«Resignificaciones»
Por Juan Manuel de Prada
A nadie que no sea enteramente memo o malvado se le escapa que la «resignificación» que el doctor Sánchez y sus mariachis se disponen a perpetrar en el Valle de los Caídos está movida por el odio y el resentimiento (que, en último término, es ‘odium fidei’). Sin embargo, la susodicha «resignificación» -que convertirá una basílica católica en un execrable museo de los horrores- se perpetra porque lo han permitido las autoridades eclesiásticas, que se han allanado ante el poder, o, como diría San Juan en el Apocalipsis, han «fornicado con los reyes de la tierra». Pero, siendo sinceros, al aceptar esta «resignificación», las autoridades eclesiásticas no hacen sino perseverar en el error en el que ya incurrieron sus antecesores, santificando un delirio falangista («nacionalseminarista», precisaría con retranca Fernando Navales) que establecía un «culto a los muertos» de tufillo pagano, en una pretensión de simbolizar la «reconciliación entre los españoles».
Para escenificar esta pretensión quimérica, las autoridades eclesiásticas de la época permitieron que se enterrasen en terreno sagrado y en lamentable zurriburri, restos fúnebres de católicos y ateos (incluso de enemigos declarados de la fe católica), algo que el Derecho Canónico prohibía tajantemente. En el fondo de aquel grotesco zurriburri nacionalseminarista palpitaba un error teológico flagrante, el mismo que en la liturgia de la misa quiso convertir el ‘pro multis’ en un delirante «por todos», como si los frutos de la Redención obrasen de forma automática sobre todos los hombres (¡incluso sobre quienes los rechazan!), sin el asentimiento voluntario de cada persona.
Ante aquella «resignificación» sólo protestó entonces el cardenal Segura, a la sazón arzobispo de Sevilla y tocacojones máximo de Franco, quien recordó en una carta pastoral de abril de 1940 que «la Iglesia, única que puede prescribir oraciones, no usa la palabra ‘caídos’ en su Liturgia»; y que «no pueden estar unidos después de la muerte los que no han estado unidos en vida por la misma fe en Jesucristo». Y también, en una carta pastoral de noviembre de 1952: «Los pueblos inconscientes aún conservan ciertas prácticas de origen nacionalsocialista que no están fundamentadas en la doctrina de la Iglesia, y que subsisten aún entre nosotros, tales como el culto a los difuntos sin distinción de creencias; la invocación de los difuntos, a quienes se considera presentes irrisoriamente y sin fundamento doctrinal alguno; el culto a la cruz de los caídos y los fríos homenajes políticos que, ante ella, se rinden a todos los muertos, aun a los que murieron fuera del seno de la Iglesia».
Las opiniones y análisis expresados en este artículo pueden no coincidir con las de la redacción de Kontrainfo. Intentamos fomentar el intercambio de posturas, reflejando la realidad desde distintos ángulos, con la confianza de aportar así al debate popular y académico de ideas. Las mismas deben ser tomadas siempre con sentido crítico.
El cardenal Segura, que había tenido redaños para enfrentarse al laicismo furioso de la Segunda República, los tuvo también para enfrentarse a las «resignificaciones» del nacionalseminarismo. Las autoridades eclesiásticas de nuestra época prefieren fornicar con los reyes de la tierra, que es mucho más descansado.
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