Reflexiones en torno al problema del trabajo. Parte III. La recuperación de la comunidad – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

La recuperación de la comunidad – El trabajo compartido

19Y apenas la madrugada / empezaba a coloriar,
los pájaros a cantar / y las gallinas a apiarse,
era cosa de largarse / cada cual a trabajar.
-Martín Fierro

Después de los siglos de sociedad esclavista, y poco antes de que Europa comenzara a adquirir un proyecto político que la iba a consolidar como potencia mundial, se fue constituyendo en el occidente de este territorio una forma de organización social que se mantuvo a lo largo de unos seis siglos: la comuna aldeana. Vamos a aproximarnos a ella para descubrir una forma social que sorprende al confrontarla con la sociedad actual del capitalismo salvaje.

Si bien la experiencia comunitaria en el territorio señalado puede asombrar conviene que veamos antes las formas de vida, de trabajo, de relación de los hombres entre sí, que se fueron encontrando en el mundo periférico durante los últimos diez siglos. Voy a reproducir algunas de las expresiones de investigadores que han estudiado en profundidad y con detalle esas experiencias con el sólo propósito de reflexionar sobre expresiones que pueden sorprendernos. Sin detallar a quiénes pertenecen las citas, para no extenderme demasiado, sólo con el propósito de trasmitir sus impresiones después de sus investigaciones:

«La palabra dada es sagrada para ellos… Ignoran por completo la corrupción y la deslealtad de los europeos (….) Viven muy pacíficamente y raramente guerrean con sus vecinos (…) Están llenos de dulzura y de benevolencia en sus relaciones mutuas (…) Uno de los más grandes placeres para los hotentotes es el cambio de regalos y servicios (…) Por su honestidad, por la celeridad y exactitud en el ejercicio de la justicia, por su castidad los hotentotes sobrepasan a todos, o casi todos los otros pueblos (…)».

Pero, la misma firmeza de la organización del clan demuestra hasta donde es falsa la opinión en virtud de la cual se representa a la humanidad primitiva en forma de una turba desordenada de individuos que obedecen sólo a sus propias pasiones y que se sirve cada uno de su propia fuerza personal y su astucia para imponerse a todos los otros. El individualismo desenfrenado es manifestación de tiempos más modernos, pero de ninguna manera era propia del hombre primitivo».

«Entre los esquimales de pocos siglos atrás se han podido verificar algunas costumbres, convertidas en modalidades rituales, que demuestran el grado de conciencia social y la necesidad de pertenencia que tenían. Por ello eran evidentes las aflicciones que mostraban por las dificultades que encontraban, al hacerse manifiestas socialmente algunas diferencias en posesiones, debidas al azar, de la caza o la pesca. Cuando las diferencias de bienes eran muy ostensibles se invitaban a los que menos tenían a un festín, en el que se consumía gran parte del excedente y el resto se repartía entre todos los presentes» [[1]].

Este tipo de distribución de riquezas no es un evento extraordinario, por el contrario es común y se puede encontrar en distintas sociedades y en lugares distantes. Esto indica que es una fase de la evolución del género humano, cuando se ha superado el nivel de subsistencia, o es una vieja tradición que se hereda de la proveniencia de un tronco común. En muchas culturas se ha observado que esta costumbre del reparto del excedente se convirtió, con el paso del tiempo, en una fiesta con fecha fija en el año, en la que cada uno aportaba su excedente y se realizaba una distribución comunal. El trabajo es, por lo general, compartido por distintos miembros de la tribu y su producción se reparte entre todos. Es habitual encontrar que en la distribución de los excedentes se guarda una parte para un fondo comunal, para familias necesitadas o para tiempo de escasez.

También acompañaba a estas costumbres, en una etapa posterior en que la comunidad se había asentado, una redistribución de tierras y campos de pastoreo dentro de la tribu, con el objeto de que no se beneficiaran sólo algunos con las mejores, en detrimento de los otros. Junto a la nueva repartición se efectuaba un perdón colectivo de las deudas contraídas. Todas estas descripciones nos hablan de modalidades sociales que se siguieron practicando hasta pocos siglos atrás en el área periférica a los imperios que dominaron el mundo.

Acerquémonos a las características de la comuna urbana europea que quedó mencionado. La descripción que hace el investigador ruso Pedro Kropotkin de la vida en las comunas medievales, en un libro que tituló “El Apoyo Mutuo” nos da una pintura de aquella forma social. Podemos, siguiendo a este autor, corroborar y profundizar lo que hemos venido viendo de esta forma institucional, revolucionaria para su época, cuyo estudio nos permitirá avanzar en importantes enseñanzas. Aunque pueda aparecer como demasiado insistente respecto de lo ya visto, no debe perderse de vista el acento que coloca en los aspectos solidarios de esta estructuración de la comuna aldeana. Decía Kropotkin respecto de la comuna medieval:

«El objeto principal de la ciudad comunal era asegurar la libertad, la administración propia y la paz; la base principal de la vida de la ciudad era el trabajo. Pero la producción no absorbía toda la atención del economista medieval. Con su espíritu práctico comprendía que era necesario garantizar el consumo para que la producción fuera posible; y por esto proveer a la necesidad común de alimento y habitación para pobres y ricos era el principio fundamental de la ciudad. Estaba terminantemente prohibido comprar productos alimenticios y otros artículos de primera necesidad antes de ser entregados al mercado, o a comprarlos en condiciones especialmente favorables, no accesibles a todos, en una palabra, especular. Todo debía ir primeramente al mercado y allí ser ofrecido para que todos pudieran comprar hasta que sonara la campana y se anunciara el cierre. Sólo entonces podía el comerciante minorista comprar los saldos restantes: pero aún en este caso su beneficio debía ser un beneficio honesto… En una palabra, si la ciudad sufría necesidad, la sufrían entonces, más o menos, todos; dentro de sus muros nadie podía morir de hambre».

Nos han llegado documentos de la época que demuestran que en muchas ciudades se designaban funcionarios para la compra de lo que la ciudad no producía, y se ofrecía por igual a todos los comuneros (los habitantes de las comunas). Del mismo modo muchos gremios artesanales hacían compras comunitarias de sus materias primas, repartiendo las utilidades que el mejor precio les proporcionaba. El espíritu de la cristiandad se reflejaba en toda la actividad económica. El trabajo era considerado como un deber moral hacia el prójimo, ya que cumplía una función social. La idea de justicia con respecto a la ciudad, y la de honestidad con respecto al productor y al consumidor en sus intercambios, eran la regla de todas las relaciones sociales. Reinaba un espíritu tal en el orgullo por el trabajo bien hecho por cualquier artesano, que los defectos de fabricación avergonzaban a quien lo producía. Los defectos técnicos en las manufacturas afectaban el prestigio de toda la comuna, puesto que atentaban contra la confianza pública, por ello, como la producción era un compromiso social, quedaba bajo el control de la corporación del gremio la verificación de calidades, precios y modelos.

El profesor Jacques Le Goff corrobora lo afirmado para que no queden dudas respecto de la imagen medieval. Es rescatable, desde nuestra perspectiva, recuperar la existencia de formas orgánicas institucionales, de producción y distribución, así como de control, en las que se imponía el sentido de servicio, aunque no excluía la necesidad de producir beneficios. En la línea de lo que venía afirmando Kropotkin afirma más adelante:

«Realmente, cuanto más estudiamos las ciudades medievales tanto más nos convencemos de que nunca el trabajo ha sido tan bien pago y ha gozado del respeto general como en la época en que la vida en las ciudades libres se hallaban en su punto de máximo desarrollo. Más aún. No sólo muchas de las aspiraciones de nuestros izquierdistas modernos habían sido ya realizadas en la Edad Media, sino que mucho de lo que ahora se considera utópico se aceptaba entonces como algo completamente natural».

Puede parecer ridículo, y hasta dar lugar a incredulidades, que alguien pretenda que el trabajo deba ser agradable y producir placer, que deba posibilitar la manifestación y realización de la persona humana. Sin embargo al leer la ordenanza de una pequeña ciudad medieval debemos aceptar lo dicho:

«Cada uno debe hallar placer en su trabajo y nadie debe, pasando tiempo de holganza, apropiarse de lo que se ha producido con la aplicación y el trabajo ajeno, pues las leyes deben ser un escudo para la defensa de la aplicación y el trabajo».

 

[[1]] Un tratamiento más detallado puede encontrarse en la página www.ricardovicentelopez.com.ar bajo el título Del hombre comunitario al hombre competitivo.

 

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