Por Juan Manuel de Prada
A nadie se le escapa que las oligarquías partitocráticas utilizan las desgracias colectivas –lo vimos en las recientes inundaciones causadas por la gota fría en Levante, lo vemos ahora con los incendios estivales– para azuzar la demogresca que garantiza su fortaleza. Echándose las culpas los unos a los otros, disputando sobre la rapidez o lentitud con que han interrumpido sus vacaciones, logran enardecer y disciplinar a los fanáticos y zoquetes de sus respetivos negociados ideológicos. Además, desgracias como las inundaciones del pasado año o los incendios de esta semana permiten a la chusma que nos tiraniza imponer los dogmas de la religión climática, que a la vez que enriquecen a sus amos y empobrecen a los pueblos tiranizados resultan fundamentales para pastorear a las masas cretinizadas y estigmatizar a los disidentes. Por supuesto, pasados unos días, la chusma que nos tiraniza pasa del tema y cambia de tercio, en busca de nuevos banderines de enganche que permitan excitar la demogresca e imponer dogmas. Y el periodismo degradado, por supuesto, se dedica ancilarmente a brindar a la chusma la gasolina que requiere para fortalecer sus respectivos negociados ideológicos. Pero, ¿qué debería hacer el periodismo todavía no degradado?
Un periodismo no degradado no debería conformarse con narrar los inanes rifirrafes de nuestras oligarquías partitocráticas; ni tampoco debería limitarse a relatar los estragos causados por los incendios (aunque, desde luego, deberá esforzarse en que los damnificados obtengan resarcimiento). Un periodismo no degradado debería esforzarse por mostrar a los españoles que los incendios no fueron causados por el «cambio climático», sino que fueron en su inmensa mayoría provocados por personas concretas (treinta de las cuales, además, han resultado detenidas), que por causar mayor daño multiplicaron los focos y aprovecharon simultáneamente el momento del año con temperaturas más cálidas. Un periodismo no degradado trataría de conocer las razones que llevaron a esos tipejos a actuar de forma simultánea y con el mismo modus operandi; trataría de descubrir si los impulsaban móviles variopintos o si, por el contrario, trabajaron de forma coordinada e impulsados por el mismo móvil. Un periodismo no degradado trataría de indagar si ese móvil era lucrativo, si los incendiarios eran en realidad sicarios a sueldo. Un periodismo no degradado seguiría tirando del hilo hasta averiguar si esos sicarios estaban al servicio de alguna sórdida causa o entramado empresarial. Y, desde luego, un periodismo no degradado seguiría durante años la pista de los terrenos calcinados, para averiguar si se les destina a usos renovados (¿renovables?), alegando falsas razones de «interés público».
De todo esto debería encargarse un periodismo no degradado, si es que tan raro unicornio aún sigue existiendo, en lugar de servir de altavoz de los falsos dogmas y las inanes trifulcas de la chusma que nos tiraniza.