Por Marcelo Ramírez
La escena lo dice todo: Lula da Silva habla en la ONU y el salón está lleno. Milei habla en la ONU y el salón está vacío. No es solo una postal incómoda, es el reflejo de una verdad que muchos no quieren ver: Milei ya no es novedad. Ya no genera expectativa. Ya no representa nada interesante. Lo que alguna vez fue presentado como un fenómeno libertario disruptivo, hoy es apenas un político más, de discurso manoseado, resultados nulos y promesas que se evaporan frente a la realidad.
El presidente insiste en mostrarse como el Trump iberoamericano. Lo curioso es que su política económica hace exactamente lo contrario a la de Trump. El norteamericano defiende el proteccionismo, los aranceles, los subsidios industriales, la relocalización de las cadenas de valor, el fortalecimiento del empleo interno. ¿Qué hace Milei? Abre importaciones, derrumba la industria, destruye PYMES, reduce aranceles y liquida empleo. Si uno quisiera diseñar un plan para debilitar a la Argentina, no haría nada distinto.
Pero lo peor es la falta de honestidad. Porque mientras Milei aplaude a Trump por combatir la globalización, él mismo se arrodilla ante las corporaciones globales. Mientras en EE.UU. se expulsa a quienes despiden trabajadores, acá se celebra la motosierra. No hay coherencia. Hay marketing. Milei habla contra la casta, pero tiene los mismos privilegios que los anteriores. Habla de reducir el Estado, pero mantiene estructuras, asesores, contratos, y lo único que hizo fue rebajar un ministerio a secretaría para la foto.
Lo que dice y lo que hace no coinciden jamás. Se presenta como víctima, como outsider, pero lleva casi dos años en el poder. Y no se hace cargo de nada. Su único talento parece ser echar culpas. Su único plan: ajustar sin sentido. Su único discurso: repetir frases hechas para una audiencia que cada vez lo escucha menos. El supuesto fenómeno internacional que iba a enamorar al mundo ni siquiera despierta interés en los foros internacionales. Su discurso vacío es ignorado por propios y ajenos.
Denuncia que los políticos sacrifican el futuro en el altar del presente, pero eso es exactamente lo que hace él. Baja retenciones para tener dólares hoy, mientras hipoteca el futuro. Se endeuda en condiciones que ni siquiera conocemos, todo por llegar a una elección con un dólar pisado y una ficción de estabilidad. ¿Y después? Después el abismo. Pan para hoy, hambre para mañana. Milei no gobierna, administra su imagen. Y mal.
Su alianza con Trump no es ideológica, es oportunista. Trump, en el mejor de los casos, lo sostiene porque es lo único que tiene en la región. Porque el resto de los gobiernos latinoamericanos, por más progres que se muestren, responden al poder real de EE.UU.: la red demócrata y sus socios locales. Milei, entonces, sirve como títere útil para dar la impresión de que Trump tiene algún tipo de apoyo regional. Pero lo tiene agarrado con alfileres.
Milei no tiene gobernabilidad. Internamente, su espacio político es un caos. Karina Milei y Santiago Caputo se enfrentan en una guerra fría mientras el presidente mira para otro lado. No puede ordenar su propia tropa. No puede construir alianzas. No puede pasar una ley sin negociar. Y mientras tanto, el exterior le impone condiciones que ni siquiera se anima a confesar. El supuesto salvataje de 20.000 millones de dólares de EE.UU. está atado a las elecciones y a reformas que no puede implementar. ¿Qué va a hacer? ¿Va a cerrar el Congreso para aprobarlas?
China, mientras tanto, no pone condiciones. Nunca las puso. El swap con China se mantuvo con todos los gobiernos, sin bases militares, sin exigencias políticas, sin presiones externas. China no exige sumisión. EE.UU., en cambio, condiciona todo: desde el préstamo hasta la política comercial. El salvataje no es a la Argentina, es a Milei. Porque si Milei cae, cae también el único alfil que Trump tiene en la región. Pero que no se confunda nadie: esto es un rescate personal, no nacional.
Y el modelo de Milei ya muestra su fracaso. Más de 17.000 PYMES cerradas, caída industrial del 10%, 40.000 empleos perdidos, capacidad instalada por el piso. La motosierra arrasó con todo menos con los privilegios de los de siempre. El campo aplaudió al principio, hasta que se dio cuenta de que el beneficio fue exclusivo para las grandes cerealeras. Se bajaron las retenciones para un cupo que se agotó en 48 horas y que solo pudieron aprovechar los grandes jugadores. El pequeño productor, otra vez, fue estafado.
¿Y qué van a hacer esas cerealeras con los pesos que recibieron? ¿Invertir? No. Van a recomprar dólares. Van a presionar nuevamente sobre el tipo de cambio. Y el supuesto alivio cambiario va a durar lo que un suspiro. Milei no resolvió nada. Solo pospuso el estallido.
Encima, con un gabinete paralizado por peleas internas. Caputo quiere recomponer puentes políticos. Karina Milei, su hermana, quiere que todo siga igual. El presidente no toma decisiones. Porque dice que no le gusta la política. Entonces, ¿para qué se presentó? Para hablar en la ONU como si fuera un youtuber. Para criticar a la casta mientras gobierna con ella. Para repetir que el Estado es el problema mientras se endeuda para sostenerlo.
Y todo esto en el peor contexto externo imaginable. EE.UU. está en declive. Tiene una deuda impagable. Más de 35 billones de dólares. Gasta más en intereses que en defensa. Se sostiene con deuda y emisión. Y encima pierde influencia global. Su credibilidad se erosiona con cada incautación de activos, con cada sanción unilateral, con cada guerra perdida. Y Milei se aferra a eso. A un imperio que se desmorona, mientras desprecia a China, a los BRICS y a sus propios vecinos.
China, con todos sus errores, es el principal socio comercial de la Argentina. Lidera en tecnología, acumula oro, construye redes de infraestructura global. Y no impone condiciones. ¿Qué hace Milei? Se pelea con ellos. Se pelea con Brasil. Se pelea con todos. Y después mendiga ayuda en Washington, donde lo miran como un bufón útil pero descartable.
Porque en el fondo, lo que hace Milei no es defender una ideología. Es defender un negocio. El negocio de unos pocos que se llenan los bolsillos mientras el país se hunde. El pacto con las cerealeras lo muestra con crudeza. Ganancias extraordinarias para diez grandes jugadores, y deuda para todos los argentinos. Hoy festejan los operadores financieros. Mañana lloran los contribuyentes.
El supuesto paquete de ayuda incluye reformas que nadie puede aprobar, inversiones que no van a llegar y exigencias que el gobierno no puede cumplir. Y si no se cumple, se corta la ayuda. O peor: se dispara la histeria financiera, se derrumba el peso y se fuerza una dolarización de hecho. Milei quiere presentar eso como una solución. Pero no lo es. Es una condena.
La economía argentina no puede sostener un esquema que solo sirve para llegar a octubre. Todo está atado con alambre. Y el alambre se está oxidando. El problema no es solo de Milei. La oposición también duerme la siesta. Hasta que huela sangre. Entonces irán por lo que quede. Y volverán a convalidar lo mismo que critican ahora.
Milei no tiene política exterior. Tiene servilismo. Tiene marketing. Tiene acting. Pero no tiene plan. No entiende el mundo en el que vive. Cree que el imperio es eterno. Cree que con gritar libertad se resuelven los problemas estructurales. Cree que si repite que es el Trump argentino, la realidad se va a adaptar al eslogan. Pero la realidad tiene otros planes.
Trump necesita a Milei solo como un símbolo. Pero en cuanto ese símbolo deje de servir, lo van a reemplazar. Por eso lo sostienen, aunque sea a regañadientes. No porque sea valioso, sino porque es lo único que tienen. Pero cuando Milei pierda la elección de medio término, el apoyo se va a evaporar.
Entonces, ¿qué nos queda? Un país hipotecado, con una economía en ruinas, con una interna de gobierno inmanejable y con una política exterior subordinada a un socio que ya no tiene poder real. El “liberalismo” de Milei es una caricatura. Su motosierra, una farsa. Su alianza con Trump, una apuesta desesperada. Y su presidencia, un experimento que salió mal.