Por Ricardo Vicente López
Apuntes filosóficos sobre el problema de lo humano en Occidente
«Extraído del Libro América – el continente de las esperanza» [[1]]
Si pa’ cantar la canción/ me remonto en el pasao,
no es de puro acostumbrao/ pues no palanqueo costumbres.
Tan solo quiero ser lumbre/ pa’ rumbo del extraviao.
-José Larralde
Comencemos por el problema de la ideología. Debo afirmar, entonces, que toda sociedad, toda época histórica, toda cultura, ha estructurado su saber en torno a un conjunto organizado de imágenes que funcionaron como un fundamento, muchas veces inconsciente, de las construcciones mentales. Es decir, que todo tipo de conocimiento apoyado en ellas ha permitido a cada época descubrir la solución a problemas de su tiempo. Pero, asimismo, ha impedido el acceso a otros descubrimientos o ha encubierto la posibilidad de tales logros. Y en el terreno de la problemática social Scannone nos aclara:
«Por tanto se trata de una función positiva, fundamental e imprescindible del imaginario social. Pero tales imágenes (que según Ricoeur, corresponden al nivel más profundo y positivo del fenómeno ideológico), aunque pueden trasmitir a dicha sociedad significaciones verdaderas y valoraciones rectas acerca de sí, su historia, su mundo, etc., con todo están condicionadas históricamente; y aún más, pueden servir no sólo para la necesaria legitimación de la autoridad en esa sociedad, sino también prestarse a ser manipuladas y aún distorsionadas “ideológicamente” (en el sentido peyorativo de la palabra) en los juegos de poder y luchas por el poder». [[2]]
La ideología es el marco dentro del cual se da históricamente toda posibilidad de conocimiento, saberlo permite hacerse cargo de ese contenido, explicitarlo, hacerlo racional, reflexionarlo teóricamente, para que funcione como encuadre organizador, dentro del cual cada saber potencie sus fuerzas operativas. De modo tal que impida o, por lo menos, dificulte las manipulaciones distorsionantes a las que Scannone hace referencia. Este es el paso importante al que hacía yo mención más arriba. No negar ingenuamente las implicancias ideológicas contenidas, sino hacernos cargo de ellas, de modo que jueguen a favor de la apertura del horizonte de nuestro conocimiento, de las cosas reales como de las posibilidades de cosas nuevas.
Este doble nivel del planteo de la ideología nos permite arrojar luz sobre el modo de operar de ella: a) el nivel positivo, cuya reflexión permite enriquecer el conocimiento de los temas encarados, dentro del cual intentaré enmarcar este trabajo; b) el nivel negativo, que opera entenebreciendo el clima intelectual, ya sea por intereses manifiestos, pero que de todos modos exigen ser desenmascarados, o por intereses ocultos que exigen investigación, agudeza y compromiso. Para que el pensamiento pueda hacerse cargo consciente de esa situación nos dice Osvaldo Ardiles:
«La tematización [convertir algo en tema central de un discurso, texto, discusión, obra de arte, etc.] del desde dónde de la crítica, visualizada como un universal situado, requiere que se clarifique previamente la estructura del encuadre social del pensamiento. En primer término, consideramos que el acto del conocer está mediado socialmente y que su ejercicio se funda en la actividad social de construcción de la realidad y en las relaciones que los hombres contraen en dicha actividad. En segundo lugar, estimamos que, en el pensamiento político y social, las ideas que dan el tono a cada etapa histórica no son meros reflejos mecánicos de ineluctables procesos objetivos, ni geniales ocurrencias individuales que expongan verdades más o menos atemporales; éstas reconocerían su origen únicamente en los sistemas conceptuales precedentes… lo que en nuestra opinión constituye la primera condición de posibilidad para una empresa humana de liberación integral: (es) la experiencia del ser como historia creativa, esto es, radicalmente abierta a lo nuevo adveniente, traslúcida al reconocimiento de su auténtico sujeto y constitutivamente cuestionadora de toda construcción intramundana. Es decir, la experiencia ontológica que permite ver la historia como proceso de creación continua, de enriquecedora emergencia de nuevos seres…» [[3]]
La filosofía de la que nos está hablando Ardiles está muy lejos de la que se enseña en nuestros centros académicos, salvo las consabidas excepciones. Quiero decir, no es el mero especular abstracto de problemas universales –el ser, la trascendencia, la muerte, el destino, es un meditar comprometido como su título lo manifiesta, comprometido con Latinoamérica y comprometido con su liberación, no porque eluda aquellos temas sino porque los piensa desde la problemática del hombre situado en una circunstancia histórico-política. Tal vez el hecho de que estas palabras tengan más de veinte años hagan pensar en su obsolescencia, cabría preguntar a quien así piense: ¿Latinoamérica cambió en su situación de dependencia en ese tiempo? ¿La liberación fue un logro o, por el contrario ya no es, siquiera, un objetivo a perseguir? ¿O es tarde para hablar de estas cosas en los comienzos del siglo XXI porque todo está ya perdido? ¿O la globalización del mercado es el mecanismo idóneo para la resolución de los problemas que hace veinte años se creía se lograrían liberándonos?
Todas estas preguntas encontrarán diferentes respuestas dependiendo del marco ideológico desde dónde se las formule y desde donde se intenten sus respuestas. Del mismo modo que fue ciencia de la dominación el modelo científico de la Modernidad. Esto, fue sostenido por una voluntad de dominio de la naturaleza, voluntad que se manifiesta en voluntad de poder y voluntad de riquezas. Todo ello unido en su proyecto de dominación universal, generó ese pensamiento sobre lo social en el que no es la verdad lo importante sino la operatividad que sobre lo social es posible generar como instrumentalización de sus contenidos. Sostenido todo ello por una metafísica del dominio, cae fácilmente en el error de identificar progresivamente la racionalidad con la técnica y la ilustración con el dominio. Completa Ardiles este pensamiento con las palabras siguientes:
«La concepción patronal-contable del ser le impone sus especiales características. El hombre ansioso de dominar (en el sentido que la Modernidad dio a este término) los seres, ve extender su potencia más allá de todo límite y se abandona a la racionalidad propia de sus instrumentos; los cuales, en su aséptica neutralidad, “no hacen significación de personas”, y sirven tanto para consolidar la injusticia como para someter lo viviente. Las posibilidades del logos dominador son infinitas. Algunas de ellas han sido ya siniestramente exploradas en la historia de las últimas décadas. [[4]]
El poder desenmascarar ese sistema de dominio es un paso en la dirección de la constitución de una nueva base de partida. Ese desenmascaramiento constituye en sí mismo una voluntad que se opone a la voluntad de dominio, porque denuncia el dominio como tal, la sola denuncia la convierte en voluntad de liberación y los intereses que la mueven empujan hacia la búsqueda de la verdad. Esta verdad, a su vez, será la verdad del dominado en busca de su libertad, y ésa será la metafísica en la que se apoye, como lo fue la de dominio en los comienzos de la Modernidad.
Es, al mismo tiempo, la configuración de un horizonte de expectativas desde el cual adquiere movimiento el devenir intencional de la historia, convertida ahora en historia propia, desalienada, protagonizada, es el reconocimiento de los caminos trazados posibles y del caminar, es la constitución del sujeto histórico como liberador y el auto-reconocimiento como sujeto. Pero esta constitución y develación del sujeto dominado en sujeto liberador exige, de inmediato, la revisión y develación de la propia historia pasada como configuradora de la personalidad histórica, de este modo la ciencia liberadora se torna también ciencia histórica del sujeto liberado, que deberá asumir la responsabilidad de la narración de una nueva historia, contada ahora desde el reverso de la historia.
Por otra parte, la instalación de ese horizonte de expectativas, en tanto éste sea posibilidad real de liberación, tendrá que ser planteado con el máximo de objetividad posible (objetividad intersubjetiva, equivale a decir la objetividad construida entre las personas que comparten un mismo universo cultural, que vale para ellos y que no pretenden imponerla a los demás. No la objetividad del sujeto moderno y de su conocer, como ya vimos) y aquí la ciencia de la liberación impondrá metodológicamente sus exigencias, deberá hacerse cargo del presente en toda su verdad, puesto que de ello depende la posibilidad real de los caminos trazados. Este conocimiento apelará a todos los métodos empíricos disponibles en la obtención de datos, que ahora adquirirán otro sentido enmarcados en una concepción diferente. Toda la experiencia acumulada por las ciencias sociales de la Modernidad se pondrá entonces, pasada por la debida crítica, al servicio de esta ciencia. En esta misma línea de pensamiento Ardiles confirma:
«De allí que toda reflexión sobre nuestro irrenunciable presente latinoamericano deba cimentarse en el explícito reconocimiento de la existencia previa y de la primacía óntica-ontológica de la materialidad del proceso histórico objetivo que viven nuestros pueblos. Dicha materialidad es de índole socio-económica, es decir denota el proceso dialéctico por el cual nuestra sociedad produce y reproduce la estructuración de sus medios de vida… Las estructuras materiales de nuestra historia no son meras facticidades, más o menos prescindibles en el quehacer filosófico. Sus elementos constitutivos requieren ser aprehendidos como determinaciones óntico-ontológicas y asumidas sin reservas por nuestro filosofar. Este, por su parte, debe ser reelaborado de modo que integre consciente y reflexivamente en su seno los resultados científicamente establecidos de la analítica socio-cultural. Es necesario que participe crítica y comprometidamente en la praxis liberadora tal como ella se manifiesta en sus más lúcidos exponentes ideológicos. En este nivel, su saber practicante es apremiado por la historia para que se transforme decididamente en saber subversivo».
Debemos intentar superar las dificultades que impone el lenguaje técnico, que maneja Ardiles claramente filosófico, que puede presentar a los no habituados a este modo de expresarse. Intentaré convertirlo, en la medida de lo posible, en un lenguaje accesible al ciudadano de a pie: Creo que queda claro que está hablando de otra filosofía, y que esta asume el compromiso liberador. En ella nuestros pueblos deben encontrar esa ciencia liberadora que brinda los apoyos metafísicos, epistemológicos, críticos de la totalidad del pensar.
[1] Publicado en www.ricardovicentelopez.com.ar.
[2] Juan Carlos Scannone, Teología de la Liberación, ver también Reflexiones epistemológicas acerca de las tres dimensiones en América y la Doctrina Social de la Iglesia, Ediciones Paulinas.
[3] Osvaldo M. Ardiles, “Contribuciones para una…”, op. cit
[4] Ardiles, Osvaldo M., “Contribuciones para una…”, op. cit
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