Por Francisco Javier Viejobueno*
Hablar de Hispanidad en el mundo contemporáneo, en la América y en la Argentina de hoy puede resultar extraño e incomprensible, pareciera ser un concepto anacrónico y ajeno a nuestra constitución, historia y latir como patrias hispanoamericanas. Sin embargo, y muy a pesar de numerosas corrientes de pensamiento y de poder que han querido y aún quieren erradicarla, la Hispanidad, en muchos de sus principios aún late y forma parte de nuestra esencia y singularidad, más en las costumbres del hombre común que en los procederes del Estado y otras cúpulas de poder. Se puede decir que la Hispanidad es a nuestros pueblos como el espíritu es al cuerpo; por ello quienes pretenden erradicar lo primero no hacen más que debilitar y matar lo segundo; ya que es una imposibilidad y una contradicción a la naturaleza y a toda lógica pretender sostenerlo si se elimina su principio vital; a menos que se pretenda la invención de un engendro o llevar deliberadamente a las patrias a su negación, aniquilación y a una errática búsqueda del no ser y del sinsentido.
Quien se nombra y siente verdaderamente argentino e hispanoamericano se sabe profundamente hispánico, y esto no sólo por la actualidad de su herencia, sino también y sobre todo en su porvenir, porque quien comprende el espíritu hispánico advierte que su obra está a medio hacer y ello, en sí mismo, abre un horizonte, un desafío y una misión a emprender, algo muy necesario para nuestra Argentina y todos los pueblos de la América de hoy tan aletargados por espíritus ajenos y carentes de aquel legítimo ideal que las aúna y proyecta a un verdadero progreso.
Si se dirige la mirada a la configuración actual de los pueblos de América se vislumbra que todas las patrias que la componen y que en algún momento fueron miembros de pleno derecho del Imperio Español bajo el reinado de los Reyes Católicos y que los sucesivos monarcas legítimos y verdaderamente católicos continúan en alguna medida con el ímpetu de su obra y más aún con la vocación de lo hispánico. Todo esto queda muy bien detallado y fundamentado en el magnífico y claro libro de Don Ramiro De Maeztu titulado: «Defensa de la Hispanidad».
Este autor nos señala que a principios del siglo XX un sacerdote español que residió en Argentina, Don Zacarías de Viscarra, afirmaba que el día 12 de octubre (día de Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la Hispanidad y del Descubrimiento de América) estaba mal titulado como «día de la raza», y que en lo sucesivo debería ser denominado como «Día de la Hispanidad», ya que este concepto comprende y caracteriza a la totalidad y diversidad de los pueblos hispánicos.
La Hispanidad está muy lejos de ser una raza y nada tiene que ver con cuestiones de genética superior que, como sabemos por la historia reciente, hizo sufrir demasiado a la humanidad.
Ante esto nos damos cuenta de que nos une algo muy diferente, noble y perteneciente a otro plano: el del espíritu y todas sus manifestaciones: el habla, el credo y las costumbres.
Con sólo recorrer América de punta a punta se hace evidente que la Hispanidad está compuesta por hombres de todas las razas y sus combinaciones; el habitante común de nuestras tierras bien lo sabe y lo vive porque lleva en sí la unión no sólo carnal, sino de igual modo cultural y espiritual entre lo grecorromano, lo católico y lo aborigen. Es esta una unión tan diversa que originó eso tan particular que denominamos «La Hispanidad». Tampoco es un territorio específico, ya que habita los más variados climas y rincones del mundo. La Hispanidad no es un producto natural y su espíritu no es el de una tierra ni el de una raza determinada
También, mucho se escucha y se ha escrito acerca de este día como el «De la Diversidad Cultural» queriendo eliminar y sustituir todo lo que venimos señalando, pero esta intención no es más que contradictoria y un sin sentido, ya que el concepto mismo de Hispanidad es de carácter universal y de por sí unificador y, como vimos, abarca a la totalidad de los pueblos hispánicos y por lo tanto los incluye en el respeto y la realidad de sus particularidades culturales que son de lo más diversas.
Tan arraigado está en nosotros este principio de universalidad, que hemos instituido la fiesta del 12 de octubre, que es la fecha del descubrimiento de América, para celebrar el momento en que se inició la comunidad de todos los pueblos: blancos, negros, indios, malayos o mestizos que hablamos una misma lengua y profesamos una misma fe; es decir compartimos un mismo espíritu
La Hispanidad y su comunidad no es fruto de la aventura mezquina y azarosa de los viajeros de un barco que, después de haber convivido unos días, se despiden para no volver a verse. Al contrario, todos ellos conservan un fuerte sentimiento de unidad, que no se debe tan sólo a hablar la misma lengua o a compartir la comunidad de origen histórico, ni por solidaridad, ya que aquí no se trata de una adhesión circunstancial, sino de una comunidad permanente, porque perennes y trascendentes fueron, son y serán sus principios y el espíritu que motivó sus intenciones
Ahora bien, al abordar conceptualmente la Hispanidad y por ser la misma tan inherente, como dijimos, a la vida de un conjunto de patrias nos encontramos con que implica un amplio abanico de elementos y aspectos: cultura, historia, economía, formas de gobierno, estado, religión, filosofía, costumbres, sociedad, etc. Es por ello, que en esta oportunidad nos circunscribiremos tan sólo a bosquejar la introducción a uno de sus elementos más relevantes: su concepción antropológica, su sentido del hombre tan particular
Señala don Ramiro De Maeztu que el primer elemento que encontramos como fundamental dentro del espíritu hispánico es el de poseer una fe profunda en la igualdad esencial de todos los hombres, y ello sin negar y ponderar el valor de sus diferencias y el justo lugar que ocupan en el universo. Este hispanismo es de origen religioso; es la doctrina del hombre que enseña el Magisterio y la Tradición de la Iglesia Católica junto al Evangelio de Jesucristo. Para esta concepción todo hombre sea cualquiera su posición social, su deber, su carácter, su nación o su raza, es siempre un hombre y como tal siempre un hermano
El sentido de este hispanismo bien podemos encontrarlo formulado en las sabias palabras de Don Quijote de la Mancha cuando dice a su fiel escudero: «repara, hermano Sancho, que nadie es más que otro sino hace más que otro». Por supuesto que hay hombres que se encuentran en posición de hacer más que otros, no se dejan de aceptar las diferencias sociales, de jerarquía y de actos. Hay diferencias de posición y de méritos, pero en lo que se refiere al «ser», en lo que afecta a la esencia, nadie es más que el otro sino hace más que el otro; pero no se es más que el otro en el ser sino en el hacer, porque son las obras las que son mejores o peores, y el que hoy las hace buenas mañana puede hacerlas malas, por ello nadie ha de erigirse en juez del otro, sólo Dios. Nosotros hemos de contentarnos con juzgar las obras. En lo esencial somos iguales. Este hispanismo, explica la gran indulgencia que nos caracteriza y que reina en todos los órdenes de la vida de nuestros pueblos. Y es que no creemos que el alma de un hombre esté perdida para siempre por haber errado o pecado. Todos somos pecadores y todos podemos cambiar y redimirnos
La Hispanidad dice a la humanidad entera que todos los hombres pueden ser buenos y que no necesitan para ello sino creer en el Bien y realizarlo. De esto se desprende que la misión histórica de los pueblos hispánicos consiste en enseñar a todos los hombres de la tierra que si quieren pueden mejorar y salvarse, y que esta superación depende de su adhesión a la Fe y de su voluntad de obrar libre y consecuentemente en todos los órdenes de lo humano.
La invitación a creer en la posibilidad de superación y salvación de todos los hombres y el obrar en consecuencia, es el mayor tesoro de los pueblos hispánicos desde el cual nació y ha de renacer el ímpetu de ponernos al servicio de comunicarlo. Es esta la piedra fundamental sobre la que se alzarán y progresarán los pueblos de toda la América.
En definitiva, ante la angustiante realidad de nuestras naciones, tristemente llamadas de tercera para un mundanal y nihilista anhelo de logros materiales; cuando sabemos que nuestras patrias poseen un espíritu de primerísima que las hermana en una sola y verdadera patria grande y, sin embargo, las vemos sumidas en la carrera diaria de tapar agujeros, tratando de solucionar lo urgente sin poder levantar la mirada a lo importante. Cuando lamentamos verlas dependientes de voluntades ideológicas afectas a lo foráneo y sojuzgadas por los intereses económicos de deudas injustamente eternas; y hundidas en la pobreza por la falta de conciencia de un ideal y de una misión verdaderos, justos y buenos.
Ante el estado actual de nuestros pueblos, llenos de falsas y embelesadas voces intrusas que no dejan oír la propia y que aturden con ideas, estilos de vida, políticas y soluciones enlatadas que conllevan a la pérdida de tiempo, al mayor deterioro, al extravío y la confusión. Voces que se presentan como propias y que nos llevan a estimar lo extranjero como si fuera lo más nuestro; las mismas que nos inducen a despreciar y sentir como ajeno lo que es realmente propio, natural y patrio.
En medio de este panorama se encuentra la piedra fundamental antaño labrada, con su actualidad y porvenir incorrupto: la Hispanidad. La misma no deja de llamar e invitar a conocerla y amarla; porque bien sabemos que no se puede amar lo que no se conoce; y es que conociéndola y amándola nos reconoceremos verdaderamente como hombres y como pueblos, y sólo así tendremos un sano y justo amor propio y una buena estima por lo nuestro.
Siempre está allí, entre nosotros y en nosotros el ideal hispánico de nuestros ancestros, al cual nos debemos y debemos a nuestras futuras generaciones; espíritu fundacional que nos impela retornar a nuestras raíces y vivificar plenamente esa vocación primera y tan propia que nos dio la vida como patrias. Porque como bien dice De Maeztu: «los pueblos que no son fieles a su origen son pueblos perdidos. Y el ser de los pueblos es la defensa de sí mismos, en cuanto tienen de valioso».
Ya es tiempo de defender nuestro ser y de reconocer a la Hispanidad en su totalidad, de estudiarla y hacerla carne, de volver a abrazarla y amarla para reencauzarnos en su promesa de grandeza, y de volver a oírla porque es la voz primera que nos insuflo espíritu y que nos hermanó como patrias bajo una misma fe y en un mismo servicio para la salvación de los hombres y de los pueblos.
*Francisco Javier Viejobueno, Círculo Tradicionalista del Río de la Plata. Periódico La Esperanza.
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