Por Ricardo Vicente López
Primeras palabras
Amigo lector, con esta nota inicio una serie en las cuales voy a invitarlo a que me acompañe en el análisis de un tema que está burbujeando en el fondo de nuestra cultura. Esto se manifiesta de diversos modos, hasta me atrevo a decir, que se disfraza con una multiplicidad de vestimentas, lo cual nos impide detectarlo claramente. Ello hace que nunca lo encaremos con un espíritu investigativo. Es más, el hábito coloquial los califica como conceptos contrapuestos: la Razón y la Fe. Mi propuesta se aparta de toda intención religiosa o creyente. Consiste en una investigación al alcance del ciudadano de a pie que nos permita abrir nuestras conciencias, flexibilizar nuestras convicciones, para, entonces, atrevernos a revisar una cuestión que se anida en el fondo de la conciencia colectiva de la Modernidad Occidental. Una primera aproximación nos puede llenar de dudas y/o rechazos. Lo que le aseguro es que no voy a intentar hacerlo cambiar de opinión, sólo le propongo que nos liberemos de viejos prejuicios para aventurarnos a volar por el espacio de las ideas.
Reflexiones sobre la cosmovisión humanista y la cosmovisión científica
El presente trabajo recoge una serie de ponencias que he presentado en diversos congresos. He seleccionado aquí aquellas que están atravesadas por un hilo que las une en torno a la problemática del conflicto moderno entre fe y ciencia, o también se ha planteado como entre la fe y la razón como instrumento insustituible. Este tema se presenta con su mayor virulencia en la modernidad occidental. Otras culturas han sabido y/o podido acercar, hermanar, dialogar, debatir, entre ambos conceptos sustentados por un suelo cultural común que les permitió encontrar acuerdos plausibles.
La burguesía europea debió enfrentar al poder feudal, aliado de la iglesia católica, para poder consolidar su proyecto político válido para la modernidad. Este conflicto en su aspecto ideológico colocó a la burguesía en la vereda opuesta a la de la iglesia, como resultado de estas controversias apareció el proceso de la Reforma protestante. Se puede afirmar que lo extraño de la Revolución burguesa, como la denominó el notable Profesor argentino José Luis Romero [[1]] (1909-1977), es que se fue desplegando entre los siglos XI y XVI en el territorio de lo que se denominaría, a partir del siglo XVII: Europa [[2]] Este proceso dio lugar a un enfrentamiento sorprendente, para quien lee esa historia: los dos sectores sociales que disputaban lo hacían desde contenidos cristianos. Su culminación en la Revolución francesa se expresa en la conocida consigna: libertad, igualdad y fraternidad.
La jerarquía eclesiástica encerrada en la defensa de sus privilegios no estuvo a la altura de lo que exigían esos tiempos históricos. Todo ello le impuso un modo de entender la realidad social que llevó a modificar la interpretación doctrinaria del concepto de propiedad, siendo consolidado éste por los valores de la cultura de la herencia imperial y, más tarde, por los de la cultura monárquica y burguesa. Este lastre de valores del cristianismo originario, resignificados por los valores burgueses, imposibilitó a la iglesia entender el nuevo mundo; con el objeto de aclarar este tema el teólogo católico Luis González-Carvajal [[3]] (1947) escribió lo siguiente:
«A partir del momento en que comenzó el proceso de secularización de la sociedad (entre los siglos XVI y XVII), la Iglesia se negó a despedirse de la cultura que fenecía, comenzando así una etapa de creciente aislamiento. Podríamos decir que desde el siglo XVI la Iglesia ha vivido permanentemente a la defensiva… Alguien ha dicho, cáusticamente, que la Iglesia lleva siempre “una revolución de retraso”: cuando tuvo lugar la Revolución Francesa la Iglesia se aferró al Antiguo Régimen, logrando que la burguesía se volviera ferozmente anticlerical; cuando comenzó a fraguarse la revolución proletaria la Iglesia empezaba a sentirse a gusto en medio de la burguesía y se alió con ella frente a los trabajadores». [[4]]
Los avances de la técnica y la ciencia requeridos por las fuerzas productivas, se veían impulsados por las demandas de un mercado en expansión. Se había sumado a ello la presencia de las demandas de las Nuevas Tierras. Esta confluencia de factores fue abriendo camino a una forma de racionalidad centrada en el conocimiento y el dominio de la naturaleza. Esta nueva cosmovisión la convertiría en una fuente de materias primas [[5]].
Este conflicto entre dos cosmovisiones, una más vieja, preñada de las tradiciones cristianas, con fuerte impacto de la cultura greco-romana, que en las postrimerías de la Edad media se comenzaba a abrirse hacia un humanismo renacentista. La otra, que se apoyaba en una lectura diferente de ese pasado condicionada por las exigencias de los nuevos modos que adquirían las relaciones sociales y políticas. También incidían en esta lectura los cambios que imponían los nuevos descubrimientos, inventos y avances de la técnica. Todo este proceso estaba transido por una economía capitalista que, desde el comienzo de su desarrollo, arremetió contra las prácticas comunitarias de las comunas urbanas [[6]].
Todo esto impuso cambios en la cosmovisión tradicional que fue transitando un camino más burgués que tiñó todo con un fuerte acento materialista e ingenuamente ateo: la mercancía desplazó los viejos ideales. La cultura moderna de la mano de la Ilustración enfrentó a la iglesia y acometió contra una religión cerrada en sus viejos postulados. Les sobraban razones a ambas posturas por las necesidades de adecuarse a los nuevos tiempos. Pero, la Iglesia al hacerlo percibió sus debilidades y se encerró al amparo de las verdades bíblicas: las del Antiguo Testamento. Pero la burguesía en su carrera arrasadora padeció también de ciertas estrecheces y amputó lo mejor de la tradición humanista cristiana.
Si asumimos nuestra condición de hijos de las tierras americanas debemos hacernos cargo de la síntesis que aquí se había ido forjando entre diversas tradiciones: las indoamericanas originarias, la cristiana, y la greco-romana. Con ello le propongo, amigo lector, pensar desde esa nueva mestización cultural que comienza a ser nuestro sustento común, aunque esto no esté demasiado claro todavía en las reflexiones necesarias sobre el conflicto entre Razón y Fe o entre Razón y Ciencia, como un modo, un poco arbitrario, de denominar este problema. Para una parte de nosotros, personas de ciudad, los modos del pensamiento europeo-moderno adquieren un peso muy fuerte, y eso es ya una parte importante. La vida de nuestros conciudadanos, sumida en las múltiples maravillas del mundo moderno, con una conciencia más sensible a la percepción de la multiplicidad de la vida de ciudad, está más cerca de una conciencia que se maravilla con mucha mayor facilidad. Es una especie de lucha de las maravillas técnicas y las maravillas naturales.
[1] Fue un historiador e intelectual, considerado como el máximo representante de la corriente de renovación historiográfica que, a mediados de la década de 1950, introdujo las perspectivas de la Historia social en la Argentina.
[2] Se considera, con esta designación, el territorio ubicado enteramente en el hemisferio norte cuyas fronteras están situadas en la mitad occidental del hemisferio norte, limitado por el océano Ártico en el norte y el mar Mediterráneo por el sur.
[3] Ingeniero, sacerdote y teólogo español. Es considerado uno de los autores cristianos más leídos actualmente en lengua castellana.
[4] Luis González-Carvajal, Ideas y creencias del hombre actual (1996)
[5] Puede consultarse sobre este tema El marco cultural del pensamiento político moderno en la página www.ricardovicentelopez.com.ar – Sección Biblioteca, de libre disponibilidad.
[6] Para este tema puede leer Los orígenes del capitalismo moderno – Primera parte de la misma página.
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