El Gobierno surcoreano facilitó la explotación sexual de grupos de mujeres, que fueron obligadas a una situación de esclavitud en el marco de un “brutal comercio sexual”, dirigido a soldados estadounidenses, informa el periódico The New York Times.
Tras la guerra de Corea, Seúl hizo lo posible para que las tropas de la ONU, dirigidas por EE.UU., se quedaran en su territorio más tiempo, y, a pesar de que la prostitución era y es ilegal en Corea del Sur, el Gobierno organizó ‘pueblos campamento’, alrededor de las bases militares estadounidenses, con mujeres secuestradas siendo aún menores de edad y obligadas a “brindar consuelo a las tropas de la ONU o levantar su moral”, frecuentemente bajo efectos de las drogas que les hacían consumir sus proxenetas. A otras mujeres, los funcionarios surcoreanos les prometían apartamentos gratis en la vejez, para vender su cuerpo a los soldados de EE.UU.
Con frecuencia estas esclavas sexuales sufrían múltiples abortos y eran obligadas a tratamientos violentos por enfermedades de transmisión sexual. A las que daban positivo, las recluían en instalaciones con ventanas enrejadas y les proveían de fuertes dosis de penicilina, hasta que algunas morían del ‘shock’.
En el colmo del cinismo, los funcionarios surcoreanos les hacían creer que eran patriotas y hacían el bien a su país. “Los funcionarios que nos llamaron patriotas se burlaron a nuestras espaldas, llamándonos ‘máquinas de ganar dólares'”, recuerda Park Geun-ae, que fue vendida cuando tenía 16 años a un proxeneta, en 1975, y dijo que había soportado fuertes palizas y otros abusos por parte de los soldados.
Centros de detención usados para retener a las mujeres que daban positivo en los tests de enfermedades.
En septiembre pasado, 100 de estas mujeres en busca de justicia se dirigieron a la Corte Suprema de Corea del Sur y obtuvieron una exigua compensación económica de entre 2.270 y 5.300 dólares a cada una por el trauma que sufrieron. La Corte encontró al Gobierno surcoreano culpable de “justificar y alentar” la prostitución en los campamentos para ayudar al país a mantener su alianza militar con EE.UU. y culpó al Gobierno por la forma “sistemática y violenta” en que detuvo y trató a las mujeres.
En una entrevista con The New York Times, seis mujeres que habían sido esclavas sexuales de Corea del Sur, alentadas por el fallo judicial, declararon que ahora pretendían llevar el caso a EE.UU. “Los estadounidenses necesitan saber qué nos hicieron algunos de sus soldados”, sostuvo Park Geun-ae.
“Nuestro país se dio la mano con los EE. UU. en una alianza y sabíamos que sus soldados estaban aquí para ayudarnos, pero eso no significaba que pudieran hacer lo que quisieran con nosotros, ¿o sí?”.
Cuando Cho Soon-ok tenía 17 años en 1977, tres hombres la secuestraron y la vendieron a un proxeneta en Dongducheon, un pueblo al norte de Seúl. Estaba a punto de comenzar la escuela secundaria, pero en lugar de perseguir su sueño de convertirse en bailarina, se vio obligada a pasar los siguientes cinco años bajo la vigilancia constante de su proxeneta, yendo a un club cercano para su explotación trabajo sexual con soldados estadounidenses.
En 1961, la provincia de Gyeonggi, el área poblada que rodea a Seúl, consideró “urgente preparar instalaciones masivas para mujeres para brindar consuelo a las tropas de la ONU o levantar su moral”, según los documentos presentados ante el tribunal como prueba. El gobierno local otorgó permisos a clubes privados para reclutar a estas mujeres para “ahorrar presupuesto y ganar divisas”. Estimó el número de mujeres explotadas en su jurisdicción en 10.000 y creciendo, atendiendo a 50.000 soldados estadounidenses.
Entre 1960 y 2004, los soldados estadounidenses fueron declarados culpables de matar a 11 trabajadoras sexuales en Corea del Sur, según una lista compilada por el grupo activista Saewoomtuh.
Como demuestran algunos de los documentos, en los encuentros entre ambos países, la única preocupación era evitar el contagio de enfermedades venéreas.
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