El consumo de antidepresivos se dispara en España

Por Yarisley Urrutia

El consumo de antidepresivos crece un 50% en diez años y España se sitúa como el tercer país de la UE por consumo de psicofármacos. El confinamiento durante la pandemia agravó un problema que la estructura del sistema sanitario no puede abordar. “Los médicos de atención primaria y los psiquiatras ya son parte del problema”, explican los psicólogos.

El consumo de fármacos antidepresivos con dosis diaria crece un 50% entre 2012 y 2022. La ingesta de sustancias hipnóticas y sedantes también experimentó un gran incremento durante esa década.

Son datos recogidos en el Informe Anual del Sistema Nacional de Salud 2023, publicado el 5 de agosto por el Ministerio de Sanidad de España. El estudio consigna que, en 2022, la dosis diaria de fármacos antidepresivos fue de 98,8 por cada 1.000 habitantes (con topes máximos de consumo de 146,8 y mínimos de 54,2). Las cifras suponen un aumento del 48,48% en comparación a 2012, cuando la dosis diaria fue de 66,6 por cada 1.000 habitantes.

Los medicamentos hipnóticos y sedantes también registraron un alza del 22% en el mismo periodo (35,2 dosis diarias por cada 1.000 habitantes, con un consumo máximo de 64,3 y un mínimo de 19,1). En definitiva, los datos colocan a España en tercera posición en la UE en cuanto a consumo de antidepresivos. Solo Portugal (138,8) y Suecia (108,9) consumen más este tipo de fármacos. El país nórdico lidera el consumo de sustancias hipnóticas y sedantes (67,7), mientras que España se sitúa en quinta posición en este apartado.

“El 34% de la población padece algún problema de salud mental, afección que supera el 40% en la población de 50 y más años y el 50% en los de 85 y más”, se afirma en el informe, que está firmado por la ministra de Sanidad, Mónica García. Tales problemas atienden a “trastornos mentales y del comportamiento”.

De acuerdo con el estudio, en 2022 los trastornos relacionados con la ansiedad afectaron a un 10,6% de la población de España (48 millones de habitantes). Problemas de salud como el insomnio y la depresión afectan al 8,16% y 4,78% de los españoles. Los casos de ansiedad se han disparado un 70%, afectan el doble a mujeres (14%) antes que a hombres (7%) y a un 3% de los menores de 25 años.

La tendencia a consumir fármacos para combatir patologías asociadas a la ansiedad también es creciente en los últimos años. Una de las causas la provocó el confinamiento de la población en 2020, que agravó todas las circunstancias de las enfermedades mentales.

“La tendencia se disparó desde la pandemia”, afirma el psicoanalista Carlos Ledesma, coordinador de la Asociación Española de Acompañamiento Terapéutico y docente universitario en toxicomanías y salud mental, que asegura que el consumo creciente de los ansiolíticos es tan notorio como el de los antidepresivos. A su juicio, una de las causas que propicia el aumento del consumo de psicofármacos es la propia estructura del sistema sanitario español.

“Los médicos de atención primaria y los psiquiatras ya son parte del problema”, afirma Ledesma.

Se refiere este especialista al abuso en la prescripción de estos medicamentos, también los antidepresivos, por parte de los médicos de familia sin formación específica en psicología y no de los especialistas. Ya en 2022, más de dos millones de personas tomaban ansiolíticos a diario y en torno al 90% de los tranquilizantes que se recetaban llevaban la firma del médico de familia y no la de un especialista en psiquiatría tras pasar por su consulta.

Tales conclusiones fueron avanzadas en otoño de 2023 por la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP), que realizó un informe a partir de datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), Eurostat, el Ministerio de Sanidad y las distintas administraciones autonómicas del país. El estudio da cuenta de la creciente tendencia en la UE de medicalizar problemas cotidianos, ante la escasez de especialistas y recursos del sistema sanitario público, una situación que las estrategias adoptadas durante la pandemia de COVID-19 agravó.

“Solo un 30% de los psicólogos clínicos que ejercen en España (unos 9.000) trabajan en la sanidad pública”, alertaron los autores del informe.

¿Se está dando pábulo a un deseo hipocondríaco que facilita la aprensión? “No hay más que ver lo que pasó en la pandemia”, recuerda Ledesma, que subraya que hasta un tercio de la población es en realidad hipocondríaca. “Miedo a morir tenemos todos, pero el hipocondriaco, además, se reveló entonces como un gran consumidor de gel hidroalcohólico, mascarillas y pruebas PCR”, sostiene, seguro de que tal pauta consumista también derivó en el consumo de psicofármacos.

España finalizó 2022 como el país de toda la UE con mayor esperanza de vida: 83,2 años, según estimaciones de Eurostat. La media de la UE es de 80,7. Además de longevos, el 75,5% de los españoles valora su estado de salud como “bueno o muy bueno”, según se consigna en el informe del Ministerio de Sanidad.

“La percepción positiva de la salud es más alta en personas con nivel educativo intermedio (81,9%) y superior (85,9%) que aquellas con nivel inferior (66,4%)”, se constata. Es una percepción superior a la media europea (67,8%).

No obstante, las cifras de la salud mental son alarmantes y, al margen de los factores biológicos y genéticos en el desarrollo de patologías mentales, en el Ministerio de Sanidad se tiene cada vez más en cuenta los “determinantes socioeconómicos”. La pobreza y la desigualdad generan patologías.

El resultado es que la población afectada de trastornos mentales y del comportamiento acude a su médico de cabecera en los centros de atención primaria, 1,5 veces más que el resto de la población. Y allí les atiende un médico de medicina general, no un psicólogo ni un psiquiatra. Así que hasta 5,5 millones de pacientes reciben posteriormente atención psiquiátrica especializada en centros de especialidades médicas y hospitales públicos. En 2022 se atendieron unas 360.000 urgencias hospitalarias de esta índole.

La situación evidencia un problema doble. Por una parte, hay un exceso de prescripción de psicofármacos y una falta de terapias no farmacológicas. Y en esta situación, se abusa del diagnóstico que etiqueta la patología.

“A cualquier momento de tristeza ya se le llama depresión. A la angustia, trastorno de ansiedad. Al cambio de ánimo normal de la existencia, trastorno bipolar. Y a las toxicomanías, consumo problemático, por lo que han acabado por meter en la jerga médica un término capitalista temible, que naturalizan”, explica Carlos Ledesma, contrario a recetar “psicofármacos seriales” y por cuya consulta en Madrid pasan personas de entre 30 y 40 años consumidores de antidepresivos y ansiolíticos. “En cambio, los que toman somníferos tienen más de 50”, apunta.

La tendencia es, además, importada. En concreto, de EEUU. “La presión de los laboratorios es muy fuerte”, añade Ledesma, que subraya que en los países con especialistas con buena formación en psicoanálisis, como Argentina, “se tiende más a la psicoterapia que a la psicofarmacología”.

Por otra parte, una de las consecuencias de la aceptación del modelo farmacoterapéutico es su aplicación en menores. Por ejemplo, el tratamiento con estimulantes del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) a partir de los seis años de edad. “En EEUU y en España a los niños con TDAH les dan metilfenidato“, dice Ledesma, que recuerda que en España a los niños “inquietos” antes les daban “una yema de huevo con un poco de vino tinto y canela”.

“Desde que se descubrieron los antidepresivos a finales de los años 50, que son muy necesarios en determinados casos, la industria farmacéutica ha hecho estragos en la población fomentando su consumo. No interesa parar su negocio en lugar de fomentar la psicoeducación y la salud comunitaria”, concluye Carlos Ledesma.

Frente a este modelo descrito de consumo de psicofármacos, el Ministerio de Sanidad, a iniciativa de su comisionada de Salud Mental, Belén González, ha comenzado a promover guías de “deprescripción”. Es decir, pautas para reducir el consumo inapropiado de psicofármacos y sustituirlo por intervenciones psicosociales, psicoterapias, atención al entorno y otras medidas. En suma, ahora se quiere potenciar el sentido de pertenencia a la red de apoyo de cada persona y también limar los determinantes psicosociales.

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