Amnistía y amnesia del Régimen del 78 – Por Juan Manuel de Prada

Amnistía y amnesia
Por Juan Manuel de Prada

La amnistía, a diferencia del indulto, no se refiere al individuo que ha cometido un crimen, sino que se refiere al propio crimen, a cuya memoria se opone (como se desprende de la etimología de la palabra, que es la misma que la de amnesia). Mientras el indulto perdona sin olvidar, quedando en pie el reproche moral a la conducta delictiva, la amnistía no sólo levanta el castigo, sino que borra la culpa.

¿Existe, acaso, un modo más fetén de ser como dioses –y aun más que dioses– que la amnistía? Otorgar la amnistía nos hace mejores que Dios, porque perdonamos sin necesidad de exigir arrepentimiento ni penitencia. Mediante la amnistía, la democracia, mucho más magnánima que Dios, establece que los delitos quedan anulados sin condiciones ni reservas, borrando a un tiempo la pena y la culpa y dejando al criminal restituido plenamente en todos sus derechos, participando del bollo democrático, mientras sus víctimas se quedan en el hoyo.

Para explicar la esencia de la amnistía ha venido en nuestro auxilio el borono y pocholo de Josu Ternera, que en estos días ha recordado sus crímenes borrados por la ley de amnistía del 77. Con aquella ley, la democracia española asumió la consigna de Trotsky: «El juicio moral está condicionado por el juicio político y por las necesidades internas de la lucha». La democracia española dictaminó entonces que lo que es «políticamente útil» (por debilitar una dictadura) se convierte en moralmente bueno. Así, el juicio moral que merecen los crímenes más abominables (porque lo que entonces la democracia española borró para siempre no fueron sólo «delitos políticos» ni «delitos de opinión», sino también crímenes abominables) puede ser completamente benigno, si el juicio político impone hacer borrón y cuenta nueva. Nuestra democracia borró la memoria de aquellos crímenes, se opuso a esa memoria, con la excusa de «cerrar viejas heridas»; en realidad, para que con la argamasa de los crímenes borrados por la amnesia colectiva se pudiera moldear una memoria ficticia que ahora es catecismo de obligado cumplimiento, «memoria democrática» incuestionable que transmuta la Historia.

Para la democracia, vale más ser políticamente útil que moralmente bueno. He aquí, quintaesenciado, el cinismo político preconizado por Maquiavelo, para quien la política no se somete más que a sí misma. No sólo el fin justifica los medios, sino que los justifica –esto es lo importante– sin ser él mismo justificado por nada. Todos los medios son buenos con tal de que sean útiles para garantizar la democracia. Esta es la piedra angular sobre la que se funda el Régimen del 78. Posteriormente, este método amnésico aplicado a los crímenes terroristas con la ley del 77 se ha aplicado a otros crímenes igualmente abominables, como el del aborto. Rasgarse ahora las vestiduras porque les vayan a conceder la amnistía a los indepes es pura hipocresía; o bien, llorar muy tardíamente sobre la leche derramada.

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