Por Marcelo Ramírez
El anuncio de Nancy Pelosi de una visita a la isla de Taiwán amenaza con crear un nuevo conflicto armado entre la República Popular China y la provincia rebelde, como la considera Beijing.
China tiene sus líneas rojas, Taiwán es una de ellas. La indisolubilidad territorial es algo que para el país asiático es innegociable y es lo que anuncia dese hace años, es causa belli. Los planes chinos por su historia e idiosincrasia son de traccionar a la isla hacia su esfera pacientemente, como hicieron con Hong Kong, tomando el tiempo necesario y brindando los grados de autonomía imprescindibles para un traspaso de soberanía indoloro.
Beijing solo exigirá en el futuro una política de Defensa en común, al igual que la de Relaciones Exteriores, pero brindando grandes grados de autonomía en el resto de los asuntos taiwaneses, de forma tal que les permita seguir con su economía y sus costumbres sin interferencias.
La sociedad taiwanesa hoy está dividida en dos partes más o menos iguales, una que quiere ser independiente y la otra que busca un acuerdo con China.
Ma Ying-Jeou, el anterior presidente perteneciente al Kuomintang (KMT), el mítico partido fundado por Qiang Kai -Shek luego de su derrota contra las fuerzas de Mao, es curiosamente quien habla de una sola China. Mientras tanto, su sucesora, la actual presidente Tsai Ing-Wen, perteneciente al Partido Progresista Democrático, ha revertido las políticas de acercamiento y ha tensado las relaciones con sus vecinos.
La coalición verde que encabeza el partido de Tsai se identifica con los EE. UU. y tiene una política de confrontación que ha permitido que los americanos tengan una presencia militar en la zona aduciendo libertad de navegación provocando a China. Mientras tanto, la coalición azul del KMT es mucho más prudente, y basándose en el nacionalismo, prefiere una reunificación a negociar, pues considera que ambos países son una sola China y que su destino es la unidad tarde o temprano.
Esta situación termina por ser la ideal para que el mundo atlantista, encabezado por EE. UU. y el Reino Unido, interfiera en el conflicto desde hace años. La creación del AUKUS en los últimos tiempos y la promesa de venta de submarinos de propulsión nuclear a Australia, van en el sentido de recalentar el conflicto impidiendo la reunificación pacífica de China.
La reacción de este país es medida tal como corresponde a su idiosincrasia, los chinos son una nación de comercio y no un pueblo guerrero, pero, aun así, son forzados cada día más a la guerra.
Beijing sabe que su ascenso económico es irrefrenable y que más allá de las cíclicas campañas que quieren convencer a los pueblos occidentales de que este país está a punto de desmoronarse, su posición cada vez se fortalece más y solo puede ser detenida por las armas.
El rumbo de colisión entre China y el bloque anglosajón es imposible de modificar por las disputas de orden geopolítico, pero además, porque responde a dos formas civilizatorias contrapuestas de ver el mundo. El triste recuerdo para China de las Guerras del Opio sumado a la ocupación de parte de su país por las potencias europeas, se han constituido en una humillación que siempre está presente.
Si Occidente tuviera la voluntad de terminar el conflicto, debería emprender otras políticas y no gestos inamistosos como los intentos de revoluciones de color, como sucedió en Tiananmén, el intento de sublevación con los paraguas en Hong Kong, o el protagonismo dado al Dalai Lama para recalentar el conflicto en el Tíbet. Estas son todas señales inequívocas de que el mundo anglosajón no está dispuesto a aceptar que llegó el momento de retirada y que sus intenciones de dominio siguen firmes hasta el punto de buscar la ruptura de China en Estados menores y fáciles de controlar. No casualmente el mismo modelo que se impulsa actualmente contra Rusia con la excusa de la decolonización.
La mención en su visita al continente africano del francés Macron diciendo que Rusia es la última potencia colonial es una muestra de lo que empieza a gestar el Occidente Colectivo.
China, en consecuencia, se ha estado preparando para este momento, sabiendo que tarde o temprano Occidente intentaría cortar su ascenso con la guerra. En 1997 Newt Gingrich decidió visitar Taiwán y EE. UU. respondió a las quejas chinas movilizando dos flotas de portaaviones para “garantizar su seguridad”, pero básicamente para enviar un mensaje a China sobre el poderío militar de EE. UU., en ese momento abrumadoramente superior al chino.
Sin embargo, el tiempo pasa y el intento actual de Nancy Pelosi encuentra una correlación de fuerzas militares muy diferentes. China hoy tiene una Marina que es mayor a la de EE. UU. en el número total de unidades, ha reforzado sus capacidades y tecnología militar durante años y hoy se encuentra en una posición de fortaleza que no tenía en los noventa, contando además con el respaldo ruso.
Los políticos occidentales insisten en confundir la realidad con sus deseos e ignoran las advertencias de otras naciones. Rusia fue muy clara sobre las consecuencias de seguir instigando a Ucrania a una política antirrusa de persecuciones y avance sobre las fronteras. Muchos creían en Occidente que Putin no actuaría como finalmente lo hizo y otros tantos creyeron en la propaganda que mostraba al ejército ruso como incompetente e inferior a la OTAN. La realidad hoy está demostrando que Rusia tiene mayor poder que el que Occidente estimaba y que las armas que se envían a Ucrania desde la OTAN, resultan ser de una eficiencia mucho menor a la que la propaganda mediática intenta hacer considerar.
Rusia, entonces, terminó siendo un hueso demasiado duro para los atlantistas que no consiguen hacerse con la victoria y deben aumentar la cantidad y calidad de armas con la esperanza de apoyar con eficiencia la lucha de Kiev. Las sanciones económicas y la batalla militar no sonríen a las occidentales.
En medio de este cuadro la idea de Pelosi es al menos peligrosa, si EE. UU. tiene serios problemas para contener a Rusia y ha sufrido una derrota en Siria, se debió retirar desprolijamente de Afganistán y ahora está sufriendo en Ucrania, abrir un segundo frente de combate parece un sin sentido.
China ha subido el tono y amenazó con una guerra si la visita se concreta. La situación es tan compleja que finalmente el propio Joe Biden ha advertido que el viaje a Taiwán de Nancy Pelosi no es conveniente en estos momentos, según le aconsejaron sus mandos militares.
Es evidente para cualquier observador que la OTAN sin el firme compromiso de EE. UU. es apenas un tigre de papel, una situación agravada ante las políticas turcas que oscilan entre Rusia y Occidente, como si no perteneciera a la OTAN y fuera un tercer país no involucrado. Si algo deja claro el enigmático Erdoğan es que en caso de una escalada militar que llegue a lo nuclear, Turquía muy bien puede permanecer al margen expectante. Definitivamente, Ankara no es un socio confiable para la OTAN.
¿Se puede abrir un segundo frente en Asia Oriental con este panorama confiando en que la OTAN quede en manos Europeas para enfrentar a Rusia? La respuesta del US Army es contundente, no es posible otro teatro de operaciones similar al ucraniano en el Estrecho de Taiwán.
China puso en el aire dos SU-35 que desactivaron las defensas aéreas de Taiwán suministradas por EE. UU. mediante un complejo de guerra electrónica, a los que sumó 24 hs después una docena de SU 30 con el mismo propósito. Esta maniobra está pensada para abrirle paso a los bombardeos H-6 capaces de portar armas nucleares y presuntamente, hipersónicas. Todo un mensaje.
Surgen entonces dos preguntas, una que tiene que ver con las razones por las cuales Pelosi, tercera en la cadena de mando estadounidense, ha decidido impulsar este viaje. ¿Quiénes son los que en Washington quieren una guerra total? Porque el mismo Biden no avaló la aventura de Pelosi.
En medio de esta situación resurge el conflicto entre Serbia y la provincia separatista de Kosovo. Otro conflicto más que se abre en Europa y que encuentra a la OTAN y Rusia en bandos opuestos y dispuestos a intervenir.
La negativa Serbia a apoyar las sanciones parece que ha recibido su respuesta, y era algo esperable porque Kosovo es una zona oscura, poco transparente y con intereses pesados en juego.
Cuando comenzó la operación militar rusa en Urania, la respuesta de la OTAN fue enviar grandes cantidades de armas cuyo destino al día de hoy no está claro, según reconocen los mismos países que envían las armas y se muestran como incapaces de hacer un seguimiento serio y confiable.
Parte de esas armas recaló precisamente en Kosovo y hoy están en manos de milicias que las utilizarán contra las fuerzas Serbias, todo en medio de las acciones europeas que bajo el pretexto de pacificar la región terminan por inflamarla.
Podemos concluir sin dudas que el Occidente Colectivo está tanteando posibilidades y abriendo frentes contra Rusia y China con maniobras de avances y retrocesos en función de las posibilidades que perciben sobre el propio terreno.
Pero hay un dato que es muy preocupante y es el de la fisura que se puede observar con estos sucesos en los propios EE. UU., las diferencias de criterio han expuesto al menos dos bandos, uno que es agresivo, no obstante toma precauciones ante una escalada que puede ser nuclear. La otra posición solo se muestra interesada en la escalada a como de lugar y a cualquier costo.
Esta disputa interna en EE. UU. es la clave para la definición a futuro de si habrá una guerra de gran magnitud y como se dará.
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