Consideraciones acerca del tema del pecado original. Parte I2117
Por Ricardo Vicente López
Presentación
El tema está un tanto olvidado y, además, menospreciado en la formación del alumno universitario. Me centralizo en este nivel de la educación por una razón que tiene un peso muy importante: es allí donde se plantearán, o deberían plantearse, las preguntas fundamentales que abrirían el camino hacia una correcta antropología. Sólo a partir de allí, sostenido por una concepción más seria y profunda sobre el tema del hombre, el saber sobre lo humano podría convertirse en un campo fructífero de reflexión. Esto no debe entenderse como la absolutización de un sólo saber, canonizado como el auténtico. Negar los aportes de las tradiciones de las diversas sabidurías debilita la reflexión sobre esta cuestión, que debiera considerarse el fundamento de la posibilidad de una ciencia carente de prejuicios respecto de lo humano.
No debo soslayar que el sentido común que impera en el ámbito universitario parte de la definición de un sólo modo del conocimiento: aquello ya canonizado como científico, según las reglas inviolables de la Academia. Queda, entonces, así definido lo aceptable como verdad. Esa verdad será tal mientras se mantenga encumbrada y sostenida. Puede padecer su desplazamiento cuando una nueva verdad entre por la puerta triunfal del Palacio de las Ciencias. En este juego de entre verdades aparece un Alto Tribunal que monopoliza la atribución de otorgar el título de verdad a un nuevo concepto, tesis, teoría, etc.
Lo que queda fuera de este mecanismo académico es todo aquello que haya sido rechazado, no tratado, descalificado, por esa Magistratura. Los miembros de ese alto nivel de la Academia son elegidos y entronizados por sus pares: un ejemplo muy claro son las Supremas Cortes de Justicia de la mayoría de los “países importantes de Occidente”. Parece un círculo vicioso: pues bien: lo es. Como la edad para acceder a esos niveles – llamada también experiencia profesional− es un atributo importante (aunque no garantiza sabiduría), el resultado es que, por regla general, esos cuerpos académicos se van convirtiendo en un círculo gerontocrático, entendiendo por tal: «una forma oligárquica en la que una institución es gobernada por una pequeña cantidad de personas, donde los más ancianos mantienen el control».
El tema no resuelto respecto de qué es el hombre, y de difícil solución dentro de los marcos establecidos por las academias, encuentra su origen en el descuartizamiento que le impusiera la fragmentación epistemológica del desarrollo de las ciencias sociales. Esta operación ha posibilitado, sin dudas, avanzar por los caminos de la minuciosidad del conocimiento especializado. Pero esto le ha acarreado el costo de haber perdido de vista la posibilidad de una percepción integral, totalizadora sobre el hombre.
Se agrega a ello el alto impacto que los descubrimientos en los laboratorios han aportado a un cierto tipo de conocimiento, el prestigio que han acumulado ese modo del saber, todo lo cual fue profundizando la brecha entre las ciencias naturales – duras, matematizables, verificables en los términos de laboratorio− y las ciencias sociales que se ocupan de los saberes sobre el hombre en sus respectivas parcelas.
Tampoco es ajeno a esta dificultad un cierto menosprecio, debido a una mirada de superioridad de parte de las ciencias de la modernidad técnica, que ha funcionado como un obstáculo para una aproximación a formas más abarcadoras –holísticas− del saber. Es decir, la posibilidad de recuperar en parte aquellas reflexiones sobre la totalidad del hombre, siempre de carácter filosófico, que ofrecieron un modo de pensar: aquella verdad de la sabiduría originaria, primigenia. En este punto estamos: ante el resultado del peso insoportable, aunque escamoteado o no asumido, del modelo de ciencia que la dictadura del método experimental, como medida de la verdad científica, que impuso la ciencia moderna.
Lo que se ha perdido, y cuesta recuperar, es el fundamento más profundo respecto de la pregunta; no sobre el hombre, sino sobre qué es lo humano. Se puede adivinar una sombra de misterio que se asoma a un abismo. La inteligencia sagaz de gorrión polluelo, percibió ese misterio, aun desde su ateísmo confeso, lo que le permitió la osadía de recurrir a la explicación mítica (Edipo, Electra, etc.) para avanzar en el posible-imposible desvelamiento de ese misterio. Los hombres sabios del positivismo lo acuciaban burlándose de sus explicaciones sobre el sueño. Sin embargo no renunció a sus descubrimientos e invalorables aportes. Estos abrieron una brecha sobre los prejuicios compartidos por los que saben.
Presento estas páginas como un intento de rescate de aquella arcaica intención de proponerse una aproximación a saberes, entendidos como un misterio, porque algo de ello tienen: no evitaban ni desechaban los senderos alternativos que posibilitaran aproximaciones interesantes. La palabra misterio [[1]] envuelta en la cultura religiosa, que impera hace ya más de cincuenta siglos, no debe imponer la obligación de abandonar la pretensión de querer saber. Ese apetito ha impulsado a encontrar caminos de aproximación que no desprecian la racionalidad, aunque ésta no respondiera a los cánones de la modernidad occidental pero, no por ello, es menos racional. Las páginas siguientes, que comentaré, fueron publicadas en sucesivas entregas por la revista electrónica [[2]] Eclesalia, por el Ingeniero y Catedrático universitario José Mª Rivas Conde (1950), Catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid y de la Universidad Carlos III, ambas de España.
Ricardo Vicente López
La sinrazón del pecado original
Que Adán fuera el primer hombre en pecar, no incluye ni supone de por sí que su culpa y el castigo por ella merecido, pasaran a afectar necesariamente a todos los hombres. Ni en el caso de haber sido, en realidad él, el origen único de la humanidad entera, y no uno de los varios que postula el poligenismo [[3]]. No hay constancias, por otra parte, que el Adán bíblico fuera constituido expresamente depositario de la salvación del género humano. Mucho menos algún otro de los varios “adanes” en absoluto posibles.
Su condición de depositario sólo es una presunción deducida a posteriori. Parecería que como forma instintiva de abrir vía de escape a la doctrina mantenida sobre la transmisión universal del pecado original. Cabe decir esto, especialmente, por lo vigorizada que ha sido en los últimos tiempos, en los que se ha vislumbrado la posibilidad sería de que llegue la hora en que haya que rendirse al poligenismo. Como sucedió en su día con el heliocentrismo de Copérnico y Galileo.
Tampoco consta que la pérdida de la salvación pueda deberse a pecado ajeno, en vez de sólo al propio. Sino todo lo contrario, como nos enseña el Antiguo Testamento:
«No han de morir los padres por culpa de los hijos, ni éstos por culpa de los padres; sino que “cada cual morirá por su propio delito”».
Es máxima que no dejaría de ser obviedad inmediata y espontánea, aunque no hubiera sido recogido en Dt 24,16. Tanto, que se puede ver enarbolada, con terquedad para niños del catecismo.
Nos propone, en consecuencia, el autor que:
«Debería convertirse en pieza del “museo arqueológico de la teología” la afirmación de la catequesis, un tanto primaria, de nacer todos los hombres manchados y reprobados por el pecado de Adán, igual que nacen en pobreza los hijos de padre que ha derrochado toda su fortuna».
En primer lugar:
«Porque la comparación es inaplicable al vivir en estado de “amistad” con Dios. Por tratarse ésta de una situación anexa a la propia persona. No de bien acumulable fuera de ella en lugar físico, de suerte que pueda ser robado, perdido o trasmitido, como los tesoros materiales».
También debería remitirse al mismo museo, la explicación de la pérdida de ese estado a causa del principio de solidaridad social. Es el que fundamenta en la vinculación con el grupo, la imputación a todos sus miembros de la responsabilidad y consecuencias de los actos de sus progenitores o dirigentes.
«Se trata de un principio que no llega a axioma, el cual, en cuanto tal, ha de cumplirse necesariamente siempre. Como, por ejemplo, el teorema de Pitágoras. Sino que no pasa, como mucho, de simple “presunción de ley” o “de solo derecho”. Sin llegar en absoluto a ser “presunción de hecho y de derecho”. Porque no basta para dicha imputación con la pertenencia a un mismo grupo, y menos cuando ésta viene impuesta. De lo contrario habría base objetiva para “argüir de pecado” hasta al mismo Jesús, e imputarle los errores y desmanes de los dirigentes judíos, tanto los de su tiempo, como los del anterior».
Cabe agregar a este comentario, además de vinculación con el grupo, se requiere de vinculación con el propio acto imputado o incriminado, en virtud de libre adhesión personal al mismo. Ya con cualquier clase de asentimiento expreso o colaboración voluntaria en su realización, como la de Pablo en el apedreamiento de Esteban. Ya, al menos, con la aprobación tácita o implícita que se da en la pasividad y ausencia de la repulsa debida; la que en cada ocasión sea posible.
«Es más: la libre adhesión personal puede generar ella sola cierta responsabilidad participada en actos incriminados a dirigentes de un grupo al que no se pertenece. Aunque ningún tribunal humano exija cuentas por ella. Sería el caso, por ejemplo, del que sin ser natural del país ni vivir en él, aplaudiera cualquier tipo de genocidio perpetrado por los gobernantes del mismo».
Que ambas vinculaciones se den lo más frecuente a la vez, no supone que sean lo mismo. Pero parece que no ha empezado a generalizarse la advertencia de su diversidad hasta hace poco. Y ello más bien en el campo político, en el que ahora se aprecia una mayor sensibilidad respecto de la distinción entre las dos vinculaciones. Quizá por el avance y robustecimiento de la conciencia democrática, operados en las gentes en los últimos tiempos.
Hoy, en concreto, ya no se admite por lo general, que todos resultemos ineludiblemente corresponsables de los errores y desmanes de nuestros gobiernos respectivos. La participación en esa responsabilidad se pone por lo común en quienes los eligieron; en quienes de entre éstos los mantuvieron a pesar de poder relegarlos; en quienes los apoyaron; y en quienes, habiéndolos o no elegido, transigieron con ellos sin elevar su protesta ni manifestar su repulsa en la medida de lo posible.
Lo mismo debería sostenerse respecto del pecado del primer hombre, aun en el supuesto de haber existido realmente un único “Adán”. La corresponsabilidad en tal pecado sólo debería afirmarse en quienes se adhieren a él con su propia conducta:
«Igual que cuando Jesús dijo a los escribas y fariseos, que a causa de sus propios crímenes, incluso el cometido “entre el santuario y el altar”, iba a recaer sobre ellos “toda la sangre justa derramada sobre la tierra» (Mt 23,34-35).
Aunque está implícito en lo expuesto, el autor quiere, sin embargo, subrayar expresamente que, de bastar la sola vinculación al grupo y darse éste, no podría excluirse a nadie del pecado original.
«Igual que del teorema de Pitágoras no puede ser excluido ningún triángulo rectángulo. Serían gratuitas las excepciones de Jesús y de su madre María, a menos que se afirmara que ellos quedaron fuera de la humanidad. Lo mismo que se afirma quedar fuera de los triángulos rectángulos los que no cumplen el teorema de Pitágoras».
El ensueño del pecado original
A veces da la sensación de subsistir aún ampliamente, la instrucción que se dio a la gente, sobre la transmisión universal del pecado original. Esa, cuya explicación racional se ha tratado de anular sin resultados positivos. Se lo hecho por lo frecuente que es utilizado como razonamiento de llegada, cuando sólo lo es de salida. Quiere decir que ella no prueba la existencia del pecado; sino que trata de explicar su transmisión, partiendo del supuesto de que ese pecado “haya existido”. Supuesto, porque carece por completo de base sostenible. Se desvelan por los hallazgos de los científicos, de los arqueólogos de las culturas y de los especialistas bíblicos, incluso católicos. Los primeros ponen al descubierto la imposibilidad de que las cosas sucedieran tal cual literalmente las narra la Biblia.
«Los demás destapan el trasfondo legendario de los relatos del Génesis. Unos y otros fuerzan a tenerlos a éstos por narraciones alegóricas. En particular a los de sus once capítulos primeros. Serán pocos ―si es que aún queda alguno― los que todavía cometan la irracionabilidad de juzgar válidas las inferencias probadas de la ciencia, sólo cuando no afectan a la Biblia. Lo probado válido en sí, lo es para todo. Incluso para lo que se supone ser palabra de Dios. El ser real de las cosas, su realidad natural, es obvio que no puede estar en contradicción con ella. Salvo que las cosas no fueran tan de Dios, como su palabra. Es igual de irracional calificar de mitos, sólo cuando no tocan a la Biblia, las narraciones que relatan, sin garantía de prueba, episodios o experiencias insólitas, fantásticas, intimistas».
Termina esta párrafo preguntándose: «¿Se reconocerá algún día abiertamente que eso es lo que sucede con los primeros relatos del Génesis?»
«A favor de su historicidad no hay más pruebas, si así se las puede llamar, que leyendas míticas pre-bíblicas, cuya antigüedad supera a la de la Biblia, como mínimo, en más de un milenio a la más próxima. Su contenido, y hasta detalles, están recogidos en dichos relatos con palpable coincidencia. Tanto que se enhebran como hilos de su propio tejido. No me detendré a pormenorizarlo, por lo fácil que es hoy enterarse y cerciorarse de las cosas a través de internet. Muchas veces, por cierto, antes y más expeditivamente que por los documentos oficiales. Que la dinámica de ralentización parece haber sustituido a la ocultación de lo “discordante”, que de hecho tenía el “Índice de Libros Prohibidos”. La ralentización, dicho sea de paso, evita rectificaciones que, sobre la marcha, resultarían estridentes hasta el riesgo de “cismas”».
También es tiempo, dice, de encontrar la forma de presentar lo inicialmente rechazado, sin reconocer expresamente el error de haberlo rechazado; sino como benévola concesión “dadas las circunstancias” y “los signos de los tiempos”…
[1] Préstamo (s. XIII) del latín mysterium y este del griego mystérion ‘secreto’, ‘misterio’, ‘ceremonia religiosa para iniciados’, derivado de mýein ‘cerrar’. A la misma familia etimológica griega pertenece místico.
[2] Una revista electrónica es una publicación que tiene las características de una revista, pero en lugar de emplear el formato tradicional de papel emplea como medio de difusión un formato electrónico que ofrece internet.
[3] Doctrina antropológica, según la cual, las etnias humanas proceden de diferentes tipos primitivos, en contraposición al monogenismo.
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