Por Ignacio Drubich*
La Economía Política en las vísperas de la Revolución Industrial. El período transcurrido entre el año 1618 y el 1648 fue decisivo para la delimitación territorial de los nuevos Estados europeos. La Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia son el punto de quiebre entre la disolución de un orden y la emergencia de otro. El impacto económico de estos sucesos es central, porque fue a partir del año 1650 que se empiezan a generar las condiciones necesarias para el gran salto que supuso la Revolución Industrial y la preeminencia cada vez mayor de la manufactura compleja, la fábrica, el comercio y la ciudad, por sobre el mundo rural, la artesanía y los talleres, que serán reemplazados por unidades productivas de alta complejidad (para la época).
A mediados del siglo XVII, en Europa, todavía perviven las economías preindustriales junto con las pequeñas explotaciones campesinas. El taller donde se producen artesanías es la “empresa manufacturera” del momento. A nivel político, se consolida la Nobleza, amparada por el poder del Clero, que autorizaba a los monarcas a ejercer el poder y consolidar la estructura y las nuevas instituciones de los Estados-nacionales. La burguesía sigue siendo minoritaria, pero su poder se irá acrecentando a través de la intermediación internacional que ejerce Europa a través del comercio. Si bien el continente comenzaba con un ascenso que jamás se detendría y lo ubicaría como centro dinámico de la economía mundial, tenemos que remarcar que desde el Siglo XV hasta fines del XVII es Asia la región que concentra el mayor núcleo de población mundial y de producción manufacturera (se estima que el 60% de ambos factores). Los niveles de renta son similares a los de Europa. Al respecto, Eric Hobsbwam nos dice: “Es posible que en el siglo XVIII los europeos consideraran que el Celeste Imperio era un lugar sumamente extraño, pero ningún observador inteligente lo habría considerado, de ninguna forma, como a una economía y una civilización inferiores a las de Europa, y menos aún como un país “atrasado”. La principal diferencia estribaba en el estilo en las estructuras de gobernanza de la población, el territorio y la economía: eran imperios gigantescos y cerrados, con formas de vida tradicionales y con un espíritu religioso reacio a la introducción de reformas en la organización política y económica de la sociedad. Recordemos que en Europa, pese a las crisis, sucede todo lo contrario: las políticas mercantilistas maduran y los ingresos aumentan vía el comercio internacional, hay una fuerte competencia entre los estados y el tráfico de productos es cada vez más variado: la convergencia de estos factores impuso un ritmo y una dinámica que serán claves para la futura primacía de buena parte del continente. El patrón de producción, progresivamente, va mutando, va tendiendo hacia formas más libres de comercio y decanta en una organización de la propiedad privada que se inscribe en marcos jurídicos cada vez más protegidos. En algunas zonas, como en el norte de Europa, la nobleza decide incentivar una política salarial progresiva, lo que mejora la vida de la población media y ofrece estímulos para el incremento de la productividad.
La pregunta del millón: ¿Por qué en Inglaterra? Al substrato inicial, que es la abundancia de carbón mineral bajo el suelo inglés, es importante añadirle otras esferas de gran importancia que operan como aceleradores. Respecto a la economía y la infraestructura, cabe destacar que en Inglaterra se da de forma más efectiva y veloz la disolución de relaciones serviles, dando lugar a un número importante de asalariados que a su vez –estimulados por una política salarial expansiva- terminarán convirtiéndose en potenciales compradores. Esto, gradualmente, va a constituir un estímulo hacia la formación de un importante mercado interno, elemento clave de todo desarrollo económico sustentable en el largo plazo. En cuanto a la urbanización, se debe resaltar que hubo grandes avances en el transporte, esencialmente ligados a la producción y distribución del carbón: se construyeron canales, caminos y se eliminaron las fronteras aduaneras, lo que propulsó el aumento del volumen del comercio. En todos los grandes procesos de desarrollo industrial, se han pensado y ejecutado políticas de integración territorial a través de una red de transportes funcional a su propia economía, tanto para el comercio interno como para su complejo exportador. En geopolítica, Inglaterra pensó en el desarrollo estratégico de una periferia internacional funcional a los intereses del capitalismo. El profesor Marcelo Gullo, experto en política internacional, afirma que el Imperio Británico fue el “primer poder auto-consciente de la historia mundial”. El comercio triangular inglés operaba de la siguiente manera: se obtenían esclavos en África, productos manufacturados en Europa y recursos naturales y metales preciosos en América. En finanzas, a partir de 1694, luego de la “Revolución Gloriosa”, se funda el Banco de Inglaterra, fuente de crédito y creación de dinero. El fomento industrial con crédito barato y bajas tasas de interés fue una de las claves esenciales del despegue británico. Por último, debemos mencionar a las Leyes de Cercamiento. Los campos abiertos (open fields) eran explotados colectivamente por pequeños agricultores que hubieron de abandonarlos: sus derechos basados en la tradición no fueron respetados por las nuevas leyes. Se trataba de parcelas de tierra a las que los campesinos tenían acceso, pero sin ostentar la titularidad de propietarios. A través de una serie de decretos, se cercaron tierras comunales. Las compensaciones fueron pobrísimas y los antiguos pobladores fueron obligados a vender su mano de obra.
La exportación de la Revolución Industrial y el liberalismo. Si bien en sus comienzos la Revolución Industrial fue un fenómeno estrictamente inglés, a mediados del Siglo XIX comenzará un fuerte proceso expansivo de internacionalización tanto de procesos productivos, nuevas tecnologías, capitales financieros, y, fundamentalmente, de una forma de interpretar la economía a través de la exportación de un dogma económico: el liberalismo. Desde 1850 hasta 1914, se dará el triunfo del librecambio y el libre comercio a nivel mundial. Esto logrará un posicionamiento de Inglaterra como país subordinante, como Taller del Mundo, imponiendo una División Internacional del Trabajo a escala planetaria. En este sentido, se va a estructurar un esquema de países que se dedican exclusivamente a la producción y exportación de materias primas y otros que elaboran y exportan manufacturas complejas. De este modo nace un nuevo “centro”, con su correspondiente “periferia”, y se promueve un sistema de relaciones económicas profundamente asimétrico que generará una importante desigualdad en los términos de intercambio y ensanchará la distancia económica y social entre los llamados países “desarrollados” frente a los “subdesarrollados”. En La era del imperio, Eric Hobsbawm afirma que “en 1880 la renta per cápita en el mundo desarrollado era más del doble de la del tercer mundo; en 1913 sería tres veces más. En 1950, la diferencia era de 1 a 5, y en 1970, de 1 a 7”. La difusión ideológica del liberalismo a nivel mundial impuso la primacía de un criterio etnocentrista al momento de analizar y observar la dinámica de las relaciones económicas internacionales. Estos argumentos se utilizaron, por ejemplo, para explicar el “retraso” de otros países (fundamentalmente de China) sobre la base de la superioridad cultural, política y científica de Europa. El profesor inglés Niall Ferguson, en su libro Civilización, Occidente y el resto, afirma: “Un examen minucioso revela que dicha superioridad se basaba en mejoras en la aplicación de la ciencia a la guerra y en la racionalidad del gobierno. En el siglo XV, la competencia había dado a Occidente una ventaja crucial sobre China, en el XVIII, su superioridad sobre Oriente era un asunto de potencia intelectual tanto como de potencia de fuego”. Pero también asume la contracara y las contradicciones de esa “superioridad”: “Competencia y monopolio; ciencia y superstición; curación y asesinato; trabajo duro y ociosidad: en cada caso, Occidente ha engendrado tanto lo bueno como lo malo”. En general, el etnocentrismo asociado al concepto de revolución industrial ha provocado que, hasta hace poco, los vínculos notorios entre el colonialismo e industrialización fueran a menudo obviados; no solo las colonias proveyeron a las metrópolis gran parte de las materias primas que necesitaban sus matrices productivas, sino que la revolución industrial incrementó considerablemente el alcance y la intensidad de la empresa colonial.
Endeudar para gobernar. Por último, cabe destacar que la versión del liberalismo difundida por Gran Bretaña fue astutamente manipulada y actualizada en función de los intereses económicos y políticos de la potencia subordinante. Lejos de los preceptos fundamentales de Adam Smith, que condenaban al monopolio y a la decidida intervención estatal, el liberalismo que finalmente se impuso propulsaba al libre comercio para vender, para exportar capitales y para ganar mercados foráneos, pero hacia adentro se estimulaba un fuerte proteccionismo: es decir, a Inglaterra solo ingresaba lo que su economía no producía de forma eficiente. En suma, hoy sabemos que el Estado estuvo fuertemente presente como creador de condiciones favorables para la construcción de un enorme poder auto-consciente. El caso del algodón y la carne argentina y el volumen espectacular de capitales fijos invertidos en nuestra economía son ejemplos claros de este “liberalismo de la boca para afuera”, como lo señala Mario Rapoport en su libro En el ojo de la tormenta, donde analiza a la economía argentina y sus respuestas a las crisis mundiales. Otro aspecto central que forma parte de la piedra de toque del liberalismo –y que afectó sensiblemente a las repúblicas hispanoamericanas- fue la fragmentación, la destrucción de las identidades locales, la disolución de la posibilidad de crear una enorme economía de escala y, de esta forma, la anulación del peso potencial que nuestra región pudo haber ocupador dentro del marco decisorio –económico y político- en el concierto de las naciones. Todo esto sin mencionar la causa principal de la asfixia económica que comenzará a operar con mayor fuerza a partir de 1976, con el predominio del sistema financiero internacional inmiscuyéndose en el desempeño de nuestras naciones. En las postrimerías del siglo XX, se dará la instalación de una nueva y estructural persistencia que afectará a nuestras cuentas externas y limitará ostensiblemente la vida social e individual: el monstruoso peso de la deuda externa sobre el PBI, que pasó del 48% en 1980, al 84% en 1984 y se sostiene en similares proporciones en la actualidad.
Hemos dado en esta presentación algunas de las claves fundamentales para comprender el contexto internacional entre 1776 y 1853. En la segunda parte nos centraremos estrictamente en las respuestas que nuestra dirigencia política y económica dio a los desafíos y oportunidades que planteó la época.
*El autor es Licenciado en Comercio Exterior. Dictó clases de Fundamentos de Economía en UNRAF (Universidad Nacional de Rafaela) y actualmente es profesor adjunto en las cátedras de Historia Económica Mundial e Historia Económica Argentina en UCES (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales).
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