Un pacificador de chichinabo
Por Juan Manuel de Prada
Resultan por completo irrisorias (y apenas han transcurrido unos pocos meses) las proclamas que Trump lanzó durante su campaña electoral, presentándose como el pacificador que el mundo necesitaba y prometiendo que pondría fin en cuestión de días a todos los conflictos bélicos que había heredado.
Aquí ya anunciamos que su pretensión de terminar con la guerra en Ucrania, amén de presuntuosa, delataba al hombre que entiende la política al modo de un negociante fanfarrón, sólo atento a cuestiones materiales, que ignora la existencia del ‘poso de la Historia’, ese continente espiritual sumergido, amasado de creencias milenarias, anhelos colectivos transmitidos de generación en generación y arraigados atavismos que conforma el ‘ethos’ de los pueblos (o siquiera de los pueblos que no son pura masa colectánea). En apenas unos meses hemos comprobado que las bravuconadas de este ‘Atila de la paz’ carecían por completo de fundamento; y fuera de los aspavientos y matonismos con que humilló a Zelenski ante la galería, la guerra entre Rusia y la OTAN prosigue inalterable su curso, utilizando a los ucranianos como menguante carne de cañón.
Más patética todavía ha resultado la posición de Trump en la destrucción de Gaza y en la posterior guerra desatada por Israel contra Irán. Algunos ilusos llegaron a creer que la presidencia de Trump podría poner fin a décadas de sumisión de los Estados Unidos a los intereses sionistas; pero han bastado unos pocos meses para que comprobemos que esa sumisión es más abyecta que nunca, al servicio de un genocida ebrio de sangre como Netanyahu, que ha hecho de las últimas palabras de Sansón el lema de su supervivencia: «Muera yo con los filisteos». Que Trump es un botarate nihilista ya quedó demostrado cuando nos confió su deseo de convertir Gaza en una «nueva Riviera», dando frívolamente carta blanca a Netanyahu para el exterminio y la diáspora de la población palestina. Desde que Trump hiciera aquellas declaraciones mentecatas –pura ‘banalidad del mal’–, Netanyahu entendió que podría hacer impunemente lo que le viniese en gana, arrastrando consigo a los Estados Unidos, que así se convierten en cómplices de las masacres que se siguen perpetrando contra población civil indefensa en Gaza. Caiga tanta sangre inocente sobre sus cabezas.
El ataque contra instalaciones nucleares iraníes pone la guinda al pastel de estropicios de este pacificador de chichinabo que a la postre podría constituirse en catalizador de una Tercera Guerra Mundial. De hecho, si no estamos ya inmersos en ella es porque Rusia, en contra de lo que pretende la propaganda otanista, se muestra como una falsa potencia militar –como ya probó permitiendo el derrocamiento de Al Assad y la entrega de Siria a yihadistas a las órdenes de Israel y Estados Unidos–, sin capacidad disuasoria alguna, sin ‘auctoritas’ para un arbitraje internacional y con las fuerzas muy mermadas, que deja a sus aliados más fieles en la estacada.
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