Democracia: una religión antropoteísta que se funda en una idea errónea de la naturaleza humana – Por Juan Manuel de Prada

Tito Berni, mártir de la democracia
Por Juan Manuel de Prada

Siendo la democracia una religión antropoteísta que se funda en una idea por completo errónea de la naturaleza humana, resulta inevitable que se refugie en el puritanismo, cada vez que se topa con la cruda realidad. Así ha ocurrido cuando se han sabido las trapisondas de Tito Berni, ese sociata sandunguero que extorsionaba y sobornaba a empresarios, para después correrse juergas con drogas y lumis. Al Tito Berni y a sus compinches la prensa los está poniendo como chupa de dómine, como si fueran truhanes; cuando en realidad son héroes de la democracia (¡qué digo héroes, mártires!) que merecen la veneración genuflexa de todos sus secuaces.

Ya lo dijo Winston Churchill, apóstol del culto democrático y destinatario máximo de las gayolas de su sector conservador: «La corrupción sirve como un lubricante benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia». Y es que la democracia necesita, para embaucar a sus adeptos, instaurar un paraíso material en la Tierra (a modo de parodia del paraíso espiritual que prometen las religiones antañonas); para lo que tiene que aumentar el PIB. Pero, para aumentar el PIB, se necesita el «lubricante benéfico» al que se refería Churchill.

Otro demócrata como la copa de un pino, Samuel Huntington, en su obra ‘El orden político en las sociedades en cambio’, lo expresaba sin ambages, señalando la corrupción como el mejor instrumento para superar las trabas administrativas que dificultan la inversión. «La corrupción -escribe Huntington-agiliza los procesos burocráticos y selecciona a los actores del mercado, a fin de que prevalezcan aquellos que invierten de forma decidida, incluso sobornando, en sus proyectos empresariales». ¿Y qué hacían el Tito Berni y sus compinches, sino seleccionar los proyectos empresariales dispuestos a invertir más decididamente?

Además, llevando su sacrificio democrático hasta las últimas consecuencias, el Tito Berni y sus compinches empleaban el dinero de las extorsiones con las que azuzaban la inversión en juergas con drogas y lumis. ¿Acaso la prostitución y el tráfico de drogas no constituyen en toda democracia que se precie -junto a la venta de mascotas, viagra y consoladores- una partida medular en el cómputo del PIB? Invirtiendo el dinero de sus extorsiones en juergas de drogas y lumis, el Tito Berni y sus compinches lograban que el «lubricante benéfico» de la corrupción emparará próvidamente a toda la sociedad española, que de este modo disfrutará de una mayor prosperidad y podrá seguir entretenida en el culto antropoteísta que le brinda la democracia. ¡Cuántos abortos y eutanasias, cuántos rebanaduras de pollas y extirpaciones de tetas podrán sufragarse, para regocijo del nene y la nena demócratas, gracias al «lubricante benéfico» que mártires de la democracia como el Tito Berni y sus compinches derraman! El lugar que merecen el Tito Berni y sus compinches no son los titulares de la prensa, sino el callejero de nuestras ciudades.

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