Por Juan Manuel de Prada
Huyendo de los fastos del Orgullo Atlantista, me he venido a pasear las tierras de Castilla, donde todo el mundo me pregunta por unas declaraciones de Juan García-Gallardo, el mozo de Vox, que han provocado las iras de la izquierda caniche patria, y hasta mundial. Afirmó García-Gallardo que, entre los factores que deben considerarse para entender la despoblación de estas tierras, hay que incluir la «hipersexualización de la sociedad, la conversión del sexo en un acto de consumo». A García-Gallardo le sobra algo de retórica clericaloide, pero por lo demás ha sabido golpear donde más duele a la izquierda caniche mundial, encargada por la revolución neocapitalista de destruir a los pueblos.
En su ensayo ‘Sexo y propiedad’, además de denunciar «la proclamación de una religión erótica que, a la vez que exalta la lujuria, prohíbe la fecundidad», Chesterton nos enseña que quien no quiere cultivar y hacer fecundo su amor, tampoco quiere cultivar y hacer fecundas las tierras que heredó de sus padres, que acaba entregando a la máquina voraz del capitalismo.
A este proceso lo denominaba Pier Paolo Pasolini «aculturación capitalista»; y consiste –citamos al gran genio italiano– en suprimir «la aproximación más carnal de los hombres a la tierra» mediante la concesión de una «libertad sexual» que «se trata de una falsa tolerancia concedida desde arriba por ese nuevo modo de producción que quiere que el sexo sea libre porque donde hay libertad sexual hay un consumo mayor». Esta «aculturación capitalista», además de desgajar al hombre de su tierra, le exige que sea infecundo; de ahí que Pasolini considere que el «aborto legalizado» y la «libertad de coito» han sido «tácitamente promulgadas» por la revolución capitalista, que «se presenta taimadamente como opositora, en compañía de las fuerzas del mundo que van hacia la izquierda». De ahí que toda la izquierda caniche se haya lanzado, cual manada de hienas, sobre García-Gallardo.
También Herbert Marcuse, en Eros y civilización, se refiere a lo que llama «desublimación represiva» –que define como una «liberación de la sexualidad en modos y formas que reducen la energía libidinal»– como «una de las más horribles formas de enajenación impuesta al individuo y espontáneamente reproducida por el individuo como una necesidad y satisfacción propia». Esta «desublimación represiva» convierte el Eros en una poderosa herramienta cotidiana para la sumisión del hombre al sistema capitalista, debilitando su energía libidinal (que para Marcuse es la fuente de la capacidad creadora), a cambio de saturarlo de una sexualidad tiránica. Cuanto mayor es la saturación sexual que se «disfrutan» los hombres, más desfalleciente se torna su capacidad para defender sus formas de vida y más abyecta su sumisión al poder. Tan abyecta como la sumisión de la izquierda caniche al capitalismo.
Parece mentira que el mozo García-Gallardo haya tenido tan brillante intuición, que sólo genios como Chesterton, Pasolini o Marcuse supieron captar.
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