Café para todos y todas – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

El constitucionalismo chorlito ha difundido falsamente que el acuerdo del doctor Sánchez y los polaquitos de Esquerra Republicana para investir presidente de la Generalitat a Salvador Illa ha provocado una ‘rebelión’ dentro del propio partido de Estado, cuyos ‘barones’ repudiarían el concierto fiscal pactado, que permitirá a Cataluña abandonar el régimen común y recaudar desde la Generalitat todos los impuestos, previa modificación de la ley de Financiación Autonómica (pero modificar una leyecita, en el barrizal positivista instaurado por el Régimen del 78, es más fácil que tirarse un pedo).

La ‘rebelión’ de los baroncitos no es tal, sino jeribeque y aspaviento que ensayan ante las masas cretinizadas adscritas a su negociado ideológico, para lograr que la concesión hecha a los polaquitos se extienda a sus autonomías, según la técnica instaurada por el Régimen del 78 que ha hecho de España un avispero de gentes enfrentadas y agraviadas. Para lograrlo, los padrecitos del bodrio constitucional hicieron primero la distinción ininteligible entre ‘nacionalidades’ y ‘regiones’, atribuyendo a las primeras el papel de locomotora en el desguace y concediendo posteriormente –aprovechando el portillo que se dejó entreabierto a Andalucía– un «café para todos» (Martín Villa ‘dixit) que permitiera que las bicocas logradas primero por las ”nacionalidades’ se extendieran después a las ‘regiones’. Este «café para todos» (¡y todas, oiga, no me sea machista!) es lo que reclaman los baroncitos del partido de Estado, tan ‘insolidarios’ como los polaquitos y sólo preocupados de las bicocas que les procura el Régimen del 78, que como un puerto de arrebatacapas convertido en parque temático.

En su célebre clasificación de las formas de gobierno, Aristóteles consideraba que las tres (monarquía, aristocracia o república) son igualmente válidas, con tal de que no degeneren. ¿Y en qué consiste la degeneración de un gobierno? «En la perversión de su objeto», responde Aristóteles. El objeto de un gobierno saludable es la consecución del bien común; y el objeto de un gobierno degenerado es la consecución de intereses particulares. Un gobierno que satisface intereses particulares –satisfacción que siempre se alcanza a costa de erosionar el bien común– es perverso por naturaleza; pero, para ocultar la perversión en su naturaleza, el Régimen del 78 –mucho más sofisticado que cualquier forma de gobierno que Aristóteles pudiera concebir– satisfacen simultánea o consecutivamente muchos intereses particulares, de tal modo que su suma proyecte un espejismo de satisfacción del bien común. He aquí el alma de ese mefítico café para todos y todas instaurado por el Régimen del 78, que el doctor Sánchez interpreta maravillosamente: primero satisface los intereses particulares de los polaquitos, para que invistan a su peón presidente de la Generalitat; y así provoca la ‘rebelión’ teatral de sus baroncitos, que fingen indignarse con la concesión a los polaquitos pero en realidad sólo desean satisfacer sus respectivos intereses particulares, que otro que venga después tendrá que satisfacer (o tal vez los satisfaga el propio doctor Sánchez, sacándose la chorra y meando a todo quisque en la jeta).

Decía Quevedo que la envidia está siempre amarilla, porque muerde pero no come. Y lo mismo les ocurre a las sociedades en manos de demagogos, convertidas en un avispero de intereses particulares a la greña que nunca dejan a nadie satisfecho, porque basta que se satisfaga uno para que el vecino se considere agraviado; y satisfaciendo al vecino sólo se logra agraviar al que primeramente se satisfizo, y así hasta la descomposición de la propia sociedad, que desposeída de la noción de bien común se convierte en una demogresca de sucesivos intereses particulares que nunca se sacian del todo. Y en medio de este avispero, el demagogo se desenvuelve como pez en el agua: una vez que ha logrado corromper a la sociedad, amputando de su horizonte espiritual toda noción de bien común y enviscándola en una reñida pugna por la consecución de diversos intereses particulares, los intereses propios del demagogo pasan inadvertidos. Divide y vencerás, reza el adagio; siembra la discordia entre los que deberían permanecer concordes y podrás permitirte el lujo de gobernar en provecho propio (y de Begoñísima también, pues nuestro demagogo es un hombre profundamente enamorado).

En una conferencia pronunciada en 1919, Vázquez de Mella advertía que el autonomismo, lejos de crear una contención al odioso centralismo, no haría sino multiplicarlo, hasta convertir España en un infierno de ordenancismos en liza que no harían sino reclamar un soborno constante (que, en el Régimen del 78, ya es el único recurso contra el chantaje separatista). A la postre, los polaquitos han probado que sus ansias de independencia eran un chantaje retórico; y que lo único que deseaban era lo que ya denunciaba el socialista Julián Besteiro desde la tribuna parlamentaria en 1923: «Los regionalistas catalanes han venido a este Congreso en más de una ocasión a formular peticiones autonomistas y han cedido ante la concesión de ventajas económicas». Sólo que esa concesión de ventajas económicas los convierte, sin que ellos se den cuenta, en los tontos útiles del Régimen del 78, que los utiliza como señuelos para justificar el café para todos y todas que ha convertido España en un puerto de arrebatacapas que «avanza hacia la federalización». Sobre esta ‘federalización’ que promueve el partido de Estado tendremos que escribir otro día, porque se nos ha acabado el papel.

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