
Por Juan Manuel de Prada
Cuenta Plinio el Viejo en su ‘Historia natural’ que en los confines de Etiopía, no lejos de las fuentes del Nilo, habita el catoblepas, «una fiera de tamaño mediano y de andar perezoso», con una cabeza notablemente pesada que apenas puede alzar y, en consecuencia, lleva siempre humillada hacia el suelo. Flaubert, en ‘La tentación de San Antonio’, recuperó la figura del catoblepas, que, incapaz de alzar su pesado cráneo, no hace otra cosa sino pastar hierba, hasta que acaba devorando sus propias patas sin advertirlo. «Si no fuera por esta circunstancia –escribe Plinio–, el catoblepas acabaría con el género humano, porque todo hombre que le ve los ojos, cae muerto», como ocurre con quien mira a la Gorgona.
Esta criatura fabulosa que se devora a sí misma y puede matar con la mirada nos parece el emblema más adecuado de este agónico Régimen del 78. Las pruebas de la conversión del Régimen del 78 en un catoblepas institucional las tenemos por doquier; pero quizá no haya ninguna tan repugnante como el juicio todavía pendiente de sentencia que acaba de celebrarse en el Tribunal Supremo contra el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. Un juicio en el que el acusado es el jefe superior del Ministerio Fiscal; y en el que hallamos fiscales actuando como defensores del acusado, fiscales ejerciendo la acusación popular, fiscales declarando como testigos y fiscales de carrera en el tribunal. ¿Cabe imaginar espectáculo más lastimoso de autofagia? El catoblepas imaginado por Plinio y Flaubert queda convertido en un mero principiante, al lado de este juicio donde se prueba la naturaleza venenosa y purulenta del Régimen del 78, que ha convertido la Fiscalía, una institución que debería actuar con independencia del poder político como garante de la legalidad, en una oficina que obra al dictado del poder, atropellando todas las garantías procesales. Y que, no contenta con degradar una institución hasta reducirla a materia fecal, convierte a los propios fiscales en coprófagos que se devoran entre sí. Sobrecoge pensar que el ministro Buñuelos pretendiera entregar el control de la acción penal a esa Fiscalía degradada.
Pero el catoblepas institucional no se detiene ahí. Mientras el juicio se celebraba, el doctor Sánchez no tuvo empacho en conceder una entrevista para proclamar ‘urbi et orbi’ la inocencia del fiscal general del Estado, añadiendo una presión insoportable a los magistrados del Tribunal Supremo, sobre los que previamente había arrojado la jauría de perros de la prensa adicta, que lleva varios meses presentándolos como prevaricadores. Como espectador curioso de ese albañal denominado por los pánfilos ‘Estado de derecho’, me pasma que estas declaraciones del doctor Sánchez no hayan provocado escándalo; y me asusta que las asociaciones de jueces, así como el llamado Consejo General del Poder Judicial, no las hayan condenado públicamente. ¿De veras puede calificarse de (‘risum teneatis’) ‘democrático’ un régimen político en el que el Presidente del Gobierno proclama impunemente desde los medios adictos la inocencia o culpabilidad de un reo sin esperar a que los tribunales dicten sentencia? Resulta, en verdad, difícil, imaginar exhibiciones más rastreras de populismo e injerencias más abusivas en el ámbito de actuación del poder judicial.
Otra muestra del catoblepas institucional propiciado por el Régimen del 78 lo ejemplifica la situación grimosa del periodismo nacional, que ha dejado de cumplir la misión de control externo del poder, para convertirse en una mera excrecencia del mismo. Este juicio también ha sido una muestra demoledora del grado de sometimiento y abyección del periodismo patrio, que ha pretendido presentar este juicio como una amenaza a la (‘risum teneatis’) ‘libertad de prensa’, como si el ‘secreto profesional’ de los periodistas fuese una suerte de salvoconducto que ampara la connivencia con el delito, o su ocultamiento, a la vez que exime de la obligación de colaborar con la justicia. Ocurre, sin embargo (y esto también es una ‘hazaña’ lograda por ese catoblepas monstruoso que es el Régimen del 78), que los españoles se hallan enzarzados en una demogresca sórdida, alimentada por las bazofias que les suministran en los negociados ideológicos de izquierdas y derechas: de este modo, medio país está deseando que la sentencia sea absolutoria y la otra mitad de condena; pero casi nadie desea saber si el fiscal general del Estado –obedeciendo órdenes del doctor Sánchez, o por hacer méritos ante él– filtró información privada de un particular para atacar a un rival político.
Pero el catoblepas del Régimen del 78 ha logrado convertir al pueblo español en una disociedad enferma de demogresca, enzarzada en un duelo a garrotazos, que abraza las consignas partidistas que la reducen a la esclavitud y abomina de la verdad que la haría libre. Entretanto, en torno al juicio del fiscal general del Estado se está culminando una campaña de descrédito de los jueces, a quienes se presenta sin rebozo como prevaricadores (así, por ejemplo, la defensa del fiscal general no ha tenido empacho alguno en descalificar la instrucción del caso); a la vez que se trata de extender entre las masas cretinizadas la creencia de que no se puede condenar a nadie con pruebas indiciarias. Todo ello para tratar de justificar los atropellos más inconcebibles, en caso de que la sentencia del caso no sea la que el doctor Sánchez y sus mariachis pretenden. El catoblepas está dispuesto al órdago final, a la autofagia definitiva, si la sentencia del Tribunal Supremo resultase condenatoria. Sospecho que no lo será, para aplacar a la fiera; pero, una vez consumada esa claudicación, la fiera podrá, después de devorarse a sí misma, matarnos con la mirada.

