nivel de vida tuvo que hacerse mediante el endeudamiento creciente. La especulación se adueñó del espacio económico y los gobiernos se convirtieron en amanuenses del capital financiero».
Ya comienza, como una idea compartida, afirmar que cada vez más personas, en estas sociedades comienzan a sentirse decepcionadas. Su frustración alimenta un rencor que crece en la confusión política. El mensaje es claro: la principal amenaza a la democracia es interna y se encuentra anidada en la desigualdad intrínseca que es la piedra angular del capitalismo.
Una nueva era
El auge de la globalización neoliberal terminó por minar las frágiles bases de la democracia en las economías occidentales. Si el capitalismo está cimentado en la desigualdad, la única manera de preservar algo que se parezca a la democracia es mediante una regulación capaz de frenar los abusos de las fuerzas económicas concentradas en la sociedad mercantilizada. El neoliberalismo es la reacción del capital financiero contra esa regulación y la globalización actual es la culminación de un peligroso proceso histórico en el que las instituciones democráticas y el bienestar de la población pasaron a segundo plano. El doctor Nadal concluye:
«La globalización neoliberal se organizó alrededor de una idea central: el libre juego de las fuerzas económicas debe ser el principio rector de la sociedad. Por eso en esta globalización neoliberal no hay lugar para una verdadera autoridad monetaria internacional, tampoco existe una agencia capaz de frenar el crecimiento de los oligopolios o la concentración del poder de mercado, y no impera una organización que proteja los derechos laborales. El régimen de la globalización neoliberal no rinde cuentas a nadie. Ni siquiera a sus principales beneficiarios: el capital financiero y los grandes grupos corporativos. Para retomar la senda de la democracia es necesario revertir el proceso histórico que condujo a la globalización neoliberal».
No parece nada alentador el futuro de la relación capitalismo-democracia. Las palabras que hemos leído no son el resultado de un pensamiento escéptico. Por el contrario, son una especie de grito de advertencia, angustiado, ante la poca conciencia que muestra la mayor parte de la población. Su vocación docente la encontraba Nadal en el aula, un espacio estrecho, que necesitaba trascender para llegar a los ciudadanos de a pie que son los más perjudicados por el capitalismo, por ello volcaba su sabiduría a través de sus columnas periodísticas como: La Jornada de México y otras páginas digitales. El periodismo libre de ataduras: el camino que utilizó para llegar al gran público que le preocupaba. Era evidente que éste, como hoy, se encuentra alejado de esta problemática. No olvidemos que, desde hace más de un siglo, el gran público ha sido bombardeado sistemáticamente por una prensa internacional en manos de los grandes capitales. La prensa concentrada y sus periodistas prostituidos, se encargaron, al parecer con mucho entusiasmo, de la manipulación de la opinión pública [[1]].
El entrelazamiento de una teoría económica convencida, sin mucha argumentación, de que el capitalismo es la forma más acabada en la historia de las organizaciones sociales, y como tal, no puede reconocer la posibilidad de otros horizontes que puedan ofrecer mayores transformaciones: “la perfección no tolera cambios”.
Muchos analistas, investigadores, académicos, periodistas especializados, son los portadores con poca inocencia, de trasmitir, con bastante ceguera o falta de visión histórica, o una muy buena remuneración, toda esta ideología dominante. El doctor Nadal nos abandonó hace muy poco tiempo. Por esta razón se torna más necesario releerlo, y en la medida de nuestras posibilidades, hacer conocer su pensamiento y su tarea pedagógica. Creo que un modo de no olvidarlo es continuar con su lectura como un buen ejercicio de análisis, memoria y actualización, de un mundo que no ha mejorado. Ello nos impone la necesidad de insistir en nuestros esfuerzos de denuncia para desmantelar las insidiosas campañas mediáticas.
[1] Para un análisis más detallado sugiero la lectura de mi folleto El control de la opinión pública – publicado en www.ricardovicentelopez.com.ar – Sección Biblioteca.
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