Por Thierry Meyssan
La lucha de Estados Unidos por mantener su hegemonía mundial ha pasado a su tercera etapa.
Debido a la extensión de la OTAN hacia el este, lo cual viola el compromiso contraído por Occidente de abstenerse de desplegar armamento estadounidense en Europa Central, Rusia, obligada a garantizar la defensa de sus extensas fronteras, se ve directamente amenazada.
En violación de los compromisos contraídos al término de la Segunda Guerra Mundial, Washington instaló en Kiev el actual régimen de los «nacionalistas integristas» (simplemente «nazis» en la terminología del Kremlin). Los «nacionalistas integristas» prohibieron a sus compatriotas rusoparlantes hablar su lengua materna –el ruso–, los privaron de servicios públicos y finalmente bombardearon sin descanso a los del Donbass. Al cabo de 8 años de matanza, Rusia ya no tuvo otra opción que iniciar una intervención militar para poner fin al calvario de las poblaciones rusoparlantes.
La tercera fase de la intervención silenciosa de Estados Unidos es la imposición de un cambio en el aprovisionamiento energético a todos los países de Europa Occidental y de Europa Central. Precisamente el mismo día de la puesta en marcha del gasoducto del Báltico (Baltic Pipe), los dos gasoductos Nord Stream fueron puestos fuera de servicio mediante sabotajes realizados con explosivos… y también se interrumpió el mantenimiento técnico del Turkish Stream.
La voladura parcial de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2 es el mayor acto de sabotaje de toda la Historia. Y es un acto de guerra contra Rusia pero también contra Alemania por ser estos los países copropietarios (51% Rusia y 30% Alemania) que más recursos invirtieron en esas infraestructuras de colosal envergadura. Pero es también un acto de guerra contra los demás socios, que son Países Bajos (9%) y Francia (9%). Sin embargo, los Estados occidentales perjudicados que acabamos de mencionar guardan silencio.
Para realizar los atentados contra los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2 fue probablemente necesario el despliegue de submarinos en las zonas ya identificadas por las potencias de la región. Oficialmente no hay indicios, en el sentido “policial” de la expresión, pero las “cámaras de vigilancia” (en este caso los dispositivos de sonar) ya “hablaron”. Los Estados interesados saben con certeza quién es el culpable. Si no reaccionan, serán borrados del mapa, políticamente hablando. Pero también es posible que estén preparando en secreto algún tipo de reacción, que los convertiría en verdaderos actores políticos… cuando se decidan a concretarla.
Los franceses deben recordar la intentona de golpe de Estado militar que estremeció Francia en 1961 y los subsiguientes intentos de asesinato contra el presidente Charles de Gaulle. El propio De Gaulle fingió creer que los atentados contra su vida eran cosa de la OAS (Organización del Ejército Secreto, siglas en francés), que se componía de franceses contrarios a la independencia de Argelia. Pero el ministro francés de Exteriores de la época, Maurice Couve de Murville, mencionó públicamente el papel del Opus Dei español y de la CIA estadounidense en la organización y financiamiento de aquellos intentos de asesinar a De Gaulle. Este último ordenó entonces que se abrieran investigaciones, identificó a los traidores, reorganizó la policía y el ejército franceses y, 5 años después, sacó a Francia del mando integrado de la OTAN, dio a esta última 2 semanas para cerrar su sede (que estaba precisamente en París) y trasladarla a Bélgica y además dio a ese bloque bélico plazos un poco más largos –pero bien definidos– para concretar el cierre de las 29 bases militares que tenía en suelo francés. Posteriormente, el presidente De Gaulle realizó una serie de viajes al extranjero, durante los cuales denunció repetidamente la hipocresía de Estados Unidos, principalmente la guerra de Vietnam.
Francia se convertió así nuevamente en una potencia faro en materia de relaciones internacionales. Aquellos hechos nunca fueron explicados claramente a la opinión pública, pero todos los responsables políticos de aquella época pueden confirmarlos [1].
Después de la disolución de la Unión Soviética, Estados Unidos elaboró una redistribución del mundo que modifica radicalmente las relaciones internacionales, con derrocamientos de gobiernos y el inicio de guerras, para imponer determinadas rutas al transporte de recursos energéticos. Esa fue la principal actividad del vicepresidente estadounidense Al Gore durante 8 años, bajo la administración Clinton. Y a eso mismo se dedica hoy Amos Hochstein, como consejero especial del presidente Joe Biden. Basta recordar la guerra de Transnistria –un intento estadounidense de apoderarse de un nodo de gasoductos [2]– y la posterior guerra de Kosovo, para construir el «Octavo Corredor», una vía de comunicación a través de los Balcanes, y ya tenemos sobre la mesa las demás piezas del rompecabezas.
Resulta especialmente difícil discernir a fondo la gravedad de la catástrofe que acaba de caer sobre la Unión Europea y que, muy probablemente, va a causar su derrumbe económico. Esa comprensión se hace todavía más difícil porque la Unión Europea ha tomado por sí misma varias de las decisiones que van a llevarla a la quiebra.
Hasta el 26 de septiembre de 2022, Rusia todavía era el principal proveedor de gas de la Unión Europea. El gas ruso seguía llegando a la UE por el gasoducto Brotherhood –a través de Ucrania–, por el Nord Stream o por el Turkish Stream. Estados Unidos, que supuestamente garantiza la seguridad de la Unión Europea, acaba de cortar esas 3 vías de aprovisionamiento. El lector puede estar pensando que el gasoducto Brotherhood todavía está en funcionamiento… pero Kiev puede cerrarlo o inutilizarlo en cualquier momento mientras que Nord Stream ha sido saboteado y Turkish Stream ya no puede recibir el mantenimiento técnico que necesita porque lo impiden las sanciones que la Unión Europea ha adoptado… a instancias de Estados Unidos.
Hasta el 26 de septiembre, la economía de la Unión Europea se apoyaba fundamentalmente en la producción de la industria alemana. Al cortar el gasoducto Nord Stream, Estados Unidos ha destruido la industria alemana. Según la célebre fórmula de Lord Ismay, quien fue el primer secretario general de la OTAN, la «gran estrategia» de los anglosajones consiste en «Mantener a los americanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes bajo tutela».
Todas las administraciones estadounidenses han aplicado esa política ininterrumpidamente desde los años 1950. Nueve países participaron en la construcción de Nord Stream y 4 son propietarios de esa importante infraestructura. Nord Stream entró en funcionamiento en 2011. A partir del mandato de Donald Trump, en 2017, el Congreso de Estados Unidos amenazó con sanciones a las empresas que participaban en el funcionamiento de Nord Stream y a las que se habían implicado en la construcción de Nord Stream 2. Siendo presidente, el propio Donald Trump se mofó de la sumisión de Alemania, que se alimentaba del gas ruso. No sólo Estados Unidos sino también Polonia pusieron innumerables trabas jurídicas al gas ruso en Europa Occidental. En ese campo, la nueva administración estadounidense no cambió absolutamente nada. Alemania creyó, erróneamente, que la administración Biden sería más tolerante.
Claro, en julio de 2021, se llegó a un acuerdo según el cual Nord Stream 2 sería sustituido con hidrógeno fabricado… en Ucrania y transportado, a partir de 2024 (el año de expiración del contrato ruso-ucraniano), por el ya vetusto Brotherhood que sería convenientemente adaptado.
El canciller alemán Olaf Scholz, electo en diciembre de 2021, cometió dos graves errores en sólo meses.
El 7 de diciembre Scholz estuvo en la Casa Blanca y allí trató de resistirse a la presión de Estados Unidos, que lo instaba a renunciar al gas ruso. De regreso en Berlín, Scholz optó por mantener Nord Stream en funcionamiento y bloquear la puesta en marcha de Nord Stream 2, mientras buscaba fuentes de energías renovables. Scholz creía erróneamente que así lograría un equilibrio entre el belicismo del pensamiento estratégico estadounidense, las necesidades de la industria alemana y la doctrina de los Verdes, miembros de su coalición de gobierno.
El canciller alemán ya se había llevado un buen susto en Washington. Durante su conferencia de prensa con el presidente estadounidense, Joe Biden había declarado que Estados Unidos podía destruir Nord Stream 2 y que lo haría si Rusia invadía Ucrania. Para Scholz fue absolutamente aterrador que su amo estadounidense que le dijera sin miramientos que sería capaz de destruir una infraestructura que había costado decenas de miles de millones si un tercer país actuaba sin tener en cuenta las órdenes de Washington. No sabemos si durante las conversaciones a puertas cerradas Biden mencionó también la eventual destrucción del primer Nord Stream –no es imposible que lo haya hecho. En todo caso, los periodistas alemanes que acompañaban a Scholz recuerdan que el canciller estaba lívido durante el viaje de regreso a Berlín.
Scholz cometió su segundo error el 16 de septiembre de 2022. Alemania no quiere seguir sometida a la tutela de los anglosajones, prefiere garantizar por sí misma su seguridad y la del conjunto de países miembros de la Unión Europea. Así que el canciller Scholz declaró que:
«Siendo nosotros la nación más poblada, dotada del mayor poderío económico y situada en el centro del continente, nuestro ejército debe convertirse en el pilar de la defensa convencional en Europa.»
Al precisar que hablaba sólo de «defensa convencional», el canciller Scholz crear que estaba evitando herir la susceptibilidad de su vecina Francia, única potencia nuclear de la Unión Europea. Pero no se daba cuenta de que estaba violando la doctrina de los discípulos de Leo Strauss –los straussianos de Estados Unidos– imaginándose poder escapar al protectorado militar estadounidense.
En 1992, Paul Wolfowitz había firmado la Defense Policy Guidance, algunos de cuyos fragmentos se conocieron a través del New York Times. Wolfowitz indicaba en ese documento que Estados Unidos vería toda voluntad de emancipación de sus aliados europeos como un cassus belli [3].
Seis días después de las declaraciones del canciller alemán Scholz, los Navy Seals volaban los dos gasoductos del Mar Báltico, lo cual significa para Alemania 11 años de retroceso.
Sólo horas después del sabotaje contra Nord Stream y Nord Stream 2, el presidente de Polonia, el primer ministro de Dinamarca y el ministro de Energía de Noruega inauguraban con bombo y platillo el gasoducto Baltic Pipe, que no tiene ni remotamente la misma capacidad que los Nord Stream pero bastará para marcar el cambio de época. Antes, la industria alemana alimentada con el gas ruso hacía el papel de líder de la Unión Europea. En adelante, ese papel quedará en manos de Polonia, impulsada por gas noruego. El primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, proclamó triunfalmente su odio en plena ceremonia al sentenciar: «Llega a su fin la era de la dominación rusa en el sector del gas; una era que estuvo marcada por el chantaje, las amenazas y la extorsión.»
El acto de guerra perpetrado contra Rusia, Alemania, Países Bajos y Francia nos obliga a ver los hechos de Ucrania bajo una perspectiva diferente. Ese acto de guerra es mucho más importante que todo lo anterior porque Estados Unidos acaba de atacar a sus “aliados”. En artículos anteriores he explicado con detalles lo que los straussianos buscaban con sus provocaciones en Ucrania. Lo que acaba de suceder nos muestra por qué Washington apoya el proyecto straussiano, como política de Estado. Y también nos demuestra que su «gran estrategia» no ha cambiado desde los años 1950.
En 2017, un presidente estadounidense, Donald Trump, participaba en el lanzamiento de la “Iniciativa de los Tres Mares”. Si Washington sale ganando tan a menudo es porque ve más lejos que sus aliados.
En la práctica, la Unión Europea va a derrumbarse en el plano económico, con excepción de Polonia y sus 11 aliados de Europa Central, miembros de la Iniciativa de los Tres Mares o Intermarium [4]. El viento cambia de rumbo. Ahora es Polonia la que tiene el “viento en popa”.
Los grandes perdedores serán Europa Occidental y Rusia. Pero también estará entre los perdedores Ucrania, destruida sólo para dar lugar a esta hecatombe.
[1] «Cuando el stay-behind quiso derrocar a De Gaulle», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de agosto de 2009.
[2] «Au cœur de la “Guerre du gaz”, la petite République de Transnistrie», por Arthur Lepic, Réseau Voltaire, 3 de julio de 2007, y «En 1992, Estados Unidos trató de aplastar militarmente la Transnistria», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 17 de abril de 2010.
[3] “US Strategy Plan Calls For Insuring No Rivals Develop”, Patrick E. Tyler, y “Excerpts from Pentagon’s Plan: ‘Prevent the Re-Emergence of a New Rival’”, The New York Times, 8 de marzo de 1992. Ver también, “Keeping the US First, Pentagon Would preclude a Rival Superpower”, Barton Gellman, The Washington Post, 11 de marzo de 1992.
[4] «Cómo se está torpedeando la paz en Europa», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de junio de 2022.
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