Ya somos bárbaros
Por Juan Manuel de Prada
Tradicionalmente, se había considerado que existían dos formas de lectura: la griega y la oriental. Los griegos, cuando tomaban un rollo entre las manos, buscaban en él una suerte de ‘guión’ que estimulase su charla; pues, ante todo, eran unos conversadores perspicaces (no hay más que leer los diálogos platónicos); y concebían los libros como ‘fármacos de la sabiduría’ que podían estimular la inteligencia (pero también adormecerla, según sostiene Sócrates en el ‘Fedro’).
La lectura oriental, por el contrario, concibe el libro como el recipiente de un dogma petrificado, al estilo del Talmud o de los Vedas (o de la Biblia del lóbrego Lutero). Si la lectura oriental reduce al mínimo la iniciativa del lector, la lectura griega convierte el libro en un estímulo mental que puede ser glosado, interpelado y hasta refutado por el lector. Si la lectura oriental tiene el peligro de crear fanáticos lectores de un solo libro, la lectura griega incita al lector a ‘saltarse’ pasajes del libro, como hacen esos lectores zoquetes que sólo desean saber lo que pasa y que los libros los «enganchen», como el yugo engancha a las bestias.
Pero nuestro tiempo ha consagrado una tercera forma de lectura, que podríamos calificar sin ambages de bárbara. La tecnología ha logrado que el libro deje de ser el recipiente más habitual de la escritura, que ahora invade nuestras pantallas, convertidas en un insomne libro de arena. Así, apabullados ante la incesante avalancha de palabras, hemos acatado esta forma de lectura bárbara, que se conforma con leer en diagonal, que busca el reclamo de titulares rechinantes, que sólo tiene paciencia para la escritura mazorral, que abomina de las figuras retóricas, que exige una sintaxis párvula y un vocabulario sucinto, como de Tarzán o indio apache. A la postre, la tecnología ha impuesto una lectura bárbara que ya no se guía por la sed de belleza y conocimiento, sino por aspectos más descarnadamente utilitarios (estar ‘informado’ o ‘entretenido’).
Si la lectura griega y la oriental nos permitían salirnos del carrusel de un mundo cada vez más acelerado, esta lectura bárbara busca precisamente lo contrario: quiere atraparnos en el ruido y la furia de la movilidad tecnológica. La lectura era antaño un ejercicio a través del cual recomponíamos la imagen de un mundo estable, traspasado de duración y significado. La lectura bárbara busca, por el contrario, subirnos a una girándula vertiginosa que hace añicos el mundo (o nuestra comprensión del mismo). Así nuestra lectura deja de tener poso, sosiego, capacidad de discernimiento, sensibilidad ante los primores de la lengua (que pronto dejaremos de entender, como les ocurre a esos trolls que comentan los artículos de prensa, sin entender nada de lo que en el artículo se expone).
¿Somos trasnochados los que necesitamos leer al modo griego u oriental? ¿O somos más bien el único remanente de humanidad que le resta a esta odiosa época de barbarie?
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