Por Ricardo Vicente López
El tema propuesto exige tomar conciencia respecto de que la cultura de nuestras tierras hispano-indo-americanas, en sus diferentes síntesis particulares, ha ido adquiriendo un grado de madurez que la coloca en un pie de igualdad en la mesa universal del debate filosófico y teológico. En este sentido, son muchos los trabajos que se han escrito en las últimas décadas, aunque la mayor parte de ellos no han tenido la recepción merecida, por los prejuicios y los intereses de los que piensan a la sombra de la protección de los poderosos. Las Academias y las Universidades han ignorado en su mayor parte esta producción que, sin embargo, es reconocida y estudiada en muchas universidades del llamado Primer Mundo.
Los trabajos seleccionados presentan algunas repeticiones dadas las necesidades de fundamentar en cada caso lo que se intentaba mostrar. Además responden a requerimientos propios de las temáticas de cada congreso y su exposición apunta a presentar una propuesta para debatir en esas ocasiones. Ello hace que puedan encontrarse algunas incoherencias que un trabajo redactado como una unidad no debería tener. Pero he preferido mantener el texto original de cada ponencia a riesgo de caer en las falencias señaladas.
El hombre: ¿objeto de estudio científico?
La pregunta tal como queda planteada parecería un absurdo. Son muchas las ciencias que se ocupan del estudio del hombre y mucho lo que han producido hasta hoy. Entonces deberemos hacer un pequeño rodeo para abordar una respuesta posible a la pregunta que encabeza este tramo. Las ciencias del hombre, en su calidad de ciencias, tienen no más de un siglo y medio o dos, según como se pregunte por su origen. Pero podemos acordar, para poner un punto de partida a estas reflexiones, que su inicio puede ubicarse a fines del siglo XVIII con los primeros intentos de independización del pensamiento económico: el proyecto de pensar la problemática abstrayéndola del contexto social y de su historia, convirtiéndola así en un fragmento autónomo del funcionamiento social.
El desarrollo de la sociedad capitalista, en pleno apogeo, demandaba un tratamiento racional que tendiera al descubrimiento de regularidades, leyes, que posibilitara la previsibilidad del comportamiento social, en orden a la planificación privada de las producciones industriales. Superado ya, largo tiempo atrás, el ordenamiento comunal de la economía medieval [1] se había entrado en un cierto caos económico. Por otra parte, aparecían una serie de interrogantes sobre las características de la renta, su cuantificación, su origen, la posibilidad de su maximización, etc., que exigían respuestas ciertas. La imagen de la ciencia físico-química generaba un paradigma digno de ser imitado por su pulcritud, por los éxitos que exhibía, por la certeza de sus predicciones, todo ello deseable en el ámbito de lo económico por parte de una burguesía que ya ejercía claramente el poder político. La nobleza monárquica vivía en un ordenamiento arbitrario, intolerable para las necesidades de racionalización de los procesos sociales que pretendía este nuevo poder político. Aparece entonces este recorte de lo social que será denominado: la economía.
Pero, al tiempo en que se demandaba por una comprensión racional del funcionamiento económico, comenzaban a aparecer disturbios sociales, como producto de una explotación social que cobraba ribetes intolerables. Los conflictos laborales se trasladaban al terreno social y presentaban problemas políticos. La idea de una ciencia positiva iba tomando cuerpo también en este ámbito, recortándose de este modo la sociología. Las respuestas que esta ciencia debía suministrar debían aportar a la necesidad de un conocimiento racional del funcionamiento de los comportamientos sociales. La respuesta aparece en algunas formulaciones que intentan sistematizar un conocimiento producto de una metodología específica. Primero se pretende trasladar un esquema mecánico que ofrece una Estática y una Dinámica que piense lo social como estructura y como proceso.
La rigidez del esquema inspira a algunos investigadores a avanzar como ciencia positiva por el camino que señalaba la biología. Se logra de este modo una matriz de pensamiento mucho más flexible. Paralelamente se va avanzando en procura de una metodología que asegure la cientificidad de los conocimientos obtenidos, la rigurosidad positiva de las investigaciones y la certeza de los resultados obtenidos. También, como consecuencia de las conquistas coloniales, se interrogaba sobre las diferencias culturales entre distintos pueblos, costumbres, rituales; pero en un principio aparecía como una curiosidad y sólo más tarde va a tomar carácter científico la antropología. Las repercusiones personales que producían los conflictos sociales, manifestándose como conflicto psíquico, resultado de una sociedad burguesa estricta y rígida, van a desbordar los experimentos de laboratorio para requerir una investigación que tome el alma como objeto de estudio científico.
Se va estructurando un complejo panorama de saberes respecto del hombre, que van a profundizar los conocimientos sobre éste y aportarán una cantidad muy significativa de datos, que obligarán a repensar viejas certezas. Estos saberes producto de la metodología de la ciencia social positiva avanzan en detalle notablemente, respecto de lo anterior. Desmenuza hasta lo atómico las formas humanas conocidas hasta entonces. Puede formular hipótesis que abren ámbitos nuevos, que introducen el escalpelo en honduras desconocidas, adelantan tesis sobre regularidades sociales no imaginadas. La sociedad aparece ahora como un mecanismo racional, en sus líneas generales, factible de introducir metodologías de trabajo más afinadas. Sin embargo, el hombre se abisma en una crisis cada vez más profunda.
¿Puede esto desmentir la utilidad de los conocimientos que las distintas ciencias sociales aportan, ahora mucho más diversificadas y especializadas? Yo creo que no. Que no es ese el problema que estamos enfrentando. Creo que la ciencia es un modo de conocimiento que ha permitido descubrir mecanismos ocultos para las formas clásicas del saber. Que, siguiendo los senderos abiertos por las ciencias madres, físicas y químicas, ha creado un modo de aproximación al saber sobre el hombre que no se hubiera logrado por otros itinerarios.
Pero, al mismo tiempo, quiero afirmar que lo que se ha ganado en detalle se ha perdido en profundidad, aunque ello no sea achacable, sin más, al método científico. Es una evidencia que la simple observación de nuestro mundo pone ante nuestros ojos. Y afirmo esto ante los avances de modos orientales de conocimiento, convertidos en pseudo-sabidurías, que ocupan el vacío que genera, en el saber sobre el hombre, los modos de pensamiento que Occidente ha cultivado hasta el mínimo detalle.
La ciencia que nuestra cultura ha utilizado, con carácter de excluyente, al avanzar en una metodología apegada al dato empírico y sostenida por una filosofía positivista, despreció todo lo que quedara fuera de su radio de acción, redujo el objeto humano a la suma de datos que el método exigía y posibilitaba, armó a partir de allí un esquema abstracto que reemplazó al objeto real. El hombre estudiado, el hombre que se desprende de las formulaciones metodológicas, el hombre formulado en las hipótesis de trabajo, no era el hombre real era una abstracción científica. El hombre real rebalsaba los estrechos límites teóricos, se sentía encorsetado por los apretones metodológicos, reclamaba otro modo de ser pensado. La sociedad se convirtió en una estructura mecánica o en un organismo funcional, dejó de ser una comunidad de objetivos y destino.
El concepto pueblo desapareció del pensar social, reemplazado por esquemas conceptuales universales, adaptables a todo tiempo y espacio. El hombre se convirtió en el “actor social”, categoría útil que correspondía a al individualismo burgués y permitía universalizar el conocimiento. Las culturas fueron simples juegos particulares, debajo de los cuales podía apreciarse el mecanismo universal que las sostenía; por lo tanto, adquirían valor de diferencia sólo como forma específica de manifestación de lo universal. Así, conceptualmente, nada se alteraba. La “razón”, convertida en “instrumento”, daba cuenta cabal de todas las diferencias que se le presentaban, reduciéndolas a sus estructuras básicas, iguales y universales.
Una vez más afirmo, no es la ciencia lo que falló, es la filosofía que la sostuvo hasta hoy. El estudio de los datos provenientes de la observación no es una novedad de estos últimos siglos; ya Aristóteles lo hacía, y muchos tras de él siguieron haciéndolo. Pero, durante más de dos mil años, estos datos eran parte de un saber que se afirmaba en una filosofía explícita que se mostraba como tal. Sólo en este último siglo y medio, la filosofía fue despreciada por una filosofía que se presentaba como la superación de todas las anteriores: la filosofía positivista. Al convertir el dato en portador de verdad, relegó las reflexiones racionales que pretendieran dirigirse hacia una verdad más abarcadora, o que la subordinara a una verdad de otra naturaleza.
De este modo, el encandilamiento que la verdad de ese dato producía no permitió descubrir la verdad relativa que portaba, pobre y escasa, que poco decía en su condición de tal y que, por otra parte, encubría más de lo que descubría. Encubría que su condición de dato dependía no de su verdad, en su condición de dato, sino que su verdad dependía del método con que se lo recortaba de la realidad a la que pertenecía. Permítame, amigo lector, citar aquí a Martín Heidegger (1189-1976) [[2]], su palabra arroja un poco más de luz sobre el particular:
«Se puede caracterizar la ciencia moderna en su diferencia con la medieval, diciendo que la primera parte de los hechos y la segunda de proposiciones y conceptos generales y especulativos. En cierto modo esto es correcto. Pero es igualmente indiscutible que también la ciencia antigua y medieval observaba los hechos, como también es indiscutible que la ciencia moderna trabaja con proposiciones y conceptos generales… La oposición de la actitud científica antigua y moderna no puede fijarse de manera tal que se diga que de un lado están los conceptos y las proposiciones y del otro los hechos. En cada lado, tanto de la ciencia antigua como de la moderna, se trata siempre de ambas cosas, de hechos y de conceptos. Lo decisivo es la manera en que los hechos son comprendidos y los conceptos aplicados».
Nos está indicando, este notable filósofo, que debemos apuntar en otro sentido para plantear correctamente esta discusión. Al hablar de ciencia y de investigación científica se lo hace como si hubiera un solo tipo de ciencia, un solo modo de conceptualizar este tipo de conocimiento. Nos encontramos con que el profesor alemán habla de más de un tipo de ciencia, y esto introduce la necesidad de pensar sobre el particular. El pensar sobre la ciencia es tarea de la filosofía, que al ser despreciada por el positivismo cerró un camino: el que conducía a preguntar por los fundamentos de sus afirmaciones.
La ciencia adquirió una estatura mayúscula en los siglos XVI y XVII porque sus investigadores eran todos filósofos y desde esa condición pensaban sus conocimientos y formulaban sus resultados. Ellos sabían que no existe el mero dato, que los hechos son lo que deben ser enmarcados en una tarea conceptualizadora, de cuya profundidad de fundamentación depende la verdad que aporta.
[1] He tratado ese tema en mi trabajo los orígenes del capitalismo moderno – Primera parte en adelante, publicado en la página www.ricardovicentelopez.com.ar.
[2] Filósofo, ensayista y poeta alemán. Muchos especialistas se refieren a él como el pensador y filósofo más importante del siglo XX.
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