Por Marcelo Ramírez*
Jerome Powell, el jefe de la Fed, esa suerte de Banco Central de los EE. UU. que esconde en su interior un consorcio de bancos privados que controlan la economía de ese país a través de su moneda, acaba de dar señales muy fuertes de que se vienen tiempos muy duros.
La Fed advierte a los Bancos Centrales de otros países que se necesita una estricta política monetaria para contener la inflación, traducido al español que manejamos todos, van a encarecer el crédito produciendo una violenta contracción económica para que de esa manera la caída de la demanda reduzca la presión inflacionaria.
Esta fórmula, que se ha transformado en la panacea universal del monetarismo más puro y duro, se ha aplicado en países como la Argentina una y otra vez invariablemente una y otra vez, produciendo los mismos resultados: enfriamiento de la economía, empobrecimiento, desempleo, destrucción de la industria y de pequeñas y medianas empresas, concentración de la riqueza como consecuencia de la quiebra y compra de estas por parte de las grandes corporaciones, un estallido final del modelo implantado cuando las protestas se hacen incontenibles y el endeudamiento público y privado, insostenible.
Muchas veces hemos planteado desde nuestras lejanas tierras argentinas las consecuencias de estos programas impulsados por el FMI. El “Primer Mundo”, hoy la “Comunidad Internacional” se burlaba y atribuía los resultados al populismo que impedía que el éxito se consagrara. La culpa era de los “sudacas” que no comprendían las bondades del libremercado y con sus regulaciones hacían colapsar todo.
Bien, hoy parece que las medidas se implementarán en sus propios territorios, y las consecuencias no variarán.
La oportunidad en que la Fed decide que todo Occidente y buena parte del mundo no soberano suba las tasas de interés, favoreciendo el negocio financiero, una vez más, no podía ser menos oportuno, si es que el fin real es mejorar la economía.
A la luz de la experiencia, bien podríamos considerar que el mundo que persiguen es uno de una reducción del consumo brutal. Luego de dos años de pandemia, que con bloqueos exagerados había golpeado seriamente las economías, llegó el aumento de la energía y el cierre de plantas de fertilizantes, preanunciando que iba a haber en el futuro problemas con el costo de los alimentos.
La cuestión de Ucrania, con las absurdas y contraproducentes sanciones económicas tomadas unilateralmente, con consecuencias más duras para sus propios países que para Rusia, terminaron por crear el marco perfecto para una catástrofe económica y social.
Deudas públicas y privadas, ya difíciles de afrontar, ahora serán directamente imposibles y requerirán una y otra ola de endurecimiento monetario. Recordemos que para el dogma neoliberal no existe otra solución que esa.
La consecuencia natural en tiempos de paz es un círculo descendente de consumo y producción, tomando las deudas cada vez más difíciles de afrontar, llevando a muchos a la quiebra y al desempleo, para volver de esa manera a destruir el consumo y nuevamente afectar la producción.
Un juego en donde se combinan muchos factores pero todos negativos, y no habiendo excepciones dentro del mundo occidental en las que apoyarse para sostener la actividad económica, la tensión social hará su aparición. Ya vemos las primeras señales de malestar, pero esto no es nada con respecto a lo que se está gestando.
“No tendrás nada, pero serás feliz”, nunca más presente esa premonitoria frase del Foro de Davos. La Fed ahora, sin ese guiño simpático, es más contundente, se acabó la bonanza y hay que ajustarse el cinturón.
Si alguien a esta altura del relato cree que va a ser una constricción momentánea, debería prestarle atención al primer ministro belga Alexander del Croo, quien acaba de anunciar que habrá problemas con el gas al menos por 5 o 10 inviernos.
No sabemos bien por qué, pero siempre algún miembro de la casta gerencial de las élites anticipa cuál es la verdadera hoja de ruta. Esos pequeños indicios son más relevantes a la larga que lo que se dice oficialmente en los foros internacionales.
Finalmente, tenemos las cartas sobre la mesa, el Gran Reset se hace visible y solo se lo puede negar desde la ignorancia o la complicidad. Demasiados procesos alineados para destruir el nivel de vida en los países más desarrollados, acelerando el proceso de empobrecimiento iniciado en los ’90 con la globalización.
La clase media, que venía siendo golpeada, está a punto de recibir el disparo de gracia y la mayoría no lo advierte, creyendo en los encantadores de serpientes que toman las decisiones.
En este punto no podemos menos que reiterar que la tecnología permite reemplazar la mano de obra en su gran mayoría, y que ha llegado la hora de que aquellos trabajos innecesarios, pero mantenidos por la necesidad social de dar empleos, van a ser liquidados. A esto se le sumarán muchos otros reemplazables por las nuevas tecnologías y aquellos que viven de brindar servicios a esas personas, que al quedarse sin fuentes de ingresos, irán a la quiebra con sus emprendimientos chicos o medianos.
Darya Duguina, en un reportaje explicaba esto mismo, y sus palabras hoy cobran relieve luego de su trágico final. Simplemente, el modelo individualista de Occidente ha llegado al punto donde sobra gente, y ese excedente debe ser eliminado rápidamente antes de que sea un problema mayor.
Por ello mismo hemos podido observar cómo las ideologías promocionadas desde el Poder real, todas, y sin excepciones, quiebran los lazos solidarios estimulando enfrentamientos entre pobres. Un “todos contra todos” plagado de reivindicaciones parciales de pequeñas minorías contra las necesidades reales, todo aderezados por ideas malthusianas que dicen que el Hombre es el culpable de la destrucción de la Tierra y debe ser eliminado como una plaga.
Las ideas de Patria, Nación, Tradición, Religión o cualquier otra que sirva para unir a los pueblos ha sido perseguida y vilipendiada. Solo individuos aislados, enfrentados en pequeños grupos y guiados por el materialismo que impiden que florezcan ideas trascendentes por las que dar la vida, ese es el resultado de las políticas en Occidente.
Ha llegado el momento anunciado, se ha efectuado un proceso de “ablande” para desgastar y minar la resistencia ante la estocada final. El escenario está preparado, solo Rusia y otros países rebeldes se interponen y la guerra total puede ser una solución que permita acelerar el proceso.
En los últimos meses, hemos visto como una guerra nuclear ha pasado de ser algo ignorado y ridiculizado a algo que empieza a ser probable, primero poco probable y más tarde bastante probable.
¿Cómo retroceder del camino andado por la OTAN? ¿Qué posibilidades tiene Rusia de conseguir una paz que le garantice no ser destruida más adelante?
Se ha avanzado mucho en esa dirección y los sistemas democráticos liberales de Occidente, que han garantizado la elección de lo más deshonesto e ignorante, comienzan a hacer valer su papel.
¿Podemos pedirle acaso a la Primera Ministro de Finlandia, Sanna Marin, que luche contra su propia naturaleza y sus limitaciones? No, no es posible con esta dirigencia política occidental que estén a la altura de las circunstancias.
Se ha desarrollado un proceso de degradación cultural, ético y moral que ha minado la capacidad de las clases dirigentes encargadas de conducir las naciones. Esta incapacidad genera un ambiente ideal para el desastre.
*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV
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