Amnistía y consenso: el Régimen del 78 instauró un “consenso político” disolvente del “consenso social” – Por Juan Manuel de Prada

Amnistía y consenso
Por Juan Manuel de Prada

Hay gentes ilusas que, prescindiendo de las precisiones tumbativas que exponíamos en nuestro anterior artículo, consideran inconcebible la concesión de una amnistía a los indepes, porque se trata de un instrumento creado para los cambios de régimen, un «acto de mutuo olvido», en palabras de Carl Schmitt, con el que se rompe «el círculo vicioso del tener razón». Según esta visión ingenua, el Régimen del 78 no podría renunciar a tener razón frente a los indepes catalanes. ¡Ah, qué tierno es seguir creyendo en los Reyes Magos!

El Régimen del 78 instauró un «consenso político» disolvente del «consenso social». Por consenso social entendemos el acuerdo natural entre los miembros de una comunidad, articulado en torno a principios compartidos que hacen posible la convivencia. El consenso político, por contra, no tiene otra razón de ser sino desintegrar el consenso social; pues de esta desintegración obtiene su pujanza, como el moho obtiene su pujanza del alimento en descomposición. Y para favorecer esta desintegración del consenso social, ampara los intereses más sectarios, acoge en su seno las ideas más disolventes de la comunidad, mete dentro de casa a los enemigos que vienen a destruirla. El proceso seguido por el Régimen del 78 es el mismo que siguieron los modernistas infiltrados en la Iglesia: se mete a los enemigos dentro sin que abjuren de sus ideas, para que provoquen el escándalo de los fieles, para que siembren entre ellos la discordia, para que fomenten su desaliento y desafección, hasta dejar la Iglesia hecha unos zorros (como hoy está). El Régimen del 78, incorporando al «consenso político» a los enemigos de la comunidad, ha logrado destruir el consenso social, consiguiendo que los españoles hayan dimitido de todos los principios que los unían, convirtiéndolos en una papilla de gentes pancistas.

De ahí que el Régimen del 78, fundado sobre una Constitución nihilista, amoral y plagada de anfibologías que abre las puertas de par en par al puro voluntarismo, incorporase en su día el entorno aterra al «consenso político», sin pedirle siquiera que renegara del sustrato ideológico perverso que inspiró sus crímenes. Lo mismo se hará ahora con la amnistía a los indepes. Y esto ocurre porque el Régimen del 78 considera que toda idea política puede ser defendida, con tal de que se haga «por vías democráticas». De este modo, asimilando a los enemigos de la comunidad política, el Régimen del 78 logra su fin verdadero, que es convertir la comunidad en una papilla de gentes estólidas que se juntan sin conocerse, viven sin amarse y mueren sin llorarse; una piara absorta en su entrepierna (¡ni siquiera en su ombligo!), pervertida, chupóptera, camastrona, dispuesta a cualquier concesión con tal de que la dejen seguir hozando en la pocilga.

Una ley de amnistía es un instrumento pintiparado para lograr este fin. El Régimen del 78, a través de su partido de Estado, lo utilizará sin que le tiemble el pulso.

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