Por Ana Herrero
El 4 de julio se ha estrenado en Estados Unidos la película Sound of Freedom. Sus productores son dos mejicanos, Eduardo Verástegui y Alejandro Monteverde y su protagonista es Jim Cavaziel, conocido por su interpretación de Jesucristo en la película La Pasión, de Mel Gibson.
Sound of Freedom ha tenido una gran acogida entre el público, superando en ingresos de taquilla a Indiana Jones, de la potente productora Disney. No debe extrañar esta acogida tan favorable, pues equivale a recibir una bocanada de aire fresco en el ambiente opresivamente ideológico de este fin de época, permitiendo concretar el deseo de disfrutar del arte orientado al servicio del bien. Muchos son los que concluyen que la película se propone denunciar las tramas, infiltradas en los estratos más elevados de la escala social y el poder, que secuestran niños y los venden como esclavos sexuales.
Pero Sound of Freedom se queda corta, pues no es más que un botón de muestra del odio que las sociedades liberales posmodernas tienen contra los niños y la infancia en cada una de sus etapas. Veámoslo de forma somera.
Hay odio a los niños incluso antes de ser concebidos, fomentándose la anticoncepción, para que ni siquiera lleguen a ser. Hay odio a los niños ya concebidos, no sea que nazcan y que sean acogidos en familias que se consoliden, fortaleciendo las almas de sus padres. Se odia que los niños nazcan, para que no lo hagan en una familia católica, no vayan a recibir el bautismo y ser hijos de Dios para siempre, en el cuerpo místico de la Iglesia. Si los niños han nacido y están bautizados, el odio del Estado liberal no descansa, sino que los acecha en la escuela, donde multiplicará sus insidias para matar la inocencia de sus almas con las excusas más variadas, revestidas de «lo pedagógico y lo razonable». Y no cesará ahí, pues en un crescendo siniestro lanza anzuelos ideológicos que pueden llegar a los niveles trágicos de la agresión físico-quirúrgica promocionada por la ideología de género.
Nos hemos acostumbrado al escándalo y hemos integrado el pecado: la anticoncepción, el aborto son ya un escándalo, lo que denuncia Sound of Freedom, también es un escándalo de enormes dimensiones. «Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona!» (Lc. XVII, 1). En cambio, esa integración es una característica de «la nueva normalidad». Hace años se proyectó en las salas de cine Unplanned (Inesperado), una película contra el aborto y tal vez llegará otra película que contradiga Mar adentro. Por eso debemos preguntarnos, cuando pasen las emociones de Sound of Freedom, ¿integraremos la pedofilia en «la nueva normalidad»? ¿Habrá continuidad a esta reacción del público con una respuesta de cierta dimensión política que nos lleve a la tradición?, ¿es esto el derecho al pataleo que no perjudica al sistema? La dialéctica y el pataleo entran dentro de la dinámica marxista, porque entretanto la revolución puede seguir avanzando y, mientras, nosotros necesitaremos cada día más voltaje en los temas para reaccionar.
En definitiva, la trama de Sound of Freedom denuncia sólo un aspecto: la esclavitud infantil impulsada por los que son siervos del demonio. «Los hijos de Dios no están en venta» se oye en la película. Y, sin embargo, Jesucristo, el Hijo de Dios fue vendido en rescate por muchos a cambio de 30 monedas de plata. La tradición es imprescindible: sólo en las sociedades donde Él reine los pequeños cristianos dejarán de estar en venta.
Una cosa más, al alcance de todos: Nuestra Señora pidió en Fátima el rezo del Santo Rosario por la conversión de los pecadores. Que Sound of Freedom refuerce nuestro compromiso en esa Cruzada del Corazón Inmaculado de María —¡Dios lo quiere!—, ofreciendo también sacrificios por la conversión de los pecadores más necesitados de la misericordia.
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