En EEUU aún el juego está abierto y de ese resultado depende la suerte del mundo – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez

Han transcurrido aproximadamente 15 meses del inicio de la Operación Especial Militar rusa en Ucrania y la sorpresa en el campamento de la OTAN se mantiene. Es evidente que Rusia no ha sido doblegada comercial ni militarmente, más aún, su fortaleza es visible y contrasta con la debilidad occidental. Ante una situación así, al mundo anglosajón se le cierran los espacios para conseguir la derrota de este país. Personajes como Borrell insisten en que Rusia debe ser derrotada a cualquier costo, y en ello vemos no más que expresiones de deseo. La caída de Bajmut nos ahorra comentarios. La fortaleza construida por la OTAN durante 8 años se derrumbó ante una compañía como la PMC Wagner.

Ante ese panorama, el Occidente Colectivo debe apelar a estrategias innovadoras, o no tanto, pero que no sean solamente de guerra económica o militar exclusivamente. La mayor carta de triunfo que pueden jugar y que ocasiona resquemores entre los rusos patriotas es la de la llamada quinta columna. En Rusia existe desde hace siglos un sector de admiradores de Occidente que han tenido un gran peso interno en el país. Este sector se ha transformado en la práctica en una polea de transmisión de los intereses occidentales, especialmente anglosajones.

Este segmento es la puerta de entrada de las ideas neoliberales en lo económico e inclusive tibiamente woke, que se puede encontrar en Rusia. Sus posiciones están históricamente en contra del tradicionalismo cultural, de la unidad del imperio ruso, y de pretensión de cambios que “civilicen” a la nación eslava. Se sienten cómodos en el bando occidental y se encuentran disconformes con las políticas del presidente Putin. Sus intereses se alinean con los occidentales.

Emplear esta mano de obra interna es la única herramienta que el mundo anglosajón utiliza con la esperanza de torcer el rumbo y ganar la guerra contra un enemigo que se ha mostrado superior en tecnología y capacidad de producción militar con una templanza social mayor para enfrentar las dificultades. El pueblo ruso está mucho más resuelto a combatir por su Patria y por su supervivencia que las timoratas sociedades occidentales, cuya voluntad para combatir por su país, según reflejan las encuestas conocidas periódicamente, es casi inexistente.

La apuesta del poder atlantista es alimentar a ese sector pro occidental y que se transforme en un poder que desestabilice Rusia internamente. Finalmente, algo así fue lo que sucedió con la URSS, la que no solamente enfrentó la presión combinada militar y económica de Occidente, sino también un trabajo intenso que hizo que se desmoronara como un castillo de naipes la superpotencia socialista sin disparar un solo tiro.

Las figuras de este sector que podemos identificar son el líder opositor Alekséi Navalny, un personaje al servicio de la Inteligencia occidental que ha sido condenado por múltiples estafas y presentado en Occidente como un líder popular ruso. Otras figuras conocidas en el Oeste son Gary Kasparov, excampeón mundial de ajedrez y ferviente liberal pro occidental, y el oligarca Khodorkovsky. Los oligarcas rusos, cuyas fortunas han nacido gracias a la espuria política de los 90 que permitió que los amigos del poder financiero occidental se adueñaron de las empresas locales soviéticas, constituyen una parte importante de este espacio.

Su dinero está en el exterior y muchos han sido víctimas de sus antiguos aliados que hoy les han quitado sus fortunas con la excusa de la reconstrucción de Ucrania. A este grupo se les suma lo que llaman “bohemios culturales”, quienes muchos han salido hacia el Oeste, junto a intelectuales varios, miembros de ONG y parte de la academia universitaria. Este grupo tiene parecidos a otros similares de otras naciones que funcionan como poleas transmisoras de ideologías liberales que se identifican como pro occidentales.

Existe en Rusia un segundo grupo, conocido como la Sexta Columna, que no es pro occidental, pero tampoco se anima a enfrentarlos con decisión. Es un grupo aparentemente mayoritario, contaminado de ideas liberales, más tibio, que no se anima a ir a fondo contra Occidente y está constituido por burócratas y empresarios. En Rusia lo conocen como la sexta columna. Si bien no enfrentan a Occidente con decisión, también es cierto que se van alineando con el sector del presidente Putin, es ese sector que hoy ha endurecido sus posiciones. El ala dura, el tercer factor en la disputa de poder rusa, cree que este sector intermedio se alineará a medida que los acontecimientos lo fuercen, cómo han venido haciendo hasta ahora.

El núcleo duro que constituye la tercera fuerza que hoy ejerce el poder con algunas limitaciones, nos entrega figuras más conocidas fuera de Rusia. Patrushev, Zolotov, Kadyrov, Prigozhin, Medvedev, Rogozin junto con corresponsales y periodistas militares como Solovyov, Prilepin, Skabeeva, Kots, Pegov , Kashevarova, Poddubny, Sladkov y otros. En este grupo también hay líderes de opinión pública y militares profesionales, tanto activos como retirados, junto a oligarcas patriotas al estilo Konstantin Malófeev y el célebre filósofo Alexander Dugin.

Este grupo considera que la disputa con Occidente es a fondo e histórica. Buscan un enfrentamiento definitivo porque considera que si no se va a fondo, este se reagrupará y volverá. Las iniciativas de paz sin resolver las razones profundas de seguridad, que incluyen el retiro de la OTAN de toda Europa Oriental, simplemente son una forma de ganar tiempo del atlantismo para volver con mayor fuerza.

El objetivo anglosajón es la destrucción de Rusia, dividiéndola en más de tres decenas de Estados diferentes, étnicos, con la excusa de salvarlos del yugo ruso. No solamente esto, Moscú deberá perder sus capacidades militares y tecnológicas, especialmente entregar su arsenal nuclear. De esta manera, Rusia dejará de existir y se convertirá en un territorio proveedor de recursos naturales a bajo costo, atomizado y enfrentado entre sí luego de la balcanización.

Occidente trata de influir a través del grupo pro atlantista sobre el sector medio con la esperanza de producir la descomposición interna del país. Ese terreno de disputas ha sido la arena del enfrentamiento entre distintas corrientes que hemos visto en el plano cultural en los últimos años.

El cierre de la Universidad Europea que constituyó Soros en San Petersburgo se inscribe en ese mismo terreno. La política de penetrar con ideas socialmente disolventes como han hecho en otras naciones para luego producir revoluciones de color es la fórmula elegida. Precisamente por eso Putin ha venido endureciendo las leyes de su país para preservar los valores tradicionales y reforzar el patriotismo ruso. El enfrentamiento en Ucrania con la OTAN ha funcionado como un catalizador y ha obligado a alinearse con los sectores más nacionalistas mencionados.

La tensión con el atlantismo fuerza a abandonar posiciones de espera y de búsqueda de acuerdos con los sectores del Occidente Colectivo. No hay espacios para posiciones intermedias que han significado a lo largo de la historia que Rusia termine haciendo malos acuerdos. Los rusos creen que son estafados con falsas promesas a lo largo de la historia, la última que recuerdan fue permitir la unificación de Alemania bajo las normas occidentales con la promesa de no avanzar hacia el Este.

Hoy la OTAN golpea las fronteras de Rusia directamente, han ido cayendo uno tras otro los Estados que debían funcionar como zona de amortiguación para evitar que Rusia se sienta amenazada.

Los rusos del sector más duro consideran que cualquier tregua que se realice sin contemplar garantías reales de seguridad para Rusia, simplemente es un paso más en el sentido de una guerra que será inevitable y que peleará en peores condiciones. Si finalmente fuera inevitable, concluyen, deberá ser enfrentada en las mejores condiciones y no permitirle a Occidente un nuevo engaño que debilite la posición rusa.

La fuerza de este sector se asienta en las torres de poder del Kremlin: el Servicio Federal de Protección (FSO), el Servicio Federal de Seguridad (FSB), el Ministerio del Interior, el Ministerio de Defensa, el Estado Mayor General, la Guardia Nacional de Rusia de Viktor Zolotov y Akhmat de Ramzam Kadyrov, el Servicio de Inteligencia Exterior (SVR), el Departamento Central de Inteligencia (GRU) y el Consejo de Seguridad de la Federación Rusa.

Putin funciona de alguna manera como el líder que decide entre las disputas de los distintos grupos. Los diferentes actores tratan de magnificar su influencia sobre las decisiones políticas, y el presidente es quien finalmente decide de manera de mantener la unidad interna. Precisamente por eso es que vemos el avance de la influencia de los sectores más radicales contra Occidente a medida que se profundizan las sanciones atlantistas. No hay espacio para negociaciones y por ello se fortalece su poder interno.

Este panorama complejo que se suma a las disputas geopolíticas clásicas entre naciones, agregando otros niveles de poder que se enfrentan entre sí y sus alianzas externas se ubican en formas diversas que no se alinean con sus naciones.

Así como en Rusia hay una quinta columna, en EE. UU. también hay diferencias que explican las contradicciones que vemos en muchas decisiones políticas habituales. Hay un sector que se ubica detrás del presidente Biden que difiere de otro más radical por distintas visiones sobre cómo enfrentar a Rusia. El sector más duro expresa a la mayoría del Partido Demócrata de EE. UU. junto con los neoconservadores encabezados por Victoria Nuland y su esposo Robert Kagan, Bill y Hillary Clinton y el sector de Inteligencia liderado por la CIA junto al influyente MI-6 británico.

Tienen una importante cuota de poder y creen que deben presionar contra Rusia porque esta no utilizará sus armas nucleares y cederá si la presión es intensa. Este sector tiene una gran influencia británica. El Reino Unido ha visto producirse una profunda decadencia en su poder, hoy sus capacidades están muy lejos de las que fueron hace un siglo y su propia marina es una sombra de lo que fue en el pasado.

Con apenas 4 submarinos nucleares Vanguard SSBN (Ship Submersible Ballistic Nuclear), cada uno de los cuales puede transportar 16 American Trident II D5 SLBM (submarine-launched ballistic missile), su poder es una fracción del necesario para enfrentar a Rusia, ni hablar de sumar como enemigo a China como está haciendo Londres. Un detalle ejemplificador del estado de las fuerzas británicas es que la dotación total es de 58 misiles en lugar de los 64 previstos, por razones presupuestarias.

Los portaaviones gemelos Queen Elizabeth y Prince of Wales, a un costo de 3.000 millones de libras cada uno, sin contar su ala embarcada, son una radiografía que grafican una realidad oscura. El Prince of Wales sufrió un accidente contra el fondo rocoso a menos de 24 hs de navegar desde su base en Gran Bretaña, y debió volver a puerto remolcado porque una propela (hélice) se dobló con el impacto. En el puerto constataron que ambas propelas estaban dañadas y deben ser cambiadas. Los 60 a 90 días previstos inicialmente se transformaron en 9 meses hasta la fecha y el destino parece ser el desguace. Las informaciones dicen que el buque está siendo canibalizado para utilizar sus piezas como repuestos para el Queen Elizabeth, el único operativo y que no cuenta con su ala embarcada completa, una vez más, por falta de dinero.

Esta Gran Bretaña necesita del apoyo de los EE. UU. en cualquier enfrentamiento con los rusos y por ello vemos que se han encargado de aumentar sistemáticamente la tensión cuando el conflicto se ameseta. El envío de los Challenger II, la munición de uranio empobrecido y los misiles Shadow Storm cumplieron visiblemente esa función. Las elites del Reino Unido, a diferencia de los EE. UU., si están unidas en la posición más agresiva y buscan presionar para que Washington, generalmente sin el refinamiento geopolítico británico, sea arrastrado al conflicto.

Las diferencias estadounidenses internas ubican al grupo que lidera Biden en una posición distinta al aliado de los británicos. Este sector, sostenido por el resto de los demócratas y los republicanos del sistema, cree que Rusia sí utilizará su poder nuclear y no quieren correr ese riesgo de enfrentamiento directo. Su política es la de empantanar el conflicto ucraniano y abrir otros que afecten a Rusia, para debilitar al país euroasiático a lo largo de los años. Un modelo parecido al que usaron contra la URSS. Por ello, Biden es renuente a aumentar la escala más allá de determinadas líneas rojas, pero es sometido a la presión constante de los radicales de Nuland y Clinton. Cuenta con el apoyo de las élites continentales europeas como Alemania o Francia, pero estas últimas cada día representan menos importancia en las decisiones, como vemos con el suicidio colectivo europeo que encabeza Alemania al renunciar al acceso a la energía y a los recursos rusos.

Hay un tercer sector que es el que se identifica con Donald Trump. Su política es de pragmatismo puro, desinteresarse de los conflictos en Europa y oponerse a los planes globalistas (hoy en franco declive). Este sector, que es mayoritario entre los votantes, es el más débil dentro de las elites anglosajonas. Su política se asocia al tradicional aislacionismo estadounidense. No olvidemos en este punto que las élites de EE. UU. forzaron a su pueblo a ingresar a las dos guerras mundiales en forma espuria con la intención de globalizar su presencia.

Trump y su gente buscan volver al pasado, por eso quieren disolver la OTAN y derrumbaron los TLC durante la presidencia del republicano. La cuestión del techo de la deuda tiene un aspecto geopolítico. Los trumpistas no quieren facilitar dinero de los contribuyentes para sostener el gasto militar de Ucrania, mientras que ese dinero es parte esencial de la política de Biden, que busca el enfrentamiento a largo plazo confiando en que su capacidad económica rendirá a Rusia. Esta es la verdadera razón de la amistad entre Putin y Trump, hay una coincidencia de objetivos. Trump quiere salir de los conflictos y Putin quiere lo mismo, que salga, por lo que hay una coincidencia objetiva que acerca sus posiciones.

Estas son las razones menos difundidas por la prensa, pero necesarias para poder completar el cuadro de influencias cruzadas que generan las tendencias que hoy presenciamos. Los alineamientos definen las políticas al complementarse con los intereses de los Estados y de ellos finalmente se desprende el rumbo final. Por ello, el futuro se define en Washington debido a que el resto de los actores ya han fijado sus fuerzas y sus balances de poder internos. En EE. UU. aún el juego está abierto y de ese resultado depende la suerte del mundo.

Dmitri Medvédev ha declarado recientemente que Rusia puede apelar a un ataque preventivo nuclear en caso de constatar que Ucrania ha recibido armas nucleares que puede usar en contra de su país. En estos momentos circula la noticia de que las explosiones en Khmeltnysky han elevado las lecturas de radiactividad en el Oeste de Ucrania y en Polonia, seguramente en consecuencia de la detonación de uranio empobrecido enviado por el Reino Unido.

Pese a la gravedad del asunto, que incluye advertencias a la población para luchar contra la contaminación radiactiva, la prensa y los líderes occidentales han decidido ignorar el asunto. Ahora más que nunca debemos prestar atención a las palabras de Medvédev.

 

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