“Dios, Patria y familia”. La restauración de los valores frente a la sociedad líquida – Por Cristian Taborda

Por Cristian Taborda

En la última semana los “dos minutos de odio” fueron dedicados a Giorgia Meloni, líder de Fratelli d’Italia y candidata para las elecciones italianas que se celebran el próximo 25 de Septiembre, según las encuestas es la candidata mejor posicionada para consagrarse como primer ministro. El escrache mediático del establishment progresista vino por el horror que despertó en boca de Meloni el lema: “Dios, Patria y familia”. Obviamente no pudieron dejar de acusar a la líder italiana de fascista, y tratarla de autoritaria, machista y xenófoba por no perder la costumbre, quizá si Meloni fuera feminista destacarían que será la primera mujer en manejar los destinos de Italia.

Pero, ¿a qué le teme la izquierda progresista? La izquierda no le teme a Meloni, ni a Le Pen, ni a Abascal, ni a Trump, ni a Putin, tampoco a las ideas, más aún, siempre ha podido defenderse bastante bien desde la dialéctica, a lo que verdaderamente teme el progresismo es a la restauración de los valores culturales y las identidades nacionales que había logrado “deconstruir” a partir del Mayo Francés del 68′, consagrado como una revolución cultural liberal burguesa, instaurando una “nueva sociedad” y una ética posmoderna, una sociedad líquida de valores cosmopolitas. Dios había muerto, el sentimiento por la patria desterrado por ser un concepto fascista y la familia una institución autoritaria y paternalista dónde el hombre ejercía un poder despótico hacía el resto. Con el Mayo Francés, se consagra el individualismo absoluto desprendido de toda identidad social, cultural, nacional, religiosa y sexual, sólo sujeto del deseo. Cómo describió Marx en el Manifiesto Comunista: “el triunfo de la burguesía ha ahogado los estremecimientos sagrados del éxtasis religioso, del entusiasmo caballeresco y del sentimentalismo barato en las aguas heladas del cálculo egoísta”. En este caso una fracción de la burguesía, la burguesía progre logró hacer pasar su interés particular por el interés general.

Todo había quedado reducido al cálculo egoísta y subjetivo, a la autopercepción, a la tiranía del Yo. Todo lo sólido se desvaneció en el aire: valores, cultura e identidades. Una cultura que se subordinaba a la lógica del capital financiero y asumía los valores del mercado, como antes lo había hecho la economía, donde todo debía fluir, un individuo flexible acordé a la flexibilidad de la nueva economía. Sin ningún tipo de compromiso y creencias, un individuo que pudiera cambiar y fluir libremente. Lo que Zigmund Bauman caracterizó como “modernidad líquida”. Ese mundo globalizado de una ética posmoderna y relativismo cultural, donde todo cambia y nada es permanente, el mundo sin fronteras del laissez-faire laissez passer en el que la izquierda y el liberalismo liberticida se fusionaron, ese globalismo ahora está amenazado y se le contrapone un nacionalismo cultural, el regreso de un “pensamiento fuerte” y de valores fuertes, el disenso al pensamiento único y a la Hegemonía cultural ha pasado ha convertirse en una alternativa política real, con otro sistema de valores.

Giorgia Meloni se volvió viral por un discurso en el cual gritaba con orgullo “Soy mujer, soy madre, soy italiana, soy cristiana…” una osadía cuando hoy el sexo biológico es puesto en cuestión por ingenieros sociales que cuestionan la ciencias empíricas, cuando el rol de la madre es considerado un resabio del “patriarcado”, cuando la nacionalidad es considerada un elemento protofascista y cuando ser cristiano es considerado una práctica oscurantista. A contracorriente del pensamiento posmoderno, Meloni se presentó con una identidad definida, con la verdad de lo que es. Por definirse por su sexo biológico, por su rol de madre, por su nacionalidad y por su creencia religiosa ha sido tratada de fascista y considerada enemiga de la democracia por los mismos que persiguen y cancelan a quien tiene una opinión distinta y cuya concepción de democracia es meramente formal, sin la soberanía del pueblo, una oligarquía disfrazada.

Meloni no oculta su conservadurismo, de hecho en el Parlamento europeo es la líder de los conservadores, Conservadores Reformistas Europeos (ECR), y también es una asidua y elocuente expositora en conferencias conservadoras cómo la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) o la National Conservatism. Desafiante propone al conservadurismo como una forma de rebelarse al Progresismo dominante.

Traer a la escena política a Dios, como creador de la vida y la libertad del hombre, reconociendo la dignidad humana, a la familia como núcleo central de la sociedad, donde la política es orientada hacía el bien común de esas familias y la patria como lugar de realización y pertenencia heredada de nuestros padres y abuelos, es más que un desafío, sino una verdadera revolución cultural al orden, o desorden dominante. Y esto no es caer en un fundamentalismo religioso, en un extremismo nacionalista o católico, ni en ninguna ortodoxia o nostalgia por el pasado sino tan sólo sentido común: tener fe, amar la patria y cuidar la familia. Es reconocer el pasado para proyectarse al futuro, recuperar los valores del pueblo, un instinto de conservación de la cultura y las raíces, respeto a las tradiciones y costumbres que los pueblos desean conservar, y quiénes inmigran deben aceptar adaptándose al lugar donde quienes, con sentido hospitalario, le abren las puertas de su casa y no a la inversa, adaptarse el dueño de casa a las normas del extranjero cayendo en un multiculturalismo tonto y ridículo que elimina las culturas nacionales en nombre del respeto, la diversidad y la tolerancia, imponiendo una cultura única global, una dictadura cultural de minorías iluminadas, ONGs y burocracias internacionales sin patria.

Al fin y al cabo, los pueblos no son ni de izquierda ni derecha, tampoco tienen una ideología sino que intentan preservar su cultura y formas de vida es por ello que son conservadores en lo cultural, pero sí creen en el progreso social, no en el progresismo, ya que la satisfacción material y el progreso social es positivo, justicialistas en lo económico donde en función social “a cada cual lo que corresponde” priorizando el trabajo y lo nacional, no la anarquía liberticida ni el totalitarismo comunista, y liberal, en un buen sentido, en búsqueda de poder ser libre espiritualmente y realizar la vida en libertad y armonía. Libertad, justicia y soberanía.

Italia tiene la posibilidad de ser la primera nación de Europa Continental dónde una fuerza patriótica llegué al gobierno y la oportunidad de liderar una alternativa que saque a Occidente de la decadencia actual, de “tiempos realmente calamitosos” para Italia y el resto, al igual que en el pasado, como señalaba Maquiavelo en Historia de Florencia: “no sólo cambiaron de gobierno y de jefes sino que cambiaron también de leyes, de costumbres, de modo de vivir, de religión, de lengua, de manera de vestir y hasta de nombre. Cada uno de estos hechos de por sí, pero mucho más en su conjunto, son cosas que turbarían al espíritu más firme y más constante sólo con pensarlas, y mucho más teniendo que afrontarlas. De todo esto derivó, por una parte, la ruina de muchas ciudades…”.

La deriva progresista, su ética posmoderna y su subversión cultural de leyes, costumbres, modos de vivir, religión y lengua han dejado una civilización decadente y espiritualmente en ruinas pero quizá Italia otra vez pueda ser cuna de un nuevo renacimiento cultural, humanista y cristiano.

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