Tres mil años de hipocresía
Por Juan Manuel de Prada
Un archipámpano futbolero, en un discursito bastante ridículo y altisonante, ha tildado de hipócritas las críticas recibidas por la celebración en Qatar del Mundial de fútbol, pues «los europeos, por lo que hemos hecho durante los últimos tres mil años, deberíamos estar pidiendo perdón los próximos tres mil antes de dar lecciones de moral a otros». Ciertamente, los europeos no estamos para dar lecciones morales; pues los pueblos que se han desarraigado de la savia que les presta su sustento no pueden ya dar frutos.
Europa renegó de la fe que la hizo crecer frondosa; y ahora se ha convertido en un pudridero mucho más abyecto que cualquier nación pagana o hereje. Una copa vacía es algo muy distinto a una copa en la que hubo vino; de ahí que la inmoralidad europea sea mucho más sórdida que la inmoralidad de un país como Qatar. No es lo mismo vivir ignorando la Verdad hecha carne o sólo atisbándola entre brumas (como hacen los qataríes), que vivir después de haber renegado de ella con orgullo y delectación, como hemos hecho los europeos. De ahí que los qataríes, aun en medio de las brumas en las que viven, puedan todavía decretar leyes morales, fundadas en la verdad de la naturaleza humana, que cualquier hombre que no haya dimitido de la razón puede alcanzar; en cambio, los europeos, al renegar de la Verdad hecha carne, hemos renegado también de la razón, ya no podemos conocer la verdad de la naturaleza humana, ya sólo podemos evacuar leyes aberrantes, propias de fieras.
Pero el discursito del archipámpano futbolero no pretendía –¡por supuesto!– señalar que la apostasía europea es mucho más sacrílega que la herejía qatarí. Le habría bastado con señalar que en Qatar están institucionalizados algunos de los pecados que claman al cielo, mientras en Europa todos ellos pueden ser perpetrados al cobijo de las leyes aberrantes que los encumbran. El archipámpano futbolero, lacayo al fin del reinado plutocrático mundial, prefirió el zurriburri moral, metiendo en el mismo saco los pecados que claman al cielo y las leyes morales, para rematarlo todo con esa estúpida remisión a los «tres mil años» de indignidad europea, como si en esos tres mil años no hubiese ocurrido un Hecho significativo, como si la Verdad hecha carne no hubiese pasado por el mundo. Desde luego, en Europa hubo crímenes antes de ese Hecho, propios de los pueblos que sólo pueden captar brumosamente las verdades morales; y los hubo mientras ese Hecho cimentó la vida europea, propios de los pueblos que violentan las verdades morales. Pero los crímenes más horrendos son los que se fundan en el rechazo de ese Hecho, porque se perpetran como si fuesen expresiones de la virtud más acendrada.
Hipocresía ha existido siempre en Europa; pero mientras ese Hecho brilló en la vida de los europeos, la hipocresía era el homenaje que el vicio rendía a la virtud; hoy la hipocresía consiste en presentar la virtud como el más horrendo de los vicios, en escarnecerla, en injuriarla, en condenarla y asesinarla.
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