Colgados de la lengua
Por Juan Manuel de Prada
Santiago Abascal ha dicho que «habrá un momento en que el pueblo querrá colgar de los pies» al doctor Sánchez. Se trata, sin duda, de una hipérbole tremebunda, pero también inverosímil; pues en España jamás se ha colgado de los pies a un presidente. Sólo cinco han sido asesinados –Prim, Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero Blanco–, pero ninguno colgado (ni del cuello ni de los pies); y los cinco fueron víctimas de atentados que nada tenían que ver con las iras populares, sino con intereses políticos variopintos (y con frecuencia muy turbios). Luego, desde Vox, para tratar de atemperar el exceso verbal de Abascal, han dicho que ser colgados de los pies es la «suerte de muchos dictadores»; afirmación que también resulta un poco estrafalaria, pues sólo a Mussolini lo colgaron de los pies. Y, en España, donde sólo ha habido dos dictadores reconocidos como tales, uno murió desterrado en París y el otro en el hospital de la Paz, amadísimo por la mayoría de los españoles (aunque, apenas muerto, se hicieron todos furibundos demócratas). No sé si, a la postre, el doctor Sánchez acabará siendo dictador (por el momento nos parece más bien demócrata furibundo); pero sospecho que su muerte se parecerá mucho más a la de Franco que a la de Mussolini, pues, aunque no es tan amado como Franco, desde luego hay una mayoría de españoles que están encantados con él.
Así que la tremebunda hipérbole de Abascal está además traída por los pelos; pero que tal desafuero retórico sea calificado de «incitación al odio» y denunciado ante la Fiscalía nos parece un desafuero todavía mayor, y de una índole más perversa.
El desafuero retórico de Abascal es, fundamentalmente, una prueba de imprudencia política. En la enumeración de las virtudes cardinales, la prudencia viene antes de la justicia, la fortaleza y la templanza; pues es el pórtico por el que se alcanzan las demás virtudes. Y es también la virtud por excelencia del político, que en todo momento debe obrar con circunspección y cautela, pero sobre todo cuando habla. Hemos observado, sin embargo, que nuestros políticos han dejado de ser prudentes; y, entre los de la derecha, hemos observado además cierta propensión a las machadas rimbombantes (que ellos creen alardes de ingenio), también a eso que ahora llaman zasca y antaño réspice, cuanto más cortante y ensañado mejor, pues así se aseguran que van a ser retuiteados y aplaudidos por su parroquia.
No está solo Abascal en esta trinchera del exceso verbal, donde reina indisputadamente la degustadora de frutas; pero, por mucho que su parroquia les aplauda, es una trinchera siempre perdedora, como nos enseña Gracián en aquel episodio de ‘El Criticón’ donde Critilo y Andrenio se tropiezan con una tienda donde se vendía silencio y donde las únicas lenguas que se vendían eran las que servían para mordérselas.
No dudo que haya algún político que merezca ser colgado de los pies; pero hay otros muchos que merecen ser colgados de la lengua.
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