Un papado apasionante
Por Juan Manuel de Prada
Aunque traten de disimularlo, en ámbitos progresistas la elección de León XIV ha causado zozobra y desconcierto. Suponían en estos ámbitos que a Francisco debería sucederle un epígono, encargado de consumar los «avances» que Francisco sólo amagó; o que ni siquiera amagó, sino que más bien fueron señuelos o guiños pintureros con los que el argentino trataba de amansar a la bestia. Por supuesto, Francisco nunca engañó a estos sectores progresistas, que sabían que estaban siendo toreados con cesiones puramente cosméticas, cuando no engañifas palmarias, como aquellas bendiciones «truchas» a los homosexuales, tan similares a las que se dispensan a las mascotas en la festividad de San Antón. Pero en los sectores progresistas decidieron hipócritamente no revolverse contra Francisco porque entendieron que, si bien sus concesiones eran vacuas, al menos había instaurado un clima de confusión doctrinal que era el caldo de cultivo idóneo para que un Francisco II abrazase por fin el programa de reformas progresistas y acaudillase el anhelado cisma.
El propio Francisco, en alguna ocasión, bromeó con la idea de que su sucesor se llamaría Juan XXIV, que era un modo elusivo de decir que esperaba que su sucesor fuese un epígono suyo (pero evitando la inmodestia de bautizarlo con su mismo nombre). con olor a oveja y vuelta al ruedo por las periferias. Finalmente, el nuevo Papa, no ha querido llamarse Francisco, ni tampoco Juan, sino León, una elección mucho más conflictiva que remite a León XIII, el Papa de la «cuestión social», pero también el Papa preconciliar que condenó la masonería y el liberalismo; o sea, el Papa que combatió las ideas programáticas que se sostienen desde ámbitos progresistas. No creemos que, al elegir el nombre de León, el nuevo Papa esté pretendiendo lanzar un mensaje subliminal de combate al progresismo; pero hemos comprobado que en ámbitos progresistas existe ese recelo, por el momento subrepticio y muy taimadamente maquillado de expectación. Si ese recelo se confirmase con acciones concretas de León XIV, la furia progresista que Francisco logró evitar con sus compadreos chantas se desatará de inmediato contra él; también se desatará, inevitablemente, si León XIV pretende imitar a Francisco, arrojando gallofas inanes a los progresistas, para mantenerlos entretenidos. Pues la condescendencia con que trataron hipócritamente a Francisco no se la concederán a su sucesor.
El papado de León XIV tendrá que resolver, a la postre, entre la restauración y el cisma; no puede haber medias tintas, tras el barullo bergogliano. Si, como deseamos, se resuelve por la restauración, deberá hacerlo con sagacidad y prudencia, a través de una «continuidad creativa» (según la expresión empleada por Giovanni Maria Vian) que disimule sus bazas; pues, desde el momento en que las muestre, será arrojado a las fieras, como le sucedió a Benedicto XVI. Se avecinan años apasionantes para la Iglesia; pero no hay pasión sin padecimiento.
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