El sacristán Diego Valencia no fue asesinado por cualquier causa, sino ‘in odium fidei’ – Por Juan Manuel de Prada

El sacristán «fallecido»
Por Juan Manuel de Prada

Resulta muy llamativo y esclarecedor que, al expresar en sendos mensajes birriosos su pésame por el asesinato de Diego Valencia, sacristán de la iglesia de Nuestra Señora de la Palma, el doctor Sánchez y el pretendiente Feijoo utilicen idénticas palabras. Ambos hablan de un «ataque» ocurrido «en Algeciras», evitando mencionar la naturaleza del «ataque» y el lugar –un templo católico– donde se ha perpetrado; ambos se refieren a un «sacristán fallecido», como si hubiese muerto al llegar al término natural de su vida. Como no somos conspiracionistas, entendemos que el doctor Sánchez y el pretendiente Feijoo no se han puesto de acuerdo para escribir sus respectivos pésames; pero, no habiéndose puesto de acuerdo, las coincidencias de sus mensajes resultan todavía más estremecedoras, pues delatan el tipo humano o anélido al que ambos pertenecen.

El sacristán Diego Valencia no falleció, sino que fue asesinado. Y no fue asesinado por cualquier causa, sino ‘in odium fidei’, que es esa fosforescencia extraterrenal que envuelve con un halo la Iglesia de Cristo. Este odium fidei que subyace en todo martirio es de naturaleza preternatural, porque «nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas». Y, a juicio de Ernest Hello, se trata de una última prueba de las verdades de la fe, pues nada hay tan evidente como el odio que esa fe provoca en muchos: «Siempre estuvo allí la señal del odio –escribe Hello–; siempre el espíritu de la mentira persiguió con su invertido homenaje a la Cruz; siempre le ha dicho: ¡a ti sola es a quien odio, sólo a ti en el mundo!». Pero este ‘odium fidei’ puede expresarse de formas muy diversas: algunas ensañadas y feroces, propias de bárbaros, como nos demuestra el mahometano que macheteó a Diego Valencia; otras muy sibilinas y asépticas, propias de demócratas, entre las que debemos contar la podredumbre laicista, empeñada en esconder todo signo visible de lo sobrenatural, por considerar que ofende a la sensibilidad contemporánea. Y no hay mayor signo visible de lo sobrenatural que un martirio.

El doctor Sánchez y el pretendiente Feijoo, cortados por el mismo patrón, no pueden designar la naturaleza del crimen de Diego Valencia, porque su fosforescencia extraterrenal abrasa sus almas podridas. Por eso recurren a eufemismos grimosos; por eso ambos, en el colmo de la infamia, afirman que el sacristán ha «fallecido». Vivimos en un continente maldito que ha decidido renegar de la fe que lo fundó. Para ello necesita mahometanos furiosos como el que macheteó a Diego Valencia; pero necesita también a tipos humanos o anélidos como el doctor Sánchez y el pretendiente Feijoo, que proscriben todo signo sobrenatural de la vida pública. El mahometano furioso y estos tipos anélidos actúan a modo de tesis y antítesis hegelianas, actuando como los brazos de una tenaza hasta alcanzar una síntesis común, que es la supresión de la fe.

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