Sólo y solo
Por Juan Manuel de Prada
Antaño, las más garridas y aguerridas polémicas las sostenían los teólogos, que debatían buñuelescamente sobre la hipóstasis, la anástasis y la apocatástasis; y lo hacían con tanta acritud y encono que acabó acuñándose la expresión «odium theologicum», tan paradójico en quienes cultivaban la más pacífica y celestial de las ciencias. Este odio teológico sería luego heredado por todos los gremios intelectuales, que ocuparon en la sociedad secularizada la posición del teólogo. «El odio ha acabado refugiándose en la revista de asiriología», ironizaba Eugenio d’Ors, aludiendo a la exacerbación que la pasión polemista padece, a medida que se adentra en ámbitos más especializados, a medida que se centra en cosas tan aparentemente nimias como una tilde. Pero nada hay menos nimio que la ortografía; y prueba de ello es que el lenguaje coloquial ha incorporado en sus modismos la importancia de la disputa ortográfica: «Por hache o por be…»; «Poner los puntos sobre las íes», etcétera.
Resulta que la Academia, hace algunos años, quiso hacer la ‘unión hipostática’ del adjetivo solo y el adverbio sólo, despojando a este segundo de la tilde; pero algunos académicos levantiscos han protagonizado ahora una anástasis (¡sorprende que este concepto teológico no figure en el diccionario de la RAE!), para rescatar de los infiernos la tilde en el adverbio; y finalmente se ha decretado una apocatástasis o amnistía general, que concede libertad de ponerla para evitar la ambigüedad. Decía Nebrija que la «primera regla de la ortografía castellana» era «que assí tenemos de escribir como pronunciamos e pronunciar como escribimos». En consonancia con esta tendencia simplificadora, la Academia optó siempre por la ortografía fonética, sin dependencia de los orígenes etimológicos de la palabra. Esta labor de simplificación ha permitido, por ejemplo, que no escribamos ‘symphonía’ o ‘psalmo’; pero también ha propiciado algunos dislates, como por ejemplo que nos refiramos con la misma palabra (‘escatología’) a las realidades de ultratumba y a los excrementos. Y es que, cuando dos palabras distintas suenan igual, hay que procurar distinguirlas a través de la ortografía; pues, si sólo se atiende a la regla de la simplificación, el lenguaje se llena de anfibologías.
La ortografía es una facultad del alma, como Paul Valéry decía de la sintaxis. La ortografía es la facultad de distinguir las palabras por su atuendo, por su concepto, por su linaje y por su manera de encajar en la frase. El amor a las palabras no se perfecciona sin la ortografía. En la supresión de la tilde al adverbio sólo no hay deseo genuino de simplificar la lengua (pues más bien logra enturbiarla), sino un intento populista de halagar a los zoquetes que no saben distinguirlo del adjetivo. Nosotros, desde este rincón oscuro, hemos escrito y seguiremos escribiendo siempre con tilde el adverbio sólo. Agradecemos a ABC que jamás haya rectificado nuestra decisión.
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