Por Ricardo Vicente López
Durante los siglos II al XV los europeos tuvieron un trato más intenso con aquellos pueblos distantes y distintos de ellos a los que se los denominó, con cierto eufemismo, con una calificación que ha llegado hasta nosotros, los pueblos bárbaros. La sola denominación de bárbaros está implicando un alto grado de ambigüedad respecto a lo que se intenta calificar con esa palabra. Un simple ejercicio, como abrir un diccionario, nos coloca ante los contenidos de esa palabra:
«Dícese del individuo de cualquiera de las hordas o pueblos que en el siglo V abatieron el Imperio Romano/ fig. Cruel, fiero, feroz, inculto, grosero, tosco, temerario, etc.».
Está más que clara la sinonimia. Pero a partir del siglo XV, con el Descubrimiento de América, se entra en contacto con pueblos extra-continentales y se comenzó a hablar de pueblos salvajes:
“Natural de aquellos países que no tienen cultura ni sistema alguno de gobierno/ Dícese del hombre que vive en estado de naturaleza, en los bosques, sin morada fija, ni leyes, y es lo opuesto al hombre civilizado. Sumamente necio, terco, zafio o tonto».
Tampoco merece mayor comentario, las definiciones lo dicen todo. En este modo de definir queda expresado lo que nuestra cultura, la Occidental y cristiana, piensa de ellos.
De parte de la Real Academia de la lengua, la tarea consistió en recoger los significados con que se utilizan las palabras, consultar la literatura reciente para cotejar los usos de las palabras y consultar a los especialistas de la lengua. En resumen, las ideas que nuestra sociedad tiene de todo pueblo que no pertenezca a “la civilización”:
«Conjunto de ideas, ciencias, artes o costumbres que forman y caracterizan el estado social de un pueblo o una raza… como sinónimo de cultura y opuesto a barbarie».
Veamos detenidamente lo que acabamos de leer. Dice que debemos entender por civilización los rasgos aquellos “que forman y caracterizan el estado social de un pueblo o una raza”, entonces, se podría deducir de aquí, que es civilizado cualquier pueblo que tenga artes y costumbres. El problema es que las tienen todos los pueblos que habitaron y habitan la tierra en los últimos dos millones de años, como veremos un poco más adelante.
¿En qué sentido, entonces, es opuesto a la barbarie? ¿Cuáles serían los pueblos bárbaros, de acuerdo a esta definición? Los que no tuvieran artes y costumbres. Costumbres han tenido todos los hombres y sus antecesores biológicos siempre, hasta los animales superiores tienen costumbres, hábitos de conducta. Nos quedaría arte. La fabricación de los utensilios de piedra del Paleolítico podría aceptarse, con ciertas reservas, que no contenían arte, pero las fabricaciones de los últimos 35.000 años muestran una pulida técnica y un gusto por trabajarlos de ciertos modos que no responden a razones utilitarias solamente. Por no mencionar las pinturas rupestres o las vasijas pintadas del Neolítico.
La intención de estas palabras es advertir al amigo lector sobre la cantidad de prejuicios que rondan la materia, con aires científicos, que vamos a intentar analizar. La utilización de la palabra cultura, con un uso tan restringido (como “opuesto a barbarie”), está evidenciando el prejuicio de la cultura europea, durante los siglos XVIII y XIX fundamentalmente, que aplicó su significación sólo a ella misma. La utilizó también como sinónimo de civilización. Paul Radin (1883-1959) [[1]] nos dice que en ambientes científicos no es extraño encontrar los mismos prejuicios:
«La reacción del etnólogo no profesional o del lego… es por lo común de irritada perplejidad, a la cual se asocia la sospecha de que, al fin y al cabo, verosímilmente los pueblos primitivos están regidos por una mentalidad inferior que les es inherente… En grado considerable, y a menudo sin darse cuenta, el etnólogo cultivado formula juicios análogos al esforzarse por valorar culturas primitivas».
Queda en evidencia que la investigación ha padecido estas interferencias ideológicas durante mucho tiempo. Pero puede decirse, con satisfacción, que en la segunda mitad de siglo pasado se ha avanzado de modo significativo en estos temas y que, gracias a ello, hoy disponemos de una cantidad enorme de material y bibliografía científica de alto valor que avanza significativamente.
Sin embargo, nos quedan todavía algunos inconvenientes que deberemos superar. Éstos son de carácter metodológico [[2]] y epistemológico [[3]]. Gran parte del avance de la antropología se lo debe a los estudios comparativos con las especies más cercanas al hombre, como son la de los monos antropoides y dentro de ellos los chimpancés; y, por otra parte, los estudios sobre los pueblos que llegaron hasta nuestros días en una etapa de la evolución similar en muchos aspectos al Paleolítico (piedra vieja) o Neolítico (piedra nueva), que nos permite saber cómo, por analogía, fueron aquellos hombres que vivieron desde hace más de dos millones de años.
Debe hacerse la siguiente advertencia: cualquier pueblo contemporáneo a nosotros (los occidentales modernos) de ningún modo puede ser considerado como perteneciente a las etapas históricas mencionadas, ellos como cualquiera de las culturas actuales tienen, aproximadamente, la misma cantidad de historia acumulada. Sólo la analogía, es decir: la relación de semejanza entre cosas distintas, permite pensar, a partir de las características de esos pueblos, cómo fueron aquellos hombres anteriores. En el primer caso, muchas veces se peca de un exagerado biologismo, es decir de una reducción del nivel humano al nivel animal, con lo que el hombre es colocado como un antropoide más perfecto. Sólo habría diferencias de cantidad no de cualidad. Así se puede hablar de instintos humanos, concepto con el cual aparece un grado de justificación ideológica de muchas conductas socio-políticas del mundo moderno. En el segundo, las extrapolaciones, no siempre afortunadas, ayudan a sacar conclusiones erróneas. Pero además, en otro orden de cosas, la convergencia de diferentes disciplinas, con miradas muchas veces contrapuestas sobre el mismo tema, generan gran confusión. Por ello Arnold Gehlen (1902-1976) [[4]] afirma:
«Otro motivo del fracaso de las teorías antropológicas de conjunto es que una ciencia de este tipo debería incluir numerosas ciencias particulares: biología, psicología, epistemología, lingüística, fisiología, sociología, etc. El mero hecho de orientarse en medio de ciencias tan diversas no sería fácil, pero mucho más cuestionable sería la posibilidad de encontrar un punto de vista desde el que pudieran dominarse todas esas ciencias en relación a un solo tema. Tendrían que derribarse los muros entre dichas ciencias, pero de un modo productivo, ya que de ese derribo se conseguirían materiales para la nueva construcción de una única ciencia».
La dificultad que señala Gehlen no es de fácil solución ni es esperable que se le encuentre una respuesta en un futuro inmediato. Muchas cosas deberán modificarse previamente en lo que respecta a la concepción de ciencia, a cuestiones metodológicas, a los criterios previos cargados de significaciones ideológicas, etc. Lo que es dable esperar es que estos temas estén presentes y se manifiesten explícitamente, de modo que las investigaciones muestren los valores que utiliza cada científico, valores que en tanto tales son de carácter extra-científico, equivale a decir filosóficos.
Se lograría así que el lector supiera que está leyendo los resultados de las investigaciones de alguien que parte de determinados supuestos, los que deberían estar explicitados. Esta afirmación cobra mayor relevancia dado que es comprobable que, numerosas veces, nos encontramos ante muchas afirmaciones que se presentan como científicas, cuando en realidad, contienen una carga de pre-juicios (en el sentido de juicios previos) extra-científicos.
El ocultamiento de los valores, ideologías, presupuestos filosóficos, etc., no siempre conscientes, pero no por ello menos presentes, a partir de la carencia de explicitación se muestra como científico lo que no debería ser mostrado como tal. Para decirlo del modo más sintético posible: hay un nivel de la investigación que hace referencia a datos empíricos comprobables, su presentación está colocada en el nivel de la estricta ciencia. Pero, en cuanto se deducen de ellos conclusiones que arriesgan hipótesis posibles pero no probables (en el sentido de poder ser probadas), debe quedar claro que no tienen el valor de científicas. Esto nos remitiría a aceptar que del hombre, en el sentido específico e integralmente humano, sólo puede hablarse desde la antropología filosófica. Continúa diciendo Gehlen:
«La dificultad (en virtud de la cual no se ha conseguido hasta ahora una antropología filosófica) consiste por tanto en lo siguiente: en la medida que uno contemple rasgos o propiedades por separado, no encontrará nada específicamente humano. Ciertamente el hombre tiene una magnífica constitución física, pero los antropoides (grandes monos) tienen otra bastante parecida; hay muchos animales que construyen moradas o realizan construcciones artificiales, o viven en sociedad… si a ello se añade el peso de la teoría de la evolución, parece que la antropología sería el último capítulo de una zoología. Mientras no tengamos una visión total del hombre tendremos que quedarnos en la contemplación y comparación de las características individuales, y mientras nos quedemos ahí no existirá una antropología independiente, ya que no habrá un ser humano independiente… Ninguna de las ciencias particulares que se ocupan también de él (morfología, psicología, lingüística, etc.) tiene ese objeto: el hombre; a su vez no hay ciencia del hombre, si no se tienen en cuenta los resultados que proporciona cada una de las ciencias en particular».
No se me escapa que estas afirmaciones puedan parecer un tanto desconsolantes al emprender la tarea propuesta. Sin embargo, creo que tener clara conciencia de los problemas no hace a los problemas más grandes, ni insuperables y, por el contrario, desconocerlos puede llevar a engaños de tristes consecuencias. Si no hemos conseguido tener una ciencia del hombre hasta ahora, esta no es una razón para no seguir avanzando en su intento. Por otra parte, seguir recogiendo los fragmentos de conocimientos científicos que sí tenemos y, a partir de ellos, elaborar propuestas interpretativas acerca de ese fascinante objeto de estudio que es el hombre.
Porque, a partir de la toma de posición que adoptemos conscientemente respecto de él, los resultados de las demás ciencias humanas y sociales serán de una mayor claridad. Toda ciencia de lo histórico-social se apoya en un concepto de hombre que en la mayoría de los casos no está explicitado, y que indefectiblemente incide en sus conclusiones. Sólo, como ejemplos muy conocidos, señalaré el exagerado egoísmo del hombre atribuido a Adam Smith o el impulso biológico del hombre que se le atribuye a Sigmund Freud. En ambos hay una antropología implícita.
Sin embargo, para recuperar la esperanza y la confianza en los intentos científicos, cabe afirmar que, si bien el hombre se ha interrogado a sí mismo en los últimos tres mil años de nuestra tradición occidental sobre qué es él, sólo en este último siglo y medio ha estado en condiciones de profundizar esta pregunta con resultados altamente positivos. El el biólogo español, nacionalizado estadounidense, especialista en evolución, profesor de la Universidad de California Francisco J. Ayala (1934-2023) afirma:
«El resultado de todos estos esfuerzos fue, antes de 1859, fundamentalmente deficientes; puesto que una característica esencial de la naturaleza humana –su origen evolutivo a partir de antepasados pre-humanos, con todo lo que ello implica- no había aún sido descubierta».
Las dificultades antes señaladas deben ir acompañadas de esta afirmación:«Hoy estamos mejor que nunca antes para emprender esta tarea, y esta es la razón que nos hace conscientes de los problemas».
[1] Nacido en Polonia y radicado en los EEUU; fue un antropólogo cultural y folclorista estadounidense extensamente leído de principios del siglo XX.
[2] Modo ordenado y sistemático de proceder para llegar a un resultado o fin determinado.
[3] Es la rama de la filosofía interesada en estudiar cómo se obtiene el conocimiento y cuál es su validez.
[4] Fue un filósofo y sociólogo alemán, sus teorías han inspirado el desarrollo del neoconservadurismo contemporáneo alemán.
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