Por Marcelo Ramírez
El día 2 de abril trae recuerdos a los argentinos de las contradicciones de un país que estuvo a poco de derrotar a una de las mayores potencias militares del mundo.
El Reino Unido, desde las Malvinas, controlaba uno de los pasos estratégicos más importantes durante la Guerra Fría, como es el punto de traspaso entre los océanos Atlántico y Pacífico, conocido como el Pasaje de Drake. No solo las Islas Malvinas eran un punto sobre el Atlántico Sur desde donde proyectar fuerzas hacia ese espacio marítimo estratégico, sino que tenían el control de bancos de pesca y acceso a minerales y yacimientos de hidrocarburos.
Aunque tal vez eso era secundario, el Reino Unido había conquistado a principios del siglo XIX esas islas, que pertenecían a España, mientras Argentina pertenecía al Virreinato del Río de la Plata. Desde ese momento, y pese a los reclamos argentinos, las islas permanecían bajo control británico aún con los múltiples llamados al diálogo en las sucesivas votaciones en la Asamblea de la ONU.
Si bien tenían ese potencial estratégico, por diversos factores habían permanecido en un papel secundario, casi olvidadas.
Finalmente, en ese año, 1982, se produjo una operación militar que permitió a un país sudamericano reconquistar ese territorio sin que los británicos sufran bajas. Unas islas con poca importancia para un Reino Unido que veía cómo varios de sus territorios de ultramar se independizaban. Una aparente ola de descolonización posterior a la II Guerra Mundial cambiaba la fisonomía planetaria. Malvinas parecía una rémora del pasado que tenía que terminar.
Pero algo falló en los cálculos previos.
La llegada de Margaret Thatcher al comando de las islas británicas estaba a punto de comenzar una nueva era que culminaría con una revolución capitalista neoliberal, como se la identificaba entonces, que derrumbaría a la URSS. Argentina no era consciente de la etapa histórica que estaba atravesando. La idea de haber derrotado una subversión interna nominalmente marxista y una colaboración posterior con países de la región que buscaban combatir guerrillas de ese mismo signo ideológico dieron la idea equivocada de que Argentina era parte de Occidente. Apenas unos meses le demandaría darse cuenta del error. El mundo Occidental en realidad no era otra cosa que el mundo anglosajón que sacaba beneficios propios a expensas del resto.
Buenos Aires se preparó contradictoriamente para la guerra, creyendo que los EE. UU. iban a presionar a Londres para una negociación que devolviera las Islas, no comprendiendo los lazos de sangre entre británicos y estadounidenses, que finalmente llevarían a que la sociedad histórica anglosajona actuara fiel a sus principios.
Para las mentalidades que dominaban el mundo capitalista, Argentina solo era una nación que servía a sus intereses y que estaba para obedecer las órdenes imperiales sin reclamar nada en compensación. Por ese motivo las acciones de Argentina solo merecían ser aplastadas, EE. UU. podría tratar de cuidar las formas externas, pero su apoyo a sus socios británicos no admitía discusión.
Argentina podría haber comprendido esta situación y haberse preparado, si la decisión era recuperar ese territorio, con mayor determinación. Su población debería haber sido preparada psicológicamente para asimilar que no era parte del Occidente que le habían dicho pertenecer ni sería defendida por este contra una agresión comunista. Bien podría haberse preguntado si los procesos de desestabilización, división y confrontación interna, realmente respondían a un proceso de insurrección contra el modelo capitalista estadounidense o simplemente era una forma de frenar su desarrollo autónomo, sus capacidades industriales y desarrollo tecnológico independiente.
Si hubiera comprendido que la propia URSS no estaba interesada en una insurrección contra los EE. UU. en Sudamérica y que se había transformado en socio comercial y hasta diplomático de los gobiernos militares, la decisión debía haberse tomado bajo otra realidad.
Nunca pasó por la cabeza de los dirigentes argentinos que el mundo era de humo y espejos, no era lineal y las cosas no eran como aparentaban. Las acciones militares pusieron de frente a un país del Tercer Mundo, de origen hispánico, frente a las potencias dominantes anglosajonas que iban a ganar en poco tiempo la Guerra Fría. El resultado de este conflicto regional no podía comprometer el modelo global.
La reacción británica movilizando una flota con más de cien navíos es una muestra de cómo Londres veía la situación. El apoyo europeo occidental y de EE. UU. cerraban el cuadro desalentador.
Si alguna vez estas potencias decidían abandonar las Malvinas sería bajo sus condiciones, no por una derrota militar. Una derrota con un país como la Argentina sería una señal pésima para el mundo en su conjunto, no podía ser permitida, y debía ser detenida a cualquier costo.
Los actos heroicos de las fuerzas militares argentinas, infligiéndoles a las tropas británicas la mayor pérdida desde la II Guerra Mundial y mostrando que con escasos recursos se podría derrotar a una gran potencia, solo agravaron la situación para la Argentina. Si un ejército con un presupuesto bajo comparativamente, con equipos militares anticuados y sin apoyos externos de grandes potencias en cantidad y calidad, conseguía la victoria, la señal hubiera sido muy preocupante para las ambiciones occidentales.
Los británicos contaron además con el apoyo de otras potencias europeas y con las ayudas en materia de inteligencia y logística de los EE. UU., algo no menor.
La victoria británica se dio por poco, pero se dio. Sus acciones posteriores reflejaron cómo una potencia se comporta, sin ningún tipo de misericordia, tomando todo lo que tiene a su alcance. No importan los derechos del vencido ni el Derecho Internacional. La lógica es que el ganador toma todo.
El Reino Unido actuó con todo su poderío, que si bien ya no era el de antaño, seguía siendo considerable, Argentina actuó con prudencia y creyendo que Occidente iba a interceder para evitar que dos socios se pelearan, claro que esta visión de ser socios, como ya vimos, no era compartida.
El impacto de la derrota terminó por hundir a la Argentina, su soberanía no solo estaba dañada, sino que se abriría el camino hacia una profundización de las divergencias internas y nacería un proceso conocido como “desmalvinización” sostenido por los vencedores. Tampoco deberíamos asombrarnos. Alemania y Japón pagaron sus ambiciones con un proceso similar de destrucción de sus FFAA y de todo lo que haga referencia a lo nacional soberano.
La práctica de aprovechar la victoria militar para profundizar las desavenencias se repite en cada país que los enfrenta y es derrotado, en algunos casos como el de Alemania o Japón se les permitió un desarrollo económico, aunque subordinado, simplemente porque había que contener la expansión del comunismo. Una vez desaparecida la URSS, la Argentina carecía de ese valor y podría ser aplastada sin miramientos.
Argentina había intentado en el pasado ser una opción ante un mundo dividido entre capitalistas occidentales y socialistas soviéticos. Perón creía en que la conformación del ABC (Argentina, Brasil y Chile) era la respuesta a ese mundo dividido en dos, con una visión política cercana a la de la Doctrina Social de la Iglesia. Perón fue depuesto por un golpe militar auspiciado por los propios anglosajones.
Perón vuelve al poder tras 18 años de exilio, comprendiendo cómo el enemigo había utilizado la división interna para frenar a la Argentina, que tenía un desarrollo industrial, tecnológico y hasta militar serio. Esta vez un abrazo con el líder opositor Ricardo Balbín sellaba cuál debería ser la política de unidad, pero su vida terminó poco tiempo después y las fuerzas divisoras se enseñorearon de la Argentina.
Pocos en el país se atreven a mirar con autocrítica qué pasó, pero ese estallido de violencia interna se puede apreciar en sintonía con los intereses… británicos.
Malvinas les permite reclamar y acceder a la Antártida, curiosamente, o no, dado que Londres pretende para sí los territorios que son parte de lo que argentinos y chilenos reclaman.
Un detalle más debemos mencionar, Chile sufre una insurrección mapuche, una denominación genérica utilizada para identificar indígenas varios. Estas personas están asimiladas por la sociedad chilena, pero hay grupos minoritarios violentos con fuertes conexiones en el exterior que pretenden emanciparse y hacerlo de la mano de otros pares en Argentina. Si bien los que viven en Argentina son apenas un puñado, eso no les impide reclamar las tierras más ricas de la nación, llegando casi hasta Buenos Aires.
¿Qué pensarían Uds. si un servidor les advierte que esos grupos mapuche tienen sede en la ciudad de Brístol, en el Reino Unido? El desparpajo británico es enorme, pero, aun así, consigue apoyo de muchos políticos locales para el reclamo de sus mapuches.
Nada parece haber cambiado, los británicos tienen en Buenos Aires un enorme peso dado por su influencia en la clase política dirigente actual.
Luego de la caída de la Dictadura Militar, después del fracaso en Malvinas, la campaña de desmalvinización se afianzó y llevó a que el embajador de la potencia ocupante volviera, no solo a instalarse en el país, sino a ser un centro político.
Las celebraciones del cumpleaños de la Reina en la Argentina se daban en la Embajada Británica y se convertían en un punto de convocatoria para políticos, empresarios y personajes del entretenimiento local. Si algo define como debe ser la política de soft power de una potencia, tal vez sean estas celebraciones.
Cada uno de los sectores influyentes se dan cita ante la prensa en el lugar para dejar en claro su apoyo y admiración, sobre todo esto último, hacia Londres. Luego veremos entonces empresarios con mercados e inversiones chinas que se preocupan por el avance económico de Beijing. ¿Extraño? Quizá tanto como algunos militares que siguen con su admiración ante Washington y Londres, quienes sistemáticamente vetan sus compras de armas y les entregan a cambio chatarra a precios costosos que muchas veces simplemente no funcionan.
Las sorpresas lamentablemente no terminan allí, los políticos de “derecha” se muestran orgullosos con escarapelas británicas, mientras que los progresistas prefieren hacerlo en reuniones oficiales para trazar planes en conjunto por la lucha de los Derechos LGBTQI+. Nada raro si el Sr. John Kirby acaba de declarar que la política LGBTQI+ es la política exterior de su país.
La participación de las omnipresentes ONG relacionadas con el mundo británico completan un cuadro de influencias de esa nación sobre la Argentina que inclusive ha aumentado desde la llegada de los procesos democráticos paulatinamente.
En 1982 gobernaba la Argentina un gobierno militar de “derecha”, 41 años después quien rige los rumbos de la nación es un gobierno democrático de “izquierda”.
La posición sobre Malvinas no ha mejorado, ambos se sentían, o sienten, como parte de Occidente. La historia de los militares ya la hemos señalado, uno de sus mayores errores fue no sopesar la reacción de los EE. UU. al no interpretar acertadamente qué era Argentina y qué era Occidente.
La sociedad en ese entonces tenía una visión más patriótica, más nacionalista, pero creía en buena medida que estaba en una lucha contra quienes querían destruir los valores occidentales. El shock de enfrentar a los antiguos amigos y aliados, fue grande.
Hoy, cuatro décadas después, luego de una intensa campaña británica, la historia se repite con una sociedad narcotizada por esa propaganda, que sigue pensando que es parte de un occidente amenazado. ¿Cómo interpretar sino la preocupación por la suerte de Occidente? ¿Cómo entender que haya tantos con el ceño fruncido por el avance chino? ¿Qué otro significado puede tener el temor ante una victoria rusa?
Objetivamente, todas serían excelentes noticias para una nación cuyo territorio está en parte ocupado por una potencia de la OTAN. Una nación endeudada con el sistema usurario financiero de Occidente, que ha visto aplastados sus intereses comerciales por esas mismas potencias que hoy apoya.
Otra vez la historia se repite en forma circular, Argentina confunde enemigos y amigos, o al menos confunde sus intereses con los intereses extranjeros.
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